La primera semana de Rabbi al-Awwal concluyó y ya nos vamos acercando al nacimiento del Profeta (saws). La luna llena nos recordará el día de su nacimiento, y mientras tanto lo mejor que podemos hacer es imitarle. Una de las más bellas sunnas, de esas herencias que nos dejó nuestro Profeta (saws), es la de la lengua.
La lengua, y por extensión el lenguaje, es un órgano sutil. No es tan identificado el corazón, pero es el encargado de transmitir los mensajes. Sin embargo, en la tradición islámica clásica la lengua es la que reafirma los mandatos del corazón, permitiéndonos en muchos casos declarar nuestra intención (nīya) o realizar una acción. Y es que menudo nos centramos en los órganos creadores, pero los transmisores son importantes porque sin ellos no podríamos relacionarnos con el mundo. Ahí está su fragilidad, cuanto más expuesto al mundo más frágil es.
Ahora, si algo aprendimos del modelo ético muḥammadiano es precisamente el equilibro en nuestra vida, en nuestro cuerpo y en nuestros pensamientos. El islam, aludiendo a la paz de su etimología, es una vía media. El islam no nos propone ser ascetas ni libertinos, sino personas normales como lo era nuestro amado Profeta (saws). En ese camino moderado la sunna de la lengua es básica. Nos advierte Allāh t‘ala en el Corán:
«Y di a mis siervos que hablen con suma amabilidad: ciertamente, Satán está siempre dispuesto a sembrar la discordia entre hombres – pues ¡en verdad, Satán es enemigo declarado del hombre!» (17:53)
Esta aleya nos exhorta a hablar bien (yaqūlu-l latī aḥsan), a hablar con la excelencia y no quedarnos en lo vulgar o en la mentira porque es el shaytan quien disfruta con ello. Hablar mal no es solo ser grosero o malsonante, es también ser juez injusto o nutrirse de las desgracias ajenas para regocijarse. Eso también son acciones satánicas, completamente opuestas a la sunna muḥammadiana. Nuestro Profeta no mentía, no era grosero, no juzgaba a la ligera, no perdía el tiempo con discursos vacíos.
Hablar es parte de la acción, es la conversión de un pensamiento inmaterial en realidad que afecta a la creación. ¡Imaginaos cuanto poder tiene eso! Si fuésemos conscientes del valor que tiene eso, calcularíamos cada palabra como lo hacía el Mensajero (saws). He ahí uno de los grandes secretos del islam: La dulzura en cada acción.
Nuestra tradición le da gran peso a la pureza (ṭahāra), que es completamente integral, no solo lo físico sino la lengua y lo moral. Y aquí, la sunna de la lengua tiene un gran valor. Decíamos antes que ser juez injusto es algo muy perjudicial, pues no solo daña nuestra pureza sino la imagen de los otros. Solo a Allāh t‘ala en su infinita raḥma (misericordia potencial) le corresponde juzgar, solo a Allāh t‘ala le corresponde mostrarnos que hacemos mal. Así, dice un ḥadīth del Mensajero (saws):
«Allāh está con el juez siempre que él no sea injusto. Cuando él es injusto, el deja de ser atendido por Allāh y es atendido por Shaytan» (Jami‘ Tirmidhi, 15:10)
Uno de los principales problemas de la comunidad global musulmana, a día de hoy, es precisamente ese. El constante juicio moral al que somos sometidos, y al establecimiento de apariencias que nos hacen ser más o menos musulmanes a los ojos de otros. Ser juez no es fácil, ni deseable. El acto de juzgar es un aspecto muy delicado, tanto que incluso dar consejos sin raḥma puede ser un acto de los que agraden al shaytan, según la aleya y el ḥadīth que anteriormente citábamos. La sunna de la lengua se hace necesaria aquí para evitar los comportamientos hipócritas. Nuestras críticas deben ser primero con nosotros y solo si estamos muy seguros que la crítica puede ser beneficioso para otro musulmán, la lanzamos con el mayor adāb posible, calculando el peso de cada palabra que utilicemos, siendo consciente de los límites. Esa sinceridad inconsciente es a veces es más mortífera que una espada… Y más en nuestros tiempos.
La sunna de la lengua puede ahorrar mucha fitna y muchos problemas en nuestras comunidades. Una sunna que se fundamenta, principalmente, en la práctica del dhikr, del recuerdo. En el tener a Allāh t‘ala todo el día en la lengua o el Corán o alabanzas a nuestro bien amado Profeta (saws). El dhikr es virtud, es contención, es una limpieza para nuestra lengua. Recordemos un ḥadīth del Mensajero (saws) que dice:
«Ciertamente Allah, exaltado sea, dijo: “Yo estoy cuando mi siervo piensa en mí, y estoy con él si me invoca» (Jami‘ Tirmidhi, 36:85).
En estos días de Rabbi al-Awwal tenemos que ser conscientes de esto. Allāh hizo descender a su Profeta para darnos ejemplo para cada momento de la vida, y este dhikr es un agradecimiento y un recordatorio. Que no se nos olvide del inmenso poder de nuestra lengua que puede alabar a la creación, pero también cortar y hacer mucho daño a nuestros hermanos. Por ello, la moderación es básica. Hoy más que nunca necesitamos mirarnos a nosotros mismos y ponernos ante el espejo profético. No es fácil hacerlo, pero si nos arraigamos en la sunna, la vida será más fácil. El islam es fácil y si no lo es no es islam.
Esta es la experiencia de Rabbi al-Awwal, esta es la espera bajo la luna llena. Dicen que cuando el Profeta nació muchos brujos y adoradores del diablo, quienes no contenían sus lenguas, murieron… Estamos en un mes de purificación y bendiciones ¡Aprovechémoslo! Que las bendiciones de nuestro Profeta nos inspiren para seguir su ejemplo cada día.
¡Ya, Allāh! ¡Ya, Rasūlallāh (saws)! Guiadnos por buena y firme senda para ser de los que al final gozarán el jardín y de la sombra del Profeta (saws).