En el mundo islámico pocos conceptos son tan valiosos como el conocimiento en cadena. En árabe la palabra silsila describe a la cadena que históricamente ha conectado las transmisiones de conocimiento. Es el elemento que hace posible la verificación de la información. Cada eslabón de la cadena es un momento en la vida del mensaje que convergen en el momento de la transmisión. A la vez, cada eslabón es responsabilidad de su transmisor. Es un derecho exigirla, pero también es un deber mantenerla. Es parte de nuestra idiosincrasia proteger su valor.

Musulmanes de todas las culturas la han mantenido como un elemento clave. Es más, este concepto de cadena de transmisión fundamenta la ciencia del ḥadith (los dichos del Profeta) bajo el mecanismo de isnad (verificación) y, posteriormente, desarrollado bajo la silsila, la cual garantiza la legitimidad de la enseñanza tradicional de maestro a discípulo. De ese modo se protege algo tan sagrado como es el conocimiento.

Así se han transmitido miles de ḥadithes y miles de libros islámicos. En el primer caso los compañeros del Profeta (saws) transmitían y un par de siglos después los grandes sabios, usando el sistema de verificación de las cadenas de transmisión, ordenaron y les otorgaron legitimidad. En el segundo caso, por todo el mundo islámico los maestros certificaban que el alumno poseía el conocimiento añadiendo su nombre a una lista centenaria autorizándoles a transmitir la información y, en muchos casos, a tener una copia del libro. Esa verificación estaba disponible para ver la legitimidad del nuevo sabio si en algún momento se sospechaba que pudiera ser un impostor.

Esa opacidad taimada y shaytanica, tan amada por la postverdad, nos amenaza día a día

En el islam gran parte de la autoridad —como ha señalado el sociólogo Armando Salvatore— se funda en el conocimiento. Esta quizás fue una de sus más valiosas novedades respecto a otras culturas. El mundo islámico se dio cuenta que el sabio tenía mucho que decir y, en plena vorágine de la era de las falsificaciones (véase la gran cantidad de textos atribuidos a nombres famosos en el siglo V y VI de nuestra era), supo salvaguardar no solo los mensajes sino también a los mensajeros. El decir la verdad es una obligación ética y teológica de los musulmanes, es lo que les convierte en muminun que significa literalemnete tanto dignos de confianza como creyentes.

En un mundo en el que arrecia la postverdad, nosotros los musulmanes estamos obligados a enfatizar en el papel de la transparencia de la cadena que conecta cada eslabón informativo. No nos podemos contentar con un mundo opaco, velado e intencionado. Mirar por la verdad es mandato teológico, tanto que es un nombre de Allah: Al-Ḥaqq (la verdad).  Esa verificación, que es prioritaria en el conocimiento —ya sea religioso o no—, es igualmente necesaria en el mismo halal o las finanzas por poner diferentes casos. Esta silsila se alza como un mecanismo de confianza frente a cualquier signo de opacidad.

Esa opacidad taimada y shaytanica, tan amada por la postverdad, nos amenaza día a día. Intenta socavar nuestra fuerza y nuestro mandato profético en búsqueda de la verdad. Lo opaco no es propio del islam ni de los musulmanes, sino que pertenece al mundo de los brujos. Unos brujos que, como en el tiempo del Profeta (saws), especulan y mercadean con sentimientos y con realidad, jugando a intoxicar a las personas. Los brujos de hoy en día ya no miran las manos ni las estrellas, en cambio se mueven entre noticias falsas e informaciones difusas provocando los mismos daños en el alma y en la convivencia con los demás. Si no tenemos cuidado pueden conducirnos a la senda del Shaytan en vez a la del Profeta (saws).

Por eso, debemos ser capaces de pedir transparencia en nuestra vida diaria. Esta es una virtud del ḥalal. Una virtud tan básica que pueda hacer haram una acción de forma muy rápida… Debemos saber los orígenes, debemos ser capaces de realizar una trazabilidad básica de los elementos que conforman nuestro día a día, al igual que se hace para certificar un producto como halal.

Protegernos del Shaytan es hoy en día protegernos de falsas informaciones, de falsas historias y de todo aquello que ensucie nuestros ojos, nuestro pecho o nuestra cabeza. La protección está, hoy en día, en ser capaz de buscar el oasis los valores y la transparencia en un desierto de opacidad y aferrarnos a esa verdad intentando llegar aún más lejos.

Y aunque todo esto suene muy teórico o teológico, es más práctico de lo que parece. Los musulmanes casi nunca hemos estado «en las nubes». Al revés, nuestra revelación nos obliga a vivir en el día a día y a disfrutar del dunya (mundo terrenal). Y por eso, nos gustaría finalizar este editorial con un ejemplo aplicado a esta realidad: los bitcoins.

Hace poco en los circuitos de sabios contemporáneos —¡que aún los hay!— se ha comenzado a discutir sobre la licitud islámica del bitcoin. Y aunque aún no encontramos consenso de opiniones, las que van surgiendo se posicionan en contra de la opacidad del bitcoin. Aunque suene muy romántico una moneda descentralizada y opaca, los musulmanes no podemos ni debemos permitirnos participar en algo así.

A pesar que la tecnología blockchain —que debería estudiarse más en profundidad desde la sharia porque bien implementada podía ser una gran aliada— está detrás del bitcoin, este no ofrece la suficiente solidez ya que no hay aún una gran transparencia, se presta a la especulación, hay gran riesgo en un único sentido y no atiende a un bien común (maslaha). Además, muchos expertos en sharia señalan que su mayor problema su falta de transparencia y su conexión con las actividades criminales hacen que no se puede ver su trazabilidad lo que la hace ḥaram (ilícito). Como vemos, lo lícito en el islam es público y no teme ser trazado o auditado.

Si esto ocurre en nuestros bolsillos (virtuales), que no ocurrirá en nuestros corazones con toda la posverdad y las mentiras vertidas por quienes no tienen el mínimo interés en nuestras vidas. Porque nos jugamos no solo el más allá, sino la convivencia con «otros» que tienen que vernos como hermanos y no como enemigos. Solo en nuestro comportamiento y nuestra ética está la clave de un mundo mejor. Quiera Allāh t‘ala protegernos de los peligros de la opacidad y abrirnos los ojos a la claridad y a la transparencia a través de la luz de su Profeta Muḥammad (saws).

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