El valor de la historia

Daesh publicaba esta semana un video amenazando con recuperar Al-Ándalus. Un trabajo grotesco y anacrónico en el contenido, pero de una precisa factura destinado a los millenials musulmanes. Pocas palabras que convergen en una narrativa espuria donde sobresalen: «sangre derramada», «inquisición española», «venganza» y, sobre todo, «Al-Ándalus volverá a ser lo que fue, tierra de califato». Palabras terribles en boca de un adolescente militarizado, que es incapaz de pronunciar correctamente en castellano. Pura retórica vacía y estética totalitaria, tan de cartón piedra que la sociedad española ha tomado a «guasa».

Su frágil narrativa se basa en una manipulación de la historia, en un desconocimiento de hechos y en un intento de pervertir símbolos e imaginarios esenciales para la comunidad islámica. Esto es algo que se ha observado desde el auge de los neo-fundamentalistas que de islam poco saben, pero sí que conocen técnicas de manipulación. A su vez, el neo-fundamentalismo bebe de sus «padres»: los movimientos fundamentalistas e islamistas, que pocos escrúpulos tuvieron a la hora de acercarse a la historia. Esencias, de todo tipo, además de un arsenal de promesas han sido sus armas intelectuales desde el siglo XIX, cuando toda la umma se reía de sus desquiciadas y puritanas propuestas. Pero de aquellos polvos, estos lodos. Los musulmanes hemos sido colonizados por otros que dicen llamarse musulmanes, y quienes pareciesen tener divino designio para decir «quién es que o quién…» o la legitimidad para robar y apropiarse de símbolos y palabras que pertenecen a toda la umma.

Ibn Khaldun, el gran sabio de origen andalusí, en el siglo XIV fue consciente del valor de la historia. Mencionaba en su imponente Muqaddima que la historia es la ciencia más sublime que existe, pero que también es la más frágil. Y las cosas no han cambiado. En una situación como esta se hace necesario poner en valor el poder del mito y el valor de la historia para no incurrir en errores, ni mucho menos claudicar nuestros símbolos a favor de ellos, a favor del mal. Especialmente esto se hace notorio en el caso de Al-Ándalus. Un periodo histórico, bastante complejo y largo, que es comodín para todos, para fanáticos de ambos bandos. Un caldo perfecto para narrativas de lo más diverso, usadas para los fines más dispares.

La historiografía y la opinión árabe contemporánea no han ayudado, y tampoco lo han hecho las narrativas de los orientalistas eurocéntricos. Visto como algo excelso («todo lo pasado fue mejor…») o como algo diabólico, Al-Ándalus es vendido como un producto, como un producto ideal más que como un mito. Y ahí estamos atrapados… Entonces llegan los fundamentalistas y el espíritu mito es dinamitado en pos de una «realidad ideal pero radicalmente real» y si no lo aceptas estás contra mí. Terrible actitud que vemos que se repite en cualquier manifestación de los fundamentalistas.

Pero Al-Ándalus es principalmente un mito. Esto nos lo ha hecho ver, de manera excepcional, José Antonio González Alcantud en su excelente libro El mito de Al-Ándalus (Almuzara, 2014). Como bien dice este antropólogo granadino: «El mito no es una simple falsificación de lo real que se opone a la historia, sino que forma parte sustancial de ella». Un mito cuya moralidad se define en torno a su época, como todos los mitos. Y esos mitos, nos ayudan a comprender aspectos que perviven en sociedades. Por eso, gran parte del mito andalusí se lo debemos a los andalusíes en la diáspora que viven en el Magreb o en las antiguas tierras otomanas y que son judíos y musulmanes.

Y si, Al-Ándalus es más que el califato. Y eso se debe a que Al-Ándalus no fue solamente un «reino musulmán» sino un espacio islamicate. Un territorio híbrido donde andalusíes eran los judíos sefardíes y los cristianos mozárabes al mismo nivel que los musulmanes. Al-Ándalus no fue una nación —hasta la paz de Westfalia no existe lo que hoy denominamos naciones— fue una realidad pluriétnica (hispano-romanos, judíos, árabes —que fueron minoría—, beréberes, subsaharianos, iraníes, etc.) que difícilmente puede ser reducida a un estado tal y como lo entendemos. Al-Ándalus es una morada vital —en el sentido de Américo Castroy el ser/saberse andalusí es una vividura profunda no un hecho político. Por esa razón las narrativas del Daesh son tan falsas y tan totalitarias que poco sentido tienen al restringir al-Ándalus a una «realidad imaginaria» …

Al-Ándalus no es un territorio, es un legado, una herencia desde esa vividura. Nuestro trabajo no es ensoñarnos —pues si fuésemos a las fuentes más allá nos sorprenderíamos— sino cuidar lo positivo de su legado. Una parte del complejo ser español, un hecho que nos reafirma la riqueza de nuestra historia con lo bueno y con lo malo. Que nadie pretenda arrebatárnoslo y reducirnos a siervos. Que nadie intente hacer vendettas en nuestro nombre, porque nosotros somos gente de raḥma, de misericordia y acogimiento.

Y debería asustarnos que converjan las narrativas de la extrema derecha con las de los fundamentalistas para enfrentar a España. Pero también debería estar claro que no nos deberían poder engañar compulsivamente con miradas al pasado e intentado hacer que nos creamos discursos manidos. Nosotros, en el centro de la polémica, debemos tomar nuestras vividuras, ser conscientes del valor de la historia y dejarnos guiar por Allah t‘ala, porque Él sabe más…