La comunidad musulmana sufre uno de los peores males de nuestro tiempo: la falta de valor de la verdad. Los delirios y las fiebres post-modernas se convirtieron, al amparo de los totalitarismos asimétricos, en las post-verdades del presente.

La manipulación de la verdad y su uso para usos espurios es inaceptable desde la ética y los valores islámicos. Porque no solo pone en peligro los valores islámicos, sino a los de todos nuestros congéneres más allá de su religión o ideología. En esa línea, se nos dice un ḥadīth verificado (ṣaḥīḥ) acerca de la verdad y su valor para los musulmanes:

‘Abdallāh narró que el mensajero de Allāh (ﷺ) dijo: «Para vosotros es obligatorio decir la verdad pues, ciertamente, guía a la virtud, y esa virtud guía al Jardín. Y aquel que continúe diciendo la verdad y se esfuerza en decirla será inscrito por Allāh como verdadero. Y cuidado con decir mentiras porque la mentira lleva a la división y la división lleva al Fuego. Y aquel que continúe diciendo mentiras será inscrito por Allāh como mentiroso. Ṣaḥīḥ Muslim, 45: 136

La tradición islámica le ha dado un valor excepcional a la verdad y a las metodologías para verificarlas. Tanto que en el ḥadīth queda claro que la verdad lleva al Jardín en la próxima vida, mientras que la mentira conduce directamente al Fuego. La base de una comunidad confiable es decir la verdad, la verdad desde un fondo de sinceridad (ikhlas). Y en esa sinceridad están las bendiciones (baraka) de la buena acción y, de forma sumaria, nuestro camino hacia el Paraíso. ¿Qué puede haber más importante de eso para un creyente?

La tradición islámica, que no la cultura local, ha enfatizado siempre este punto. Por eso, los sabios del mundo musulmán han desarrollado diversos métodos para verificarla. Partiendo de esa sinceridad y del grado de credibilidad social, el mecanismo de verificación (taḥqīq) y transmisión (silsila). La confianza era el punto central y esas verdades eran vistas como algo sagrado, valioso, más allá de manipulaciones. Y así fue, hasta el siglo XIX, cuando en un sueño de ruptura todo esto se disolvió por motivos diversos de aparente reformismo, pero en realidad delirios nacionalistas y panislamistas, dando origen a los gérmenes de los totalitarismos que han manchado el islam. El sabio era atacado por el “Agitprop”, por la promesa de una revolución que, sin libertad, imponía sobre los musulmanes algo ajeno. El sabio, aquel que éticamente sigue las enseñanzas del Profeta (ﷺ), perdía legitimidad frente a quienes poco le importaba la verdad y la ética.

El historiador Cemil Aydin y el islamólogo Hatem Bazian en sus trabajos han dado buena cuenta de la genealogía este problema durante gran parte de los siglos XIX y XX. Es un tema histórico que toca la raíz de la ética islámica. Una ética que está fundamentada en la validez de una verdad que guía al Jardín como decía el ḥadīth que anteriormente hemos citado. Es el ocaso del “respeto a la verdad” que dio pie a la entrada de los totalitarismos que invadieron e invaden el islam.  Gente cuya única función fue anular la diversidad e intentar imponer sus “medias verdades”, sus “visiones” y ante la incapacidad de asimilarse se han convertido en “post-verdades”.

En esta post-verdad es en la que estamos los musulmanes a día de hoy. Totalmente manipulables. Débiles. Perdidos ante el poder Google o el Twitter, ante aquellos que quieren romper el consenso y nuestros valores como ciudadanos. Se nos usa o manipula por nuestras creencias, se nos objetiviza y apenas nos damos cuenta. Nos cosifican y no somos conscientes. Porque la era de la post-verdad carece de ningún valor ético, solo son datos y orientación intencionada. Sus narrativas son pura violencia, puro fuego. Una estética del fuego que no tiene problema en cambiar de forma porque así es el totalitarismo. Pero nuestros valores deben obligarnos a ir más allá de esta post-verdad.

El problema de la post-verdad inicia una nueva época de reflexión de la comunidad islámica. El retorno a verificar (taḥqīq) cualquier información que nos afecte como seres humanos, como ciudadanos y como musulmanes. Este asunto está más allá de un debate epistemológico. Es una responsabilidad moral para con nuestras creencias. Es una obligación moral para con nuestras comunidades. E, indudablemente, una obligación con nuestro mundo, tal y como señala el Corán en la aleya 30 de la azora de La Vaca:

«Ciertamente, Yo le he situado A Adam como khalifa en la Tierra».

No lo hacemos solamente por nosotros, lo hacemos por todos.

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