Presentamos la edición y traducción de la Aqida del Imam Tahawi realizada por Abderramán Mohamed Maanán y publicada en WebIslam.com durante 2013.
naqûlu fî tawhîdi llâh* mu‘taqîdîna bi-tawfîqi llâh* ínna llâha wâhidun lâ sharîka lah*
Decimos de la Reunificación de Allah -confiando en el auxilio de Allah- que: Allah es Uno, sin asociado alguno…
Éste es el fundamento del Islam, y es la idea-fuerza que está en la raíz de su cosmovisión y su espiritualidad. Se trata de una declaración inicial que resume la enseñanza de los profetas. Allah -el Creador de las realidades, el Vertebrador de cuanto existe, el Destino en el que todo confluye y concluye- es Uno (Wâhid). El universo entero es recapitulación y prueba de su Poder, su Voluntad y su Ciencia. Lo que nos está configurando tiene un único nucleo, al que llamamos Allah. Allah está constantemente presente, no deja de mostrarse. Él es lo más claro y evidente, y por ello mismo es lo más difícil de expresar, porque es imposible abarcarlo: Él es quien lo abarca todo.
Conocer a Allah es la primera de las obligaciones, porque el conocimiento o la ignorancia de lo que es y de quién es la Verdad (al-Haqq) que nos hace ser, condicionan la existencia del hombre. Allah es la gran intuición primordial de cada ser humano, aquello que anida en él pero para lo que no tiene palabras y entonces lo sustituye con ídolos. Allah nos dice en el Corán: “He enviado a cada nación un mensajero para decir a su pueblo que reconociera a Allah como su Único Señor y se apartara del Ídolo”.
Esas afirmaciones coinciden con lo que presiente el corazón puro y la razón rigurosa. La deformación o negación de esa certeza original es siempre resultado de influencias y circunstancias posteriores. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Todo recién nacido está en estado de Fitra (es decir, reconoce espontáneamente la Unidad origen de su existencia y aún está inmerso en ella). Son sus padres los que lo hacen judío, cristiano o zoroastriano”. El Corán nos dice: “Lo deforman y niegan (a Allah), -pero en sus adentros saben que Él es cierto-, y lo hacen porque se entenebrecen y porque exageran (otra posible traducción,… porque son injustos y sólo se ven a sí mismos)”. El Islam es la recuperación de un presentimiento primordial y universal.
Allah -lo Eterno e Inefable, la Incógnita Creadora que está en los orígenes, más allá del espacio y el tiempo, de las normas, las imágenes y los límites, y es la urdimbre de nuestro presente rigiendo cada uno de nuestros instantes y el destino al que nos encaminamos- es Uno (Wâhid): es Uno en Sí, y es el Señor de los Mundos, y nada ni nadie está al margen de Él.
Allah es homogéneo, ‘compacto’, no tiene extremos ni partes ni fisuras, ni en Él hay conflicto ni contradicciones, y su Poder lo abarca y sujeta todo, en cada instante, sin interrupción. La existencia entera está supeditada a Él, que es Uno… El universo en su totalidad -el material, el espiritual, el imaginario- queda igualado y reducido así a la Unidad que lo gobierna desde las profundidades de su perfección, una perfección más sutil que las posibilidades del entendimiento, que queda desbordado ante la magnitud de ese Océano de Unidad y Soledad que el Islam le presenta y al que la razón lo asoma cuando afronta la posibilidad de abandonarse a lo irrepresentable.
La Unidad de Allah, que lo engloba todo, es la conclusión a la que llegan dos reflexiones (la del corazón y la de la razón) y tiene un doble alcance: primero, que Allah es Uno en Sí; y segundo, que lo creado está subordinado al Uno, siendo así reunificado todo bajo el dominio de la Verdad Soberana.
Esta noción esencial es lo que enseñaron los Mensajeros de la Verdad; el reconocimiento de la sabiduría que hay en esa intuición es el primer paso que se da en la dirección de la Verdad; y afianzarse en ella es el más elevado rango espiritual. Hay por tanto una invitación, una conmoción y un estado: la invitación (da‘wa) de los profetas -en coincidencia con la inquietud innata de cada hombre-, el impacto (hâl) que produce esta enseñanza demoledora de ídolos, y un estado de perfección (maqâm) para quien se asienta en esa Verdad tras peregrinar hacia lo que significa y lo que demanda la Unidad. Por tanto, la idea de Unidad implica un saber (‘ilm) y una orientación (qasd), y ambos son exigidos: saber que Allah es el Único Señor y rendirse a Él. Eso es la Realidad, la esencia de cada criatura y acontecimiento, y lo demás es confusión, conflicto, desequilibrio y frustración.
El Islam de una persona empieza cuando asume que su Señor presentido es Uno, y va depurando esta intuición, afianzándose en ella y progresando en su entendimiento y en el compromiso que conlleva, y con esa misma afirmación debe salir del mundo para reencontrarse con la Verdad que ha vislumbrado en las honduras de su sensibilidad espiritual (el Îmân). El Mensajero (s.a.s.) dijo: “Entra en el Jardín aquél cuyas últimas palabras hayan sido: No hay más Verdad que Allah”.
Con esta afirmación radical, el Islam niega e impugna todos los dioses de la humanidad. Los dioses, los ídolos, los redentores, los mitos, las supersticiones,… son productos de la imaginación, las maquinaciones, la ignorancia, las elucubraciones, el oscurantismo, la brillantez, los miedos y las esperanzas del hombre. Pero, cuando se impone la sensatez y el hombre descubre la nada de sus quimeras, cuando depura su mundo, su inteligencia y su corazón, entonces pasa a intuir la grandeza indescifrable de la Verdad Absoluta que lo cimenta y en la que existe. Entonces vislumbra quién es Allah y el nexo indisoluble que lo ata a Él, quedando sobrecogido ante la Inmensidad, y también queda reunificado en un universo conjugado por el Uno-Único.
Allah no es reducible a nada, escapa a todo control, y todo está íntimante sujeto a Él, y todo depende en cada instante de Él. Él es lo Real, pero nuestras circunstancias y prejuicios nos ciegan. Él es lo único eficaz: todo lo demás es transición y espejismo, esperanza y miedo. El desafío que el corazón presiente en lo más hondo de su sensibilidad (Îmân) es que Allah tiene un Poder irreductible y único que rige a cada criatura y cada uno de sus instantes sin dejarse atrapar ni rozar.
El Islam tiene en su base una espiritualidad antiidolátrica, y su sentido de la Unidad y Unicidad de la Verdad es subrayada aún con mayor intensidad cuando nos enseña que Allah no tiene asociado (sharîk): nada ni nadie lo sustituye, nada ni nadie comparte nada con Él, nada intermedia entre Él y cada una de sus criaturas, no existen sucedáneos para Él,… negando, de entrada, la necesidad de proyectos salvíficos, ídolos, poderes, clero, jerarquías, sacramentos, monopolios o instituciones mediadoras. Esto tiene graves repercusiones y configura una civilización que recupera esencias. Nada se interpone entre Allah-Uno y cada hombre singular, pues nada hay más cercano que lo Real. No hay delegación. Esto es lo que implica la negación del sharîk, el asociado. El Shirk, es decir, concebir un asociado a Allah, es la mayor desorientación, y el Corán lo llama el Gran Perjurio (al-Hinz al-‘Azîm). En la base de toda idolatría hay un falso juramento.
El resto del Islam consiste en comprender lo que significan estas posturas tajantes, y deducir sus implicaciones y llevarlas a la práctica. El Islam es un esfuerzo continuado por ahondar en el conocimiento y saboreo de Allah Uno (Wâhid) en un proceso constante de Reunificación (Tawhîd). Y ésta, Tawhîd, es la palabra clave, la que no debe ser olvidada. El musulmán va reunificando ante sí a su Señor, profundizando en lo que significa su Unidad (Wahdânía), rindiéndose en su dependencia respecto a Él, acercándose a ese desbordamiento creador, superando sus contradicciones, alcanzando la paz en la inmensidad de su Señor, deshaciéndose de ídolos y mentiras, purificando su percepción, su entendimiento y su acción… y se va reunificando a sí mismo ante Él huyendo de la dispersión, es decir, de las especulaciones, de las creencias, de las teologías y todo lo que entorpece una percepción clara y radical de una Verdad inmediata con la que el hombre tropieza espontáneamente y que lo incluye en la subordinación a su Grandeza,… pues Allah no deja de mostrarse y evidenciarse, de apoderarse de todo, y sólo hay que retirar el velo que nos ciega, un velo que consiste precisamente en las complicaciones con las que el hombre se desvincula, se distancia de la Realidad, se amanera ante Ella y la sustituye por un mundo de fantasías, sucedáneos, temores, suposiciones, teorías, esperanzas, ambiciones y frivolidades.
La meta del Tawhîd -es decir, la Reunificación, la gran empresa que se propone el musulmán, lo que lo va configurando como tal- es la plenitud en la Inmensidad del Señor de los Mundos. Avanzar en el Tawhîd es la aspiración que no debe ser ralentizada en ningún momento, pues es el bálsamo que calma la agitación del ser humano. El Corán nos dice: “Es en el Recuerdo de Allah donde los corazones encuentran la paz”. Por ello se ha dicho que enseñar el Tawhîd es lo primero y a la vez es la meta que se pretende alcanzar, y por ello todas las intenciones, todos los esfuerzos y todo el empeño son pocos, pues su objetivo es Allah Infinito e Inabarcable: se necesita del Tawfîq, la ayuda y asistencia de Allah mismo. Hace falta una fuerza sobrehumana, un entendimiento hondo, una luz que no sea enturbiada por nada, y Allah nos ha asistido con la Revelación del Corán y las Enseñanzas de Muhammad -la Sunna-, y no deja de guiar al que se orienta hacia Él con corazón sincero. La primera pista es que Allah es Uno (Wâhid), la segunda es que no tiene socio (sharîk), y así, de etapa en etapa, hasta la inmersión en lo que ello implica y en la grandeza de espíritu que comunica.
Para ello, y con toda claridad, desde el principio el musulmán tiene en Allah su único Oriente (Qibla): sólo a Él se somete, sólo hacia Él se dirige, y sólo en Él deposita su ser, sin asociarle nada.