Presentamos la edición y traducción de la Aqida del Imam Tahawi realizada por Abderramán Mohamed Maanán y publicada en WebIslam.com durante 2013.
wa lâ shái-a mízluh*
y no hay nada como Él…
Éste es el Tançîh, el criterio clarificador que debe guiar la reflexión, y es la pista que impide desorientaciones: nada se asemeja a Allah ni Él se asemeja a nada de lo que conozcamos o podamos pensar o imaginar. Él es Remoto, y así debe ser asumido. En la renuncia a apoderarse de Allah está la posibilidad de acercársele.
Su verdad más íntima (su Dzât) es inaccesible al entendimiento o a la razón: Allah es increado, anterior a todo, y no se deja reducir a palabras, conceptos o nociones; las ideas no lo abarcan, toda reflexión se queda corta, el lenguaje es insuficiente,… y Él no se delega a sí mismo en nada. En Sí, en su Ulûhía, en su Misterio, es impensable, completamente Ausente a nuestras posibilidades. No hay nada que nos pueda servir de referencia para desentrañar ese vórtice de las realidades: no tiene igual, ni semejante, ni paralelo, ni definición, no se somete a nuestros criterios ni a nuestros valores, no es homologable a nada, no se deja atrapar por los pensamientos ni está sujeto a nuestros deseos y espectativas, no responde a nuestros criterios sino que nos contradice para permanecer en la Incógnita a la que sólo el corazón puede acercarse con su pasión, no con el desciframiento. El Corán nos ordena: “Di: Él es Allah, Único”, y dice también: “No hay nada como Él”.
La Verdad íntima de Allah (su Dzât) y su Misterio insondable (su Ulûhía) son ofrecidos al musulmán como un gran desafío, como si fueran un océano inabarcable en el que sumergirse para saborear su grandeza infinita o bien son como un desierto desolador en el que perderse, sin más. Su disimilitud, su desnudez, su carácter completamente abstracto e indeterminado, su pureza absoluta (Tançîh), son lo único que puede ser dicho de modo categórico: todo lo demás serán indicaciones auxiliares, pero deberemos impedir que contaminen la claridad del Tançîh. Sólo así, con esa herramienta infalible, daremos pasos seguros sobre la senda que conduce hasta Allah. Se llama Tançîh al proceso con el que el musulmán va despejando lo que significa Allah de toda adherencia que suponga cualquier límite a su Señor, profundizando y avanzando en el Tawhîd, en la Reunificación ante sí de su meta última, completada con su propia reunificación ante Allah.
Ahora bien, el Tançîh entraña un peligro: el de hacer a Allah tan remoto que lo desvincula de la realidad y lo convierte en algo amorfo y distante, una nebulosa ajena a nosotros. Daría la sensación de que estamos al margen de Él y no implicados en su Poder, su Voluntad y su Ciencia, lo que nos llevaría a un dualismo (lo sagrado y lo profano) irreconciliable con el Tawhîd, y nos apartaría de la Unicidad, excluyendo nuestro mundo. Ese extremismo del Tançîh acaba haciendo de Allah algo impugnable, pues no sería más que el resultado de un ejercicio intelectual que no nos da la idea de su oceanidad: Allah es la Verdad (al-Haqq), es algo siempre más radical.
Para solucionar esta cuestión deberemos hablar de la relación de Allah con sus criaturas (es decir, deberemos hablar de sus Cualidades –Sifât– y de sus Actos –Af‘âl-), y para ello usaremos un lenguaje inteligible aunque equívoco porque sugiere que Allah es, en cierta medida al menos, equiparable al ser humano. A esto se le llama Izbât as-Sifât, Afirmación de las Cualidades. Diremos entonces que Allah oye, ve, habla, quiere, apoderándose de nuestro mundo,… pero rompemos la representación antropomorfizadora que hay en estos términos afirmando la hegemonía del Tançîh.
Por tanto, el Tawhîd consiste en una doble operación. Con la primera evitamos cualquier antropomorfización, y con la segunda cualquier anulación del Señorío. Ambos extremos erróneos se han dado: primero, el tashbîh (la comparación de Allah), que deriva de un uso ingenuo de los términos comunes entre Allah y el ser humano, y en segundo lugar, por otro lado, el ta‘tîl, la anulación de su Presencia, que es la negación de sus Cualidades y Actos (por miedo a la antropomorfización) con lo que se convierte a Allah en un simple concepto filosófico o teológico, etéreo e ineficaz, sagrado (es decir, separado de la realidad profana) y ofrecido sólo a la contemplación mística o a la especulación filosófica. La primera de estas dos desviaciones origina la idolatría grosera de los pueblos, la segunda está en la raíz de la idolatría metafísica de las élites intelectuales.
El Corán expresa así el equilibrio: “Nada se asemeja a Él…”, oponiéndose a las comparaciones, “…Él oye y ve”, oponiéndose al ta‘tîl. Lo correcto, lo que conjuga todos los aspectos, es la síntesis de ambos polos (el ÿam‘), la reunión en un mismo punto del Tançîh antiidolátrico y la afirmación integradora de nuestra existencia en la supeditación al Ser Absoluto.