El dua de Allah

DuaYo era de los que pensaban que no tenía el menor sentido hacer dua porque no había nadie ahí enfrente, en frente del hombre, en frente del mundo, un Dios que oyera las súplicas de los creyentes.

Sin embargo, un día, tras un salat especial, al aire libre, un salat lleno de sentido, me sorprendí haciendo un dua verdaderamente extraño: Dije: «Que el olivo siga siendo olivo, que no pierda su hechura, su consistencia…». Y, ya desde la racionalidad, continué: «…que las fuerzas de cohesión entre los átomos sigan haciendo posible a la hoja, a la rama; que también el aire siga yendo de aquí para allá…». Y me vi obligado a pensar mi propio dua. Tuve que internarme en mi escaso conocimiento de árabe para comprender que dua en árabe no es sólo «petición», sino también «invocación», «llamada», y hasta «maldición». ¿Qué podía haber en común entre estas ideas para ser dichas con el mismo vocablo?

También esta vez le pregunté a mi maestro por mi dua ciertamente esotérico, y me dijo: «Considera con calma lo que es un dua normal y corriente: Protégenos de todo mal, Da la victoria a los muyahidines, Guíanos por el camino recto… ¿qué tiempo verbal usamos?». «Imperativo», dije yo. «Pues empieza por ahí…», sentenció solemne.

Imperativo, el tiempo verbal de la orden, del mandato… Si no fuera porque Allah no es algo radicalmente distinto del que pide, se diría que estamos dando una orden a Allah. Desde una perspectiva dualista (de un lado Allah, de otro lado el hombre/el mundo) nos escandalizaría el hadiz que dice que cuando el ser humano le pide, Allah contesta Labbayka («Heme aquí dispuesto»), exactamente lo que le dice el siervo al amo.

Desde luego no habrá escándalo para todos aquellos cuyos sentidos se hayan abierto con la comprensión de los maestros que nos precedieron. Ibn `Arabî, por ejemplo, explicaba que el dua pertenece al «universo de la Orden» (`âlam al-amr). El universo del «Sé, y es». Ciertamente, sabemos que no hay orden sino la de Allah. No hay poder sino el de Allah. Nada se cumple si no es lo que desea Allah. La voluntad de Allah -sea como quiera que se exprese- es automáticamente creadora de existencia. Pero Allah no es un ser aparte del mundo. Los que nos hemos abandonado a él somos el corazón de Allah. Cuando hacemos salat no decimos nuestras palabras, sino la palabra increada de Allah; cuando acabamos el salat, tampoco debemos ser nosotros los que hacemos dua; precisamente para que nuestro dua se cumpla. Es entonces cuando Allah hace salir de la nada a las cosas, los seres, las circunstancias, los eventos, usándonos de instrumentos.

Nuestro dua es una orden dada al universo. Del poder creador que -no siendo nuestro- reside en nuestro corazón depende la eficacia de nuestro dua. El dua se realiza en la medida que es un clamor instintivo de lo creado por hacer penetrar alguna cosa en el universo del ser. En cada instante se está creando el mundo con todos los dua que entran en juego. Esas voluntades con diferente fuerza, con diferente autenticidad, son las que se jerarquizan entre sí, y se realizan. El dua no es algo que sea escuchado por un Alguien que no tenga nada que ver con el que pide. El waly (el santo) acaba en su Señor; el Señor no sabe dónde empieza su siervo. En el acto sincero de pedir, uno ya ha obtenido lo que necesitaba. Cuando nuestro dua es sincero, verdadero, cuando es un dua expresión de al-Haqq manifestándose en nosotros, entonces es Allah el que hace dua a través de nosotros. El «convoca», «llama», a las cosas desde su lugar en la no-existencia para que sean gracias a la fuerza de nuestro corazón.

Por eso es muy importante estar en la existencia sintiendo de verdad. Porque del material de nuestra sensibilidad, de la implicación que tengamos en el mundo, dependerá el que seamos pasivos, que seamos unos indiferentes, que estemos muertos, o -por el contrario- nos importe que se el mundo sea, se realice, se vaya acercando cada vez más a la Perfección, a la Belleza. La finalidad del dua no está en «lograr nada», sino simplemente en que -cuando sintamos que debemos hacerlo- lo hagamos, en que expresemos voluntad, milagro primordial de la existencia en la que se manifiesta Allah.

Los fenomenólogos de las religiones han dicho que lo sagrado era lo ganz andere, lo absolutamente diferente a lo profano, a lo cotidiano, a lo conocido. Allah es más cercano a cada uno de nosotros que nosotros a nuestra vena yugular. Allah es el Sí Mismo de cada criatura. Por eso decía el hadiz: El hombre que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor. Éste es el misterio supremo de la existencia: lo más incomprensible para la criatura (Allah) es precisamente su fundamento más íntimo, la fibra elemental de su Sí mismo. La razón de que Ali González sea Ali González, diferente a Mansur Escudero y a Abdullâh Bartoll Rius, es la presencia de Allah en cada uno de ellos, y -al mismo tiempo- es esta Presencia lo que los une al cosmos entero. Allah es la especificidad de cada criatura y la ligazón de todo lo creado. Lo que lo hace posible todo en su diferencia es lo común de todo lo que llega a la existencia: Allah.

Lo que te hace ser lo que eres es Allah. Por eso el dua es un diálogo de ti con lo más auténtico de ti; es un momento en que estás a solas con el origen y la raíz de ti mismo. Es un diálogo en la intimidad que te hace ser progresivamente, que te va acercando a tu Yo más profundo. En definitiva, es una confidencia con lo que te fundamenta y acrecienta tu especificidad. Con el dua existencias tu Sí mismo. Te haces ser haciendo posible a tu Rabb, a tu Señor Interior, el que te rige en cada uno de tus actos, el que te llevará a tu fondo. No hay un «Tú» en el dua. Porque tu Rabb no es un «tú» frente a ti, sino tu propia realización. El dua es un diálogo del yo que crees que eres con el yo que eres.

En resumen: el sentido del dua no es «ser favorecido con lo que se pide» sino

– PRIMERO: hacerte ser; descubrirte a través de tus peticiones; ser pidiendo. No es «lograr cosas» el objetivo, sino pedir para poder ser, pues somos esencialmente faqr (precariedad, necesidad, dependencia, insuficiencia), y sólo pidiendo logramos ser.

– SEGUNDO: pedir para contribuir a la suma de voluntades que es la Creación del Mundo. En el cumplimiento de esta tarea que es ser corazón para Allah, el mumin logra una grandeza cósmica que el kafir no puede ni sospechar, ni soñar en sus más ambiciosas pretensiones. El kafir cree que construye, que manipula el mundo a su antojo, y puede que así sea; pero ¡qué patéticas resultan sus «creaciones» si las comparamos con las del corazón del mumin, con su voluntad, que es el mismísimo material de la Creación!

A partir de ahora, mi dua será progresivamente más raro para los que no comprenden. Me iré atreviendo a pedir por nuevas cosas que -para mi desgracia- nunca antes me importaron (y digo «para mi desgracia» porque no implicarse con las cosas es un desperdicio de rahmatul-lâh). Quizá mi dua a partir de ahora será escándalo de los más sabios, que son los árabes y los sirios. Pero no por ello dejaré de pedir por el centeno cuando pierde su semilla, por las aceitunas, por los sapos gordos del patio de mi hermano Hashim, por los ladrillos de barro antiguo, por el sabor de los damascos, por el color del cielo de lluvia, y por los gatos. Sí, también pediré por los gatos. Habrá para todos. Wa alhamdulil-lâhi rabbil alamîn.

Post Scriptum

Hasta aquí mis conclusiones. Cuando entregué el escrito a mi Maestro, se quedó evidentemente decepcionado y me dijo que no había comprendido nada. Me dijo:

Has salvado al mumin de su ceguera de que haya un Alguien frente a él. Pero si pensamos, debemos de hacerlo hasta sus últimas consecuencias. Si llegas a la conclusión de que Allah no es un Alguien frente a nosotros, tienes que seguir adelante y reconocer que tampoco nosotros somos. En el fondo, el planteamiento dualista de ver a Allah separado del mundo es una necesidad del mundo de ser algo de verdad. Pero sabemos que sólo es Allah. Comprendido desde el tawhid, el dua no es «un diálogo de dos realidades distintas», pero tampoco «un diálogo del hombre con su realidad interior», porque sólo Allah es realidad. ¡El dua es la expresión de la parte volitiva de Allah forjada a partir del material que le ha suministrado su parte sentiente!

«¿Y nosotros?», le pregunté.

Hemos desaparecido en Allah. «Somos» -nada más y nada menos que- Su capacidad de querer. No estamos. «Somos» Su pura capacidad de sentir. No existimos. Sólo es Él. Él. Él. Él. Sólo está Él.

Y acabó diciéndome: «Anda, vete, ¡Cabeza de huevo!».

Este artículo se publicó originalmente en WebIslam.com el 12 de julio de 1999

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