Mansur Escudero y las mariposas en el estómago

Mansur Abdesalam Escudero, Paco para su familia de origen, médico de vocación y ávido de conocimientos, tanto en el campo de la medicina, como en el de la vida. Hoy toca recordarlo en la grandeza de su vida.

He necesitado todos estos años de distancia para poder ponerme a trazar algunas líneas sobre su persona y mi experiencia en contacto con él. Aún tengo la sensación que escribir algo sobre Mansur, es como mutilar una parte de su experiencia vital, pues es imposible que a pesar de que era conocido por una multitud de personas, su amplia y compleja personalidad obligará inevitablemente a un dibujo inacabado y en el peor de los casos, confuso.

Mansur era complejo, holístico y a la vez unitario, aunque cuando le parecía oportuno, podía parecer hasta simple, ignorante, dejando al interlocutor la posibilidad de aportarle conocimiento, y el,  mostrar una cara de sorpresa ante un descubrimiento que seguro que ya tenía, pero que escuchado a través de otra experiencia humana, se le representaba novedoso y actualizado.

 La modestia era otra de sus virtudes, pero no era falsa, era como si cada día se propusiera olvidar todo el conocimiento acumulado, dispuesto a ponerlo en valor de forma generosa al nuevo visitante, al nuevo conocido o conocida que llegaba con una reflexión, un descubrimiento, una metodología, fuera del campo que fuera. Tenía la capacidad que tienen los niños de sorprenderse a cada paso de su crecimiento hacia la vida adulta.

Esa actitud vital es lo que le hacía único e irrepetible, dispuesto a cuestionarse e incluso abandonarse a sí mismo para poder estar de nuevo abierto a la experiencia, al descubrimiento.

Siempre he dicho que era un coleccionista de personalidades, pero sin malignidad, por la búsqueda de esa sorpresa que le permitía renovar la vida en el aquí y ahora, sabiendo perfectamente que esta experiencia única, se acabaría y habría otra forma de vivir aún más plena y con menos obstáculos que los del Dunia.

Pequeño y menudo de cuerpo, con ojillos vivaces y hasta un poco pilluelos, que no escondían esa condición del niño que se niega a crecer aunque asumiendo sus responsabilidades, creadas a partir de decisiones en su trayectoria vital.

De la juventud revolucionaria, quedo un profundo sentido de lo social, de los valores y los principios, y tras su reconocimiento como musulmán, sometido a la realidad única, fue muy consciente de la importancia de conseguir marcos legales y jurídicos que protegieran a las minorías, entendiendo éstas como un bien común a la construcción de la futura sociedad española y europea.

En toda su trayectoria como Secretario General de la Comisión Islámica de España, siempre intento que los musulmanes y musulmanas de este país se involucraran en las realidades diversas de este nuestro país, fomentando el asociacionismo, el emprendimiento y la cooperación con las instituciones públicas, pues era muy consciente que la exclusión y la auto exclusión solo conduce a realidades estancas, que se empobrecen a base de no contrastarse con un medio que es mucho más rico y , que esos pequeños espacios de seguridad y acomodo que a veces representan las comunidades religiosas. Creía firmemente en el comunitarismo y rechazaba la autoexclusión.

También le gustaba disfrutar de las cosas sencillas y mundanas, el encuentro en torno a un plato de comida, el sano ejercicio de reírse de uno mismo y de los demás, sin malicia, recordando aquella reunión en aquel ministerio o consejería, en las que en más de una ocasión se nos recibía en los departamentos de “relaciones internacionales”, como si representáramos a otros países. Una dura realidad que se transformaba en risas y buena comida en torno a una chubesqui en invierno y una buena sombra del emparrado durante los calurosos veranos de Almódovar del Río.

No puedo olvidar y aún añoro lo que llamábamos “la llamada de la curva”. Siempre que viajaba a Almería para atender su consulta, generalmente los miércoles y jueves, a la ida, cerca de una cafetería de carretera donde paraban para desayunar, primero acompañado de Sabora, y después de Kamila, me llamaba para contarme el proyecto o la idea que le había ocurrido en esa curva, en ese preciso kilómetro en el camino hacia Almería. Siempre le escuchaba con alegría, aunque sabía que muchas de esas ideas, no llegarían a ningún puerto, pues por desgracia,  durante muchos años, esa idea del Islam español, de desnudar el Islam de trajes regionales y vestirlo de espiritualidad y ciudadanía, no tenían campo de cultivo en el que sembrarse. Quizás ahora hay algún campo libre, y un algo de abono para afrontar los retos del futuro, aunque para Mansur el tiempo de acabó.

La solidaridad con los más débiles, a los que dedicó mucho tiempo de sus últimos años de vida, especialmente en el África Subsahariana,  y su empeño por ayudar a la educación y al emprendimiento de las mujeres en esos países.

Pero si me preguntaran que era lo que movía a Mansur, cuál era el motor que movía su vida, te daría mejor una imagen, sería el aleteo de mariposas en la boca de su estómago. El suave movimiento del aleteo de mariposas, hacía que no se parase, que no cesara en la búsqueda de algo más, un algo más que le permitiera acercar su mirada, su visión, a la ventana de Lo Inmenso, Lo incomprensible, Lo inabarcable, a eso que denominamos Allah como principio y fin de todo tipo de existencia. Mansur quería ver el rostro de Allah, sabiendo que no tiene rostro, sino como expresión metafísica del Todo, del conocimiento pleno, de la conciencia completa para una disolución en ese espacio infinito, en esa nada que lo llena todo.

Esa búsqueda,  hacía que la rutina, las obligaciones del día a día y las ingratitudes de lo social, se le hicieran una pesada losa de la que necesitaba evadirse,  y lo hacía con sus amigos, con su grupo de toda la vida, meditando, ayunando, experimentando desconexión sensorial, intentando parar  los infinitos listados y relatos de nuestra vida, esas historias de vida y ese diálogo interno que parece no cesar y que no nos permite un segundo de paz, aunque los necesitemos  para sostenernos en esta realidad incierta. El ego necesita ese sustento, pesado y molesto, al que hay que controlar con duras riendas para que no se apodere de nosotros y no nos permita ver más allá de nuestras narices.

Mansur poliédrico pero sobre todo, muy humano, de corazón ancho y mente abierta, amante de su familia, de Sabora y de Kamila, de sus diez hijos, de sus innumerables amigos, de los que me gustaría pensar que formé parte, en el pequeño hueco que me pudiera corresponder.

Aún hoy de vez en cuando, pongo algún video para escucharle hablar, oír su voz y ver su mirada, mi querido compañero y amigo, que Allah te haya acogido en Su Gracia, y te haya permitido ver su Rostro para tu infinito regocijo. Amin