Tres veces he leído el pequeño librito de Mardía que sintetiza muy bien una de las caras principales del sufismo: el viaje. Tres veces porque necesitaba digerir un libro que, aunque aparentemente sencillo, guarda un inmenso tesoro.
En numerología islámica (‘ilm al huruf), tan propia del sufismo tradicional, el número tres se asocia con la letra jīm (ج), por la que empieza el paraíso (jannah), la belleza (jamal) o la protección que realiza un escudo o un útero (janna). Y es que este libro necesita leerse desde el estado espiritual (hal) que proporciona esa bendita letra jīm.
Recuerdo la primera vez que alguien me habló de Teresa, fue mi abuelo. Él era hijo de abulenses y había crecido con sus libros y sus enseñanzas. Era un católico devoto, yo entonces no le comprendía pero me gustaba escucharle. Al fallecer él, yo heredé toda su biblioteca incluyendo varios libros de la santa de Ávila. Los leí, fue el momento antes de mi conversión en la cual la Santa no me dijo mucho, pues aún era inmaduro y no sabía oír. Después he vuelto a ella varias veces más a ella, una de ellas en una mezquita perdida de Mauritania mientras hacía mi tesis sobre sufismo africano, y ahí la comprendí entre el amargor del té y el salitre de la arena. Recientemente, he vuelto a ella, de nuevo, gracias al libro de Mardía y no veo más qué luz.
El libro que tengo entre manos es un ensayo sobre interreligiosidad desde su encuentro con Teresa de Ávila, desde lo femenino y desde lo más personal. La impresión que me dio desde sus primeras páginas fue un peregrinar (sayr) al absoluto desde el más profundo agradecimiento (shukr). Por eso, su texto tiene pulso, humildad y al mismo tiempo posee esa virtud de dejarte al filo del precipicio.
El precipicio es ese lugar al que todo sufí aspira a llegar, el problema es cuando llegas. Nuestra sociedad ha tenido la mala idea de construir un mirador en vez de saltar al vacío, ese salto al vacío es el reto del místico, cuando un frágil humano se convierte en algo más poderoso que un héroe, se convierte en nada y todo. Esta paradoja es otro de los motivos conductores del libro: el anti-heroísmo, el paso de héroe a ser disuelto en el absoluto.
Esa experiencia es de una potencial tan brutal que produce un miedo atroz y, sin embargo, te vivifica. Porque Allah es bello (jamal) pero a la vez es majestuoso (jalal) e imponente. Pasar de una vida heroica a una vida disuelta es como morir en vida con la responsabilidad de volver y contarlo, de volver y hacer mundo. Es el volver del desierto, de la libertad al mundo áspero y duro a la cálida Medina donde el Profeta (saws) espera para ofrecerte agua y dátiles.
El sufismo del que bebe Mardía, y del que bebo yo mismo, nos obliga a cambiar el mundo hacía el bien común, a vivir en la tierra viviendo el mismo cielo. Mi maestro, shaykh Ibrahim Niasse, y el suyo, Shaykh Nazim, eran buenos amigos y se reconocían en los corazones del otro. Por eso, el libro de Mardía resuena en mí mismo en cada letra y me recuerda porque ese esfuerzo de matar a mi héroe interior para dejar vivir a un siervo que necesita la vida de su Señor (Rabb). Cuando me impacto volver a leer esta cita que ella recoge de las Moradas de Teresa sobre la vida: “Es harta pena, aunque sabrosa y dulce” (6M 2,2).
En el libro de Mardía se recrea en este escenario. Es una completa anti-épica y huye de la grandilocuencia. Ahonda en pequeños detalles, en momentos y sobre todo en la intimidad para con el Ser. Y ahí es donde se encuentra con Teresa como acompañante en el vacío desnudo y en el silencio de Dios/Allah. Pero a la vez, la autora -siguiendo a Teresa- nos recuerda constantemente la plenitud del obrar que en ella ha fructificado en la maternidad. Una experiencia llena de matricialidad (rahma) y de intensidad sacra (quds) que ya nos había narrado en su libro “39 semanas y media. Un embarazo Sufi” (Mandala, 2016).
El camino de perfección de la autora está en lo cotidiano, en el buen hacer del dhikr (meditación como lo describe Mardía) en cada acción consciente, y bien que ella nos invita a vivir. Es una apuesta arriesgada en estos tiempos de inmediatez y de deseo finito. Mardía y Teresa proponen huir de lo mecánico y adentrarse en el corazón, sin que nada te turbe, ayunando de la ceguera y gozando del saboreo la realidad (dhawq al-haqq).
El saboreo, ese concepto tan neo-andalusí, es compartido por muchos que buscamos la verdad en lo real (haqq bi-l haqq). Mardía lo buscó, lo vislumbró y nos lo ofrece como su shaykh, Mawlana Nazim, hacía con la sopa. Eso quizás es lo que más me impacta del libro, que con esa humildad que la caracteriza lo ofrece al viajero sediento y cansado.
La hospitalidad no es sino la matricialidad (rahma) que mueve el universo, la comunidad y la vida propia. Teresa vence al demonio siendo hospitalaria, acogiendo la luz del Señor y olvidando el egoísmo de enfrentarse a la existencia. ¿Y qué mejor forma de hacer eso que ofreciendo comida? Allí está la baraka, las bendiciones completas…
Pretendía hacer una reseña, y espero que me perdone el lector, pero al final este texto parece una confesión, un vaciamiento y un recuerdo del viaje constante al que estamos sometidos. ¡Gracias Mardía por este libro! porque es puro alimento para el espíritu que se regocija tras la lectura y pide repetir como la sopa caliente…
Yo lo hice tres veces, ¿Cuántas veces los vas a hacer tú?
Mardía Herrero (2018): Cómo Santa Teresa me acompañó al sufismo. Barcelona, Fragmenta Editorial. ISBN: 978-84-15518-93-8