Los poemas de Sabora son como una mirada a cámara lenta sobre la realidad que le rodea. Ella convierte en lírico cada uno de los detalles que a otros espectadores resultan inexistentes: ella ve más.

A la manera de los HAIKU japoneses, lo verdaderamente poético en sus versos son los instantes de su vida diaria; ningún detalle, ningún sonido, ningún pensamiento fugaz le pasa desapercibido.

Ralentiza su entorno como enfocando con lupa el día a día. Y dota de arte el movimiento sutil de unas cañas o el sonido lejano del ajetreo doméstico y nos sumerge en una visión estética que produce un sentimiento de realidad lírica. La poeta no precisa de un paisaje en los mares del Sur, ni de un crucero lujoso por el Caribe, ni de palabras susurradas por la pasión mientras se danza a la luz de la luna para trasladarse a un mundo lírico y espiritual. Quizá no tenga importancia la materia poética, sino la visión del poeta que logra transformar una impresión superficial de lo que le rodea en la canción que recibe de la musa.

Su mérito es llamarnos la atención sobre la realidad, apaciguar y relajar nuestra mirada en nuestro entorno, volver protagonistas honoríficos a nuestros humildes acompañantes domésticos y enseñarnos a paladearlos como el más exquisito manjar.

Su obra «El resplandor (Versos para leer a media noche)» contiene siete poemas que, si empiezan «Así», terminan «Alegremente»; pasan de las «Sombras del mediodía» a «La noche», para deslizarse alegremente en «La mañana».

En el centro, como una columna, como un «Dardo que ha dado en la diana», se asienta su mensaje: «Labor omnia vincit».

  1. ASI

Buscando el encanto de los nudos gordianos,
perplejo el paso,
avezado el ojo,
inmersa en la vorágine blanqui-azul,
en pos del amado
tan evasivo,
tan huidizo,
sin poder contar siquiera
con el apoyo de la A mayúscula,
triángulo mágico que encierra en sí
el poder de elevar hasta la mística
las humildes brasas en las que el corazón se requema.
El escozor mantiene la conciencia
pegada a las cenizas,
confundiendo el polvo gris
con una galaxia contrahecha y sin brillo.
Al otro lado del grano oscuro
está el resplandor
pero esto no es más que un postulado científico.

  1. SOMBRAS DEL MEDIODIA

Las claras sombras del mediodía
dibujan el perfil del desánimo,
los resortes se estremecen bajo el peso del desaliento
como el pueblo bajo la amenaza del picacho a sus espaldas.
En los ojos una quemazón por la pena y el calor.
Alivia el movimiento callado
de la libélula junto al estanque,
remoto insecto iridiscente,
nota de color, contraste.
Su vuelo fascina y atrae,
retiene las pupilas
rodeada de olorosa penumbra.
Movimiento acompasado que, cual canto rimado,
deshace todos los nudos con sumo cuidado.
Las manos aquietadas
aguardan su cita con el atardecer
para poder tejer aire y espuma,
papel y pluma para conquistar
un continente -el pecho y la frente-
de seres amados.

III. LA NOCHE

Y, por fin, llega la noche
con su cortejo de estrellas,
tan bellas,
que no cabe un reproche
al fondo azul
impasible, irreductible
que les acoge en el silencio amable
-o mejor-
en la música agradable
de esas horas únicas
entre la oración y el sueño.
El anhelo del niño pequeño
queda atrapado en las ondas alfa,
agazapado como el cuco en el nido ajeno
esperando el momento,
tan lento,
del diario big-bang.
Y, por fin, llega la noche
el deseo es como el zumbido de los mosquitos
que se entrecruzan
en el claroscuro de la habitación.
Incitantes, inquietantes, inmensas en su misterio,
las sombras aguijonean los sentidos,
este ansia, híbrido de instinto y voluntad, se acelera
mientras los durmientes respiran con dulzura
y bordan sueños en el manto celeste.
(El niño monta en su caballo alado,
visita diversas constelaciones,
acariciado por el apagado rumor del firmamento,
en ese momento
blando y silencioso almohadón de plumas.
Otro levanta la mano ¡adiós, adiós!.
El viejo mira a los dos,
mera potencia, esperanza cierta,
el corazón se le ensancha, el latido sube un tono,
extiende sus brazos hasta la desmesura,
con todo amor procura
cinchar a ambos con su contorno).

Ella vela. Una vez más intenta
componer su canto.

Animada por el espacio sonoro,
deshoja la melodía de la creciente obscuridad,
busca la luz del Sur mirando hacia dentro
con persistencia y contento.
El cálido hálito de la pasión doblega su nuca.
Toda la calma en el exterior
se hace arrebato en su interior,
mas no es bastante, ni un instante
de su inspiración domina el desastre,
no dobla la esquina de su pensamiento
el torrente saltando avasallador.

  1. LABOR OMNIA VINCIT

Sus recuerdos viejos son tristes y estrechos
como la calle envuelta en el frío de febrero,
mirando desde el tercero el féretro del padre.
Se le ocurre una broma macabra,
el suicida se arroja al vacío,
se quiebra, se parte las piernas,
vive aún, vivirá mucho tiempo
sin perder la conciencia un momento.
Basta la voluntad para hacer un gesto de desamor
(aunque sea incompleto).

También es suficiente para una obra de amor
(aunque sea imperfecta).
Se pone frente al amante,
se insinúa y le consiente,
se aproximan bastante,
la mirada sugiere insólitas conexiones
pero no cesan las reflexiones,
el cerebro marcha delante del corazón.
Siguen las sugerencias, las inflexiones de voz,
la respiración sincopada de diafragmáticas tensiones.
Es preciso someter la razón,
hacer con sus argumentos una red de protección,
para que el alma se arroje al espacio y no se rompa,
no se rompa las piernas, no,
como el suicida inoperante.

Calculando las distancias,
calibrando el punto de enlace,
tanteando ahora, probando a ciegas,
zahorí rastreando el acuífero,
pretende con insistencia convertir la roca en agua viva,
cambiarle la densidad
para que escape de su esfera y fluya libre.
Libre como el muchachito indio que escoge la calle
frente a la seguridad,
en un acto de inocente afirmación de la vida
elige vagar, vagar: su agridulce libertad.
Los ojos grandes asomados al exterior
con ganas, con deseos de saborear más
la soledad compartida de millones,
condensada en un regusto de miel y un bollo de pan.

Por mucho que lo intente
el agua no pierde la forma del continente.
Parece una pecera redonda, clásica,
en la que los peces de colores abren sus bocas con desespero
y en sus ojos se puede ver
el engranaje de la memoria
convertido en circuito de un robor informático
y en la imagen nocturna de la gran urbe
con infinitas luces parpadeando.
Una predomina como una estrella polar
¡acércate y verás!
Es la gota de agua esférica, en reposo,
un holograma de la eternidad.

  1. HOY EL DARDO HA DADO EN LA DIANA

Vuelta a empezar.
El largo túnel, denso y penoso,
se encoge ante sus ruegos,
se entrega a sus desvelos,
consiente en ser sólo un punto,
un punto negro, oscuro, cruel y obsceno.
Breve trazo
en el que ella se mira y mira
como un espejo de obsidiana;
todo su cuerpo clama:
«Otro, otro ser, claro, preciso,
que se apodere de mí,
me posea con vehemencia,
hable a través de mí,
al que yo pueda servir
de caja de resonancia
para pronunciar con claridad
la prístina esencia de las cosas,
su íntima realidad».
Aliento de amor, sesgo vibrante
que pule la negrura
hasta hacerla transparencia ardiente.
Ya no se ve,
delante solo hay una bola de cristal,
se asoma a la ventana,
su mirada se posa sobre una rama,
alza el vuelo y salta al cielo,
un cántico resuena pausado
mientras se va la pena,
y se pierde en los campos,
filigranas verde y oro,
con las cigarras entonando a coro.

Más allá de la pincelada clara del pueblo
está la mancha cárdena del sol,
un ascua fuera, un ascua dentro,
dos rojos en contacto,
dos gotas de vidrio fundiéndose
horizontalmente,
libres del peso de la gravedad,
deslizándose en ondas con suavidad.
armonía japonesa
respiración profunda
ánimo en suspenso
luz, blanco, brillo
y una dulce sonrisa para dar cobijo
al amor, un escondrijo.

  1. MAÑANA

Hoy
un amor perfecto,
en el fondo, un deseo muy hondo
en la forma, un rasgo abstracto
un destello que estalla en infinitos puntos.
Es un amor porque sí, puro,
sin nombre y sin defecto.
Un registro impreso
en la memoria del corazón
y en la estructura de la razón,
donde se enriquece sin cuento
desgranando plegarias
en la intimidad que anuncia
la proximidad de la aurora,
hora que hechiza las cabezas
a las que nimba con su aura
lipia y fresca,
a las que concede una paz
serena y blanca.
Mañana…
todo un día nuevo ofreciéndose,
una página sin estrenar
para inventar palabras en ella,
componer poemas,
cantar canciones,
y sentir contento del sol y su calor en el cuerpo.
Todo un día nuevo, un día eterno
para buscar en el fondo del alma
un rescoldo de talento,
una chispa de lirismo
y poder engarzar un verso.
¿Será suficiente la voluntad para encontrar la verdad?
Todo un día nuevo, desconocido,
el pájaro en el albero busca su comida.
Y habla con sus compañeros.
Las abejas diligentes acarrean sus cestos,
los hombres se afanan con sus afectos.
Tantas y tantas posibilidades
como motas de polen suspendidas en el aire
diminutas partículas que se apresuran al encuentro
dejándose arrullar por el susurro del viento.

VII. ALEGREMENTE

Germinarán en lo profundo de la tierra
y brotarán emergiendo a la búsqueda
del halo luminoso que les espera fuera
tras la capa de arcilla pedregosa.
Serán árboles, formarán bosques,
lugares protegidos
donde acoger las buenas intenciones,
los gestos nobles y las acciones,
que buscan cumplir su misión de adoración.
Después hacerse añicos, saltar por los aires,
ni fuego ni ceniza,
solo luz incandescente
tamizada por el verde.
Premura evanescente que se aleja
velozmente,
cruza el páramo solitario
y se dirige a la ciudad.
Los huertos y las acequias le escoltan
alegremente.
¡Oh vanidad!
¿Por qué tanto porfiar?
Si siempre viene el momento de entregarse,
dar un suspiro profundo
y continuar.
El pájaro pía cerca del nido,
el niño se guarda el sueño en el bolsillo.
Ella trabaja. Ella sonríe.
Ahora sabe que está el resplandor,
lo ha visto
al otro lado de la ciudad.

Publicado originalmente en WebIslam el 28/10/1998