Hay un cierto fatalismo en el pensamiento colectivo contemporáneo. Prácticamente desde la creación del mundo creemos —con bastante desacierto— que nuestro tiempo fue el peor y que cualquier otro anterior fue maravilloso. Épocas de esplendor que fueron truncadas por una corrupción generacional de la que nosotros representamos el máximo exponente. Así, el mito de la edad de oro se ha convertido uno de los más desalentadores de nuestra época.

El islam —en tanto ha sido un elemento civilizatorio— y los musulmanes a lo largo de 1439 años ha experimentado este mito. Millones de musulmanes bajan su mirada a otros tiempos, anhelado una suerte de retorno a una época de esplendor, bondad y belleza. Pero no se trata de un retorno simbólico, sino lo que anhelan es un retorno material. Y ahí está el error.

La nostalgia es una de las enfermedades del corazón más reconocidas, pues embriaga a la persona y le hace ver la realidad distorsionada. Es muy tóxica, provoca delirios. Aumenta el ego (nafs) y destruye la humildad de aceptación del presente, que según el islam debe ser nuestro horizonte vital. El musulmán debe vivir el presente y trabajar por el futuro, mientras que el pasado se queda como un aprendizaje. La nostalgia impide la acción directa, debilita nuestras fuerzas de transformación de la realidad y, sobre todo, agrieta nuestras sociedades y comunidades.

Esas grietas son el camino a la debilidad y al derrumbe del Palacio que como grupo colectivo vamos construyendo. Esas grietas abren la muralla que defiende nuestro Palacio a locos, fanáticos y estafadores. Esas grietas, provocadas por la nostalgia, acaban haciéndonos que nos desintegremos.

Hace seiscientos años, Ibn Khaldun —uno de los sociólogos e intelectuales más importantes de la historia— señalaba que las civilizaciones pasan por etapas y que la última de ellas era la total destrucción y olvido. Sin embargo, Ibn Khaldun en su obra no es un fatalista, solamente diagnostica el problema.

La diferencia de Ibn Khaldun con otros tantos teóricos de la historia es que para él la historia no es un ciclo largo y finito, sino las civilizaciones son ciclos cortos que se asemejan a la vida humana o a la vida animal. Hay fases históricas, hay seres que habitan esas fases, hay climas (como los antiguos llamaban a las regiones geográficas), hay condiciones naturales, hay sabios y santos y hay gobernantes. Estos últimos no solo los completos responsables de su mundo, a pesar de que se piense que sí, sino que todos los demás influyen categóricamente.

El silencio de cualquiera de ellos provoca las inevitables grietas de nuestro Palacio. Y ahí es cuando está la obligación moral de hablar e impedir que el gobernante, el sabio o el santo nos lleven a la ruina y —como dice Ibn Khaldun— en última instancia a la desintegración.

Hoy, el deber moral del musulmán es el trabajo cívico en los espacios públicos, ayudando a engrasar el mecanismo social que tan poderoso es y qué tan complejo nos parece. Aquí es donde la nostalgia no tiene cabida, ni tampoco los mitos de un pasado remoto de pureza sin igual. Y eso se debe a que la buena defensa de la particularidad y la individualidad no puede hacerse sino es desde el trabajo comunitario y colectivo. Llorar o lamentarse de poco sirve. Por eso, hemos decidido poner este meme de Mad Mughals que cuenta, de forma somera, esta teoría de Ibn Khaldun.

La historia de los Moghules en un meme

Los Moghules fueron los gobernantes del norte de la India. En ningún momento la India ha tenido tanto esplendor como con ellos. Llegaron como nómadas y se establecieron en regiones desérticas de la India. Poco a poco fueron aprendiendo de otras culturas, enriqueciéndose poco a poco con el contexto. Esos tiempos difíciles crearon hombres fuertes. Así, llegaron a ser poderoso y sabios. Akbar se reunía con sus ministros a los que se les conocía como las nueve perlas y dictaban sus sentencias y leyes en poesía persa. Un hombre fuerte creó buenos tiempos. Reformó la shari‘a, introdujo mejoras sociales e hizo un estado tolerante y próspero. Después de él, su hijo Jahangir sumido por malas compañías se hizo débil, se olvidó de las buenas acciones y de la justicia, así como su hijo Shah Jahan quien la nostalgia le hizo perder poder político. Los buenos tiempos habían creado hombres débiles. Y en esa debilidad producida por la nostalgia y por los delirios del poder sus hijos Dara Shikoh y Aurangzeb acabaron luchando entre sí y así, este último no dudó en matar a su hermano para conseguir el trono y convertirse en un fanático. Los débiles habían creado tiempos difíciles de nuevo.

Esta es la visión práctica de la teoría de Ibn Khaldun. Por suerte, no es fatalista sino realista. Quizás no podemos impedir el tiempo y el desgaste social, pero la sabiduría y las buenas acciones pueden lograr retrasar los malos momentos. Los musulmanes somos responsables del mantenimiento correcto de nuestro entorno ya sea para prevenir la injusticia social, cumplir nuestros deberes sociales o evitar el cambio climático. Un buen trabajo de “albañilería” puede hacer remitir las grietas en el Palacio. Nuestro deber como musulmanes es preservar ese Palacio que se nos ha dado, y en el que Allāh t‘ala quiere mantenernos por mucho tiempo. Porque como concluye —parafraseando el Corán— el famoso capítulo de la decadencia en la Muqaddima de Ibn Khaldun:

«Si quisiera os haría desaparecer y os sustituiría por criaturas nuevas. Y eso no sería nada difícil para Allāh» (Coran 14: 19-20)

Así que cumplamos nuestra misión, arreglemos el Palacio y disfrutemos de la vida sin nostalgias, viviendo el presente preparados para el futuro. Las buenas acciones y el bien colectivo es el mejor ejemplo posible y un extraordinario tributo a nuestro Profeta (saws).

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