Esta semana nos encontrábamos en la prensa con una noticia relativamente grave, la Generalidad de Cataluña intentó poner urnas en mezquitas como parte de su estrategia política del procés. Esta noticia es muy grave en lo que se refiere a la protección de la aconfesionalidad y la neutralidad que rige desde 1978 en nuestro país y que protege la Constitución desde su artículo 16. La Comisión Islámica de España (CIE), por medio de su presidente Riay Tatary, se manifestaba al poco tiempo y zanjaba el tema con la prohibición explicita de usar las mezquitas como espacios políticos, pidiéndose ante todo neutralidad por parte de las administraciones.

Una neutralidad que cualquier administración del Estado debe cumplir y respetar en pos de un normal desarrollo democrático. La normativa española —hasta el momento que el pueblo español decida lo contrario— es de cooperación entre el Estado y las confesiones. Una cooperación que expresa la pluralidad de voces e idearios de España y, por supuesto, la obligación de los ciudadanos de trabajar por esa pluralidad. Este es un trabajo de ida y vuelta, de implicación y conciencia.

El comportamiento irresponsable de la Generalidad, por una parte, y de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), por otra, intenta manipular a la comunidad musulmana catalana para posicionarla en una espinosa situación y, poco después, confrontarla con la sociedad civil española. Crear fitna (disensión) y, en última instancia, ganar votos y hacer separaciones entre musulmanes y españoles mostrando veleidades de un «estado mesiánico» tal y como lo han planteado los independentistas. Una falsa connivencia cuyo final podría ser catastrófico.

Hoy más que nunca, en la comunidad musulmana, necesitamos mucha pedagogía para empoderarnos, para recuperar tiempos perdidos y construir una España plural.

Es más, la ANC decía hace poco con carteles en árabe: «Todos seremos fundadores de un Estado nuevo en el que disfrutaremos de los mismos derechos, oportunidades y deberes». Y habría que preguntarse: ¿Acaso no lo somos? ¿No tenemos los mismos derechos y deberes? ¿Somos los musulmanes gente de segunda categoría? ¿Acaso la ANC está libre de los prejuicios contra la comunidad musulmana? Y si la situación es tan problemática como algunos dicen, ¿Por qué no trabajamos por ser españoles con todos nuestros derechos?

La Generalidad y la ANC se ha aprovechado de la falta de conciencia de ciudadanía plena de la comunidad musulmana, y también de su falta de articulación efectiva. La sensación de desarraigo que sufren, se intenta suplir con consignas y las promesas del populismo independentista. Al fin y al cabo, puro humo. Un humo tóxico para la democracia y el estado de derecho.

La instrumentalización de las comunidades religiosas es peligrosa porque nos lleva por oscuros derroteros

A veinticinco años de los Acuerdos de Cooperación (Ley 26/1992), nos encontramos con que hay que trabajar más por la conciencia ciudadana para prevenir la violencia simbólica y el totalitarismo en cualquiera de sus formas. Los musulmanes en España tenemos que sentirnos españoles, y actuar como tales. El primer paso debe ser respetar y conocer las leyes para trabajar con ellas a favor de todos los habitantes de este país, no solo de la comunidad musulmana. El segundo paso es sentirnos ciudadanos y actuar por los cauces legales y administrativos, sin que ello menoscabe nuestras otras identidades ni las de otros. Hay que evitar robos en los imaginarios sociales y sus posteriores manipulaciones. Y eso solo puede hacerse haciendo conscientes de los peligros actuales a todas las comunidades.

Desde luego, la instrumentalización de las comunidades religiosas es peligrosa porque nos lleva por oscuros derroteros. Se deja de prestar un servicio a la sociedad para pasar a ser un simple altavoz. Un altavoz con intereses definidos. Se silencian identidades para privilegiar otras, se culturalizan las praxis y se olvidan los símbolos. Se cierran las fronteras simbólicas con una verja para festejar la falsa diversidad homogeneizada desde lo excluyente, la que nos separa. Todo lo contrario, a la amalgama que se supone que realiza el islam.

Hoy más que nunca, en la comunidad musulmana, necesitamos mucha pedagogía para empoderarnos, para recuperar tiempos perdidos y construir una España plural. Y esto debe hacerse repensando y actualizando entre todos los Acuerdos Cooperación y creyendo firmemente en ellos, y en su base doctrinal: la Constitución. Fuera de eso, no hay otros caminos. Y a partir de ahí, construyamos.

Mientras los nacionalismos periféricos hablan de nación y nacionalidad excluyente, siempre desde términos esenciales, sería mucho más urgente en España de hablar de plurietnicidades. Es cierto, España lleva siglos siendo un estado pluriétnico y diverso y, ahora, lo es más. Un estado que es morada vital —en terminología del gran Américo Castro— de gente diversa que confluye en la idea de español. Eso es un valor añadido, un motivo de orgullo. Debemos estar felices de ser un país que tiene Ceuta y Melilla con toda su diversidad étnica, debemos estar orgullosos de ser un estado de regiones y culturas diversas.

Hoy más que nunca, en la comunidad musulmana, necesitamos mucha pedagogía para empoderarnos, para recuperar tiempos perdidos y construir una España plural

Algo que expresaron desde el Sur en los años veinte del siglo pasado los llamados pensadores del Mediodía (Blas Infante, Gil Benumeya, Habib Estéfano, Ysidro de las Cagigas, etc.). Un pensamiento plural, de búsqueda de las raíces, de conexión con los «otros» y con el «sí mismo». Un sur amalgamado y alquímico que se abre al mundo, que recibe y que fusiona. A nosotros, la comunidad musulmana española, nos toca demostrar ese espíritu frente a las rupturas. Y tenemos argumentos para hacerlo. Además de libros, tenemos nuestra propia experiencia vital que es lo importante.

Pero eso pasa por creernos, primeramente, a nosotros mismos sin victimismos y sin rencores. Saber bien nuestra historia y nuestros símbolos, estar orgullosos de nuestras múltiples identidades y, sobre todo, trabajar por todos sin distinción, con la generosidad de la raḥma que la experiencia islámica nos otorga y pretender un mundo mejor. Una conciencia de ética personal, de espiritualidad que debemos poner al servicio de todos. Solo así evitaremos que nos manipulen y construiremos un espacio de convivencia profunda y de plena ciudadanía. Así, seremos sol de mediodía y disiparemos el humo.