Islam y Occidente

«El hombre invoca el Mal con la misma facilidad con la que invoca el Bien. El hombre es muy precipitado…» (Noble Corán, 17-11).

Lejos de constituir una amenaza, el Islam nunca ha estado lejos de Occidente, ni ha existido un abismo cultural: aquí usamos el árabe y bebemos de su cultura y de sus conocimientos desde hace siglos. Es bueno recordar que los árabes, que ahora nos parecen lejanos, en la edad media ya llegaron a vivir en Francia desde Al-Ándalus. Por lo tanto nunca hemos sido parientes del todo lejanos. Vivimos un presente de inquietud por las acciones violentas que amenazan la estabilidad global; en este caso por algunos llamados erróneamente musulmanes que actúan (también falsamente) en nombre del Islam y de Dios.

El 11-S supuso un antes y un después en la forma de entender el Islam, asociándolo con islamismo y terrorismo: la controversia sobre el uso del hiyab o el burka en Bélgica y Francia, la disputa sobre la construcción de minaretes en Suiza, etc., y más recientemente, los diferentes atentados y ataques que ha sufrido Europa y Estados Unidos por parte de fanáticos. Oriente y Occidente no son dos polos distantes sino dos polos indispensables. El mundo hoy en día es mezcla evidente y necesaria de culturas, como ingredientes fertilizantes indispensables para la supervivencia de nuestra civilización.

Occidente grita ante la injusticia del fanatismo y la injusticia de la «otredad» que crea el vacío existencial en el hombre. Crea un enemigo permanente. La historia está cargada de enemigos: los etruscos para Roma, los irlandeses para los británicos, los palestinos para los judíos, los soviéticos para los afganos, los franceses para los argelinos, los homosexuales para los homófobos, los burgueses para las clases obreras, y un larguísimo etcétera de carácter político, social, cultural, económico, religioso y demás.

Occidente ha estigmatizado rápidamente al «otro», a ese enemigo que es el no-europeo, el no-cristiano. Pero hay una verdad: Históricamente Europa no se puede entender sin comprender la íntima relación ATENAS-JERUSALEN-ROMA-BIZANCIO. Si bien es cierto que toda identidad presupone una «alteridad» o, lo que es lo mismo, toda convención genera automáticamente una «exclusión», nuestra civilización representa, en mucha mayor medida que una división a base de diferencias, una gran y potente suma de útiles y positivas semblanzas. Ese «otro» es, en definitiva, el más cercano de nuestros vecinos, separado por un mero signo de puntuación, por una palabra o por un gesto. Occidente es increíblemente cercano al Islam y viceversa.

¿Por qué entonces este terror? Su esencia no radica en la eliminación física de quienquiera que sea percibido como diferente, sino en la erradicación de la diferencia en la gente, de su individualidad. Occidente acusa al Islam de terrorismo, violencia, privación de libertades, aniquilación del individualismo, etc. Esto es perfectamente legítimo si lo aplicamos a los seguidores de ciertos movimientos como Al Qaeda, Estado Islámico… que representan la peor imagen que pretenden dar del Islam. Pero no existe un único Islam al igual que no existe un único Occidente. Islam no es islamismo, y esto no deberíamos olvidarlo.

Un escenario violento, de terror y matanza en un mundo globalizado, nunca produce el mismo efecto en nosotros (incluso si el número de víctimas es muy elevado) cuando éste se encuentra fuera de nuestro escenario geográfico más inmediato. En Europa y desde el 11-S también en América, se magnifica mucho más una sola víctima de una acción terrorista (sea del origen que sea) que cualquier otro suceso por impactante que sea en cualquier otra zona del mundo: Camboya, Ruanda, Palestina, Irak, etc. Tendemos a quedarnos con una imagen, con una foto, olvidando la mayoría de las veces que existe una conexión, una acción/reacción, un desencadenante, una concatenación de hechos que de una forma u otra acaban implicándonos (recordemos que Estados Unidos entrenó y armó las tropas afganas contra Rusia. Más tarde, completamente armados y con el beneplácito suficiente, evolucionaron hacia lo que hoy conocemos por los talibanes y Al-Qaeda, de donde proceden los cerebros que planearon el 11-S).

Muchos intelectuales, como el historiador marroquí Abdallah Laroui rechazan la identificación interesada entre Islam y violencia (o incluso entre islamismo político y violencia) que se hace a partir de los discursos de estos grupos fanáticos. Dice Abdallah Laroui:

«Relacionar la violencia con la ideología del Islam político es deshonesto por ambas partes, tanto del lado musulmán como del no musulmán. Conozco la historia lo suficiente para saber que todo movimiento político cae en algún momento en la tentación de recurrir a la violencia. Ha habido a lo largo de la historia terrorismo puritano, terrorismo jacobino, terrorismo nihilista, terrorismo anarquista, terrorismo sionista, terrorismo hinduista y terrorismo confuciano. Podría alargar la lista y señalar que los hombres que hicieron de esto una teoría profundamente elaborada, como Bakunin o Georges Sorel, no pensaron en ningún momento en el Islam.»

Durante los años de la guerra fría Occidente tenía un gran enemigo, una gran amenaza que destruiría el mundo: el comunismo. Pero era un enemigo concreto, un estado, un país. Ahora el enemigo no está claramente identificado y, por supuesto, en número desconocido. Un enemigo que no manda cartas a través de embajadas sino vídeos en YouTube; no realiza llamadas telefónicas de carácter oficial. No lo hace porque no tiene ningún soporte oficial, pero sí una financiación suficiente proveniente de diversas fuentes, la mayoría ilegales o delictivas. Ese individuo «X» que no tiene credenciales reconocidas por nadie, toma un avión de cualquier línea aérea comercial y se presenta en nuestra casa con un paquete debajo del brazo en nombre de no sé qué religión o nuevo poder para imponer no sé qué supuesta verdad absoluta, sin importar el precio a pagar. Pero la vida no funciona así.

Los unilateralismos (provengan de donde provengan) nunca acaban bien. Sobre el tema que nos ocupa, ningún grupo armado es propietario de una religión, porque todas prohíben matar. Somos dueños de nuestras vidas y de todo lo que conlleva. La vida es una vivencia, no un examen; es una experiencia, no una vejación; y por supuesto debería ser una alegría y no una amenaza. Este es el mensaje que todo creyente transmite desde una sinagoga de Manhattan, una mezquita de París o una iglesia cristiana ortodoxa en San Petersburgo.

Deberíamos dejarnos de hipocresías y atender lo inmediato. Dejar de preocuparnos para empezar a ocuparnos, estableciendo un diálogo de civilizaciones efectivo y operativo. Esto va para toda la humanidad. Simplemente existe una realidad global de la que no podemos desentendernos. No tenemos ninguna excusa.

Existen muchos aspectos dentro del Islam que hacen referencia a una ética del comportamiento ante uno mismo, ante los demás y ante Dios. El Corán es un auténtico tratado de ética que explora desde los hábitos alimenticios, la salud física, el matrimonio, el derecho de la mujer al divorcio, la enfermedad y la muerte, las relaciones sociales, la educación, etc. Ante todo, es un tratado del respeto hacia uno mismo y hacia los demás que permite dotarse de la actitud necesaria para el acceso al conocimiento de Dios.

El sufismo, como rama esotérica del Islam, ayuda a deconstruir la idea de un Islam «absoluto», «rígido» e «indiscutible». Ibn al-Arabi, el maestro sufí de la edad media que marcó una dirección a seguir por todos los «amigos de Dios», demuestra a lo largo de su extensa obra espiritual que el Islam no es solamente e inherentemente plural, sino que permite la experiencia de múltiples Islam que no se excluyen entre sí. El sufí recorre este camino a lo largo y a lo ancho, para llegar a la conciencia de Dios. Al final de su vida, Ibn al-Arabi dirá «soy amigo de Dios» (Ana Al ‘Arif Billah), una de las formas por la que se conoce a los sufís; por su parte, otros grandes maestros sufís como Rumí o Mansur Al-Halady alcanzarán también esta conciencia última: «Yo soy la Presencia, la Verdad (Ana Al Haq)».

Sólo las acciones que provengan de un sincero sentimiento de perdón y hospitalidad en su más profundo significado (a veces indefinido, quizás un tanto ideal, pero siempre incondicional), constituirán la verdadera y única manera de poder caminar hacia una solución pacífica ante cualquier conflicto, para dar paso a la verdadera civilización.

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