¿Es la revelación para todos?

(142) Los necios de entre la gente dirán: «¿Que les ha apartado de la dirección en la que oraban hasta ahora?» Di: «De Dios son el este y el oeste; Él guía a quien Él quiere a un camino recto.» (143) Y hemos hecho así de vosotros una comunidad intermedia, para que con vuestras vidas deis testimonio de la verdad ante toda la humanidad, y para que el Enviado de testimonio de ella ante vosotros. (2:142-143)

(48) Y te hemos revelado a ti Oh Muhammad esta escritura divina, que expone la verdad, como confirmación de la verdad de lo que aún queda de revelaciones anteriores y como determinante de lo que de ello es verdadero. Juzga, pues, entre los seguidores de revelaciones anteriores de acuerdo con lo que Dios ha hecho descender, y no sigas sus erróneas opiniones en contra de lo que te ha llegado de la verdad. A cada uno de vosotros le hemos asignado una ley y un modo de vida distintos. Y si Dios hubiera querido, ciertamente, os habría hecho una sola comunidad: pero lo dispuso así para probaros en lo que os ha dado. ¡Competid, pues, unos con otros en hacer buenas obras! Habréis de volver todos a Dios: y, entonces, Él os hará entender aquello sobre lo que discrepabais. (5:48)

Estas dos aleyas del sagrado Corán, nada fáciles de interpretar, señalan el problema del alcance de la revelación. Desde hace tiempo se nos plantea el problema de si la revelación, que tan intensa es para nosotros, es igualmente válida para otros. Este tema se acentúa aún más cuando el islam pasa de ser un dīn (percepción holística del mundo) a una simple ideología religioso-política con afán proselitista. Cuando el islam se convierte en un «capital de fieles», más allá de los valores que lo inspiran.

El mundo contemporáneo pone, a menudo, en tela de juicio el concepto de dīn. Muchos lo ven como una amenaza porque obliga a trascender el deseo del ego (nafs) para hacer primar el bien (khayr) y la justicia (‘adl) colectiva. Ese bien y esa justicia solo se obtiene cumpliendo el mandato que Allāh t’ala definió para nosotros y transmitió a lo largo de generaciones en todos los mundos. Es la comunidad del punto medio, virtuosa, de la que se hablaba en 2:143. Además que no se nos olvide, Allāh es el señor de los mundos (Rabb al-‘alamīn). De mundos más allá de los que podemos percibir con nuestros limitados sentidos. Mundos a los que no alcanzamos a ver, ni a conocer sino es a través de Allāh y su ilimitado poder.

Para los musulmanes la revelación (waḥy) es un punto muy importante, innegociable. Es la certeza de que Allāh t’ala no solo ha sellado el pacto con nosotros, sino que es una invitación para no dudar de su creación ni de los mundos que la contienen. Pero no nos engañemos, la revelación pesa. Pesa porque es experiencia de Allāh y nosotros somos meros humanos de arcilla y sangre. Por eso, es una suerte y una bendición poder ser guiados desde la propia vivencia de alguien que experimentó y sufrió la revelación en sus propias carnes: Muḥammad (saws).

La experiencia de más de veinte años de nuestro amado Profeta Muḥammad (saws) revela algo más que el dictado de unas simples normas morales o unos dichos espirituales. Es más que un maestro. Él es el que sella una tradición milenaria de mensajes de mejora de la humanidad, de conocimiento, de trascendencia. Así, dice Allāh t’ala en el Corán:

(44) Y mandamos a Nuestros enviados, uno tras otro: y cada vez que a una comunidad le llegaba su enviado, le tachaban de mentiroso: y por eso hicimos que se siguieran unas a otras a la tumba, y las convertimos en meras historias: ¡fuera, pues, con una gente que se niega a creer! (Corán 23:44)

Como dice la aleya, los enviados -y sus mensajes- no son exclusivos del islam tal y como lo conocemos. Se han enviado a cada comunidad (umma) con sus mensajes respectivos. Son, claramente, anteriores al último mensajero (saws), quien venía a advertir no solo la unidad de esas revelaciones sino la importancia de las mismas. Así, la revelación se ha transmitido desde un comienzo hasta nuestro amado Muḥammad (saws) pero en ningún momento se habla de un mensaje exclusivo para una raza o credo.

Es más, en la aleya se enfatiza que es el ser humano el que cuestiona el mensaje, el que, incrédulo, se mofa de él y hace que estos mensajes no prosperen con la fuerza con que deberían. Es su propio egoísmo, su propio individualismo el que rompe el mensaje, por lo que Allāh decidió que muchos de esos mensajes quedaran reducidos a simples historias, que pierdan su fuerza por culpa del ser humano. Esta es la actitud del cafre (kāfir) tan mal traducido como «infiel». No es un tema de «fieles» o de «infieles», sino de aquellos que oyen los discursos por encima del lenguaje y los que hacen oídos sordos se apelliden como se apelliden.

Por eso, debemos ser conscientes que la revelación (waḥy) no es un patrimonio exclusivamente de los musulmanes, pertenece a la humanidad. Que hayamos recibido la última revelación es un motivo de bendición. Esto implica una visión más acorde con lo que Allāh pide de nosotros, más allá de simples culturas o creencias. La revelación nos obliga, necesariamente, a mirar de otra forma, con otros ojos, hacia el horizonte de la creación. Un musulmán no puede contentarse con creer que en él o ella acaba el mundo.

Hoy, ya en el siglo XXI, debemos replantearnos todo este tema como algo necesario. Ser musulmán no es pertenecer a un club o tener un certificado. Ser musulmán es una actitud ante la vida de sumisión al absoluto para lo bueno y lo malo. Aceptar la revelación implica cargar con ella, tanto con aristas punzantes como con amables surcos. Ser musulmán es incorporeizar la revelación más allá de lo estético, de lo cultural o de lo ideológico, es entregarse a la realidad y vivirla. Si no es así caemos ante la seducción de los ídolos que nos impedirán ver la verdadera realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

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