﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas, queridos hermanos, en los dos últimos siglos ha habido un movimiento global que ha llevado a la humanidad a una difícil encrucijada: individualismo, materialismo y nihilismo son tres de sus productos. La Creación de Allāh, el Altísimo, ha sido reducida a cantidad explotable y el mundo enfrenta una crisis medioambiental que está íntimamente ligada a la crisis espiritual que soportamos. El ser humano ha olvidado su rol como califa, vicerregente, de Allāh para convertirse en un nuevo Faraón que cree tener poder, pero que, en realidad, nada tiene. El olvido del humanismo, junto a la ética (akhlaq) y los valores morales, es una realidad que, posiblemente, paguemos muy caro en las próximas décadas. Se ha conseguido ocultar al pensamiento metafísico que, cimentándose en los trascendentales, construye la experiencia espiritual: bien, belleza y verdad. Tres trascendentales que la mayor parte de las tradiciones espirituales identificaban con atributos de lo divino.
El mundo vivido es nuestra responsabilidad, no puede haber un auténtico humanismo que no tenga una mirada sincera y profunda sobre nuestra realidad. Una vez asumimos nuestro trabajo personal y su correlato social, después de volver a pensar el concepto de comunidad y comprender que sin convivencia no hay vía hacia Allāh, llega el momento de afrontar el mundo vivido. Un mundo formado por química y física, por animales y plantas, por una realidad visible tan fuerte que nos envuelve, nos protege y nos amenaza, una realidad ante la que nos asombramos. Pues si había diversidad en la sociedad, el ser humano se sorprende de la diversidad en la naturaleza:
Él es quien hizo descender el agua del cielo, de ella bebéis y con ella emerge el pasto para vuestro ganado, con ella crecen el grano, los olivos, las palmeras, las viñas y todos los frutos. Un Signo es, ciertamente, para la gente que medita. Rige la noche y el día, el sol y la luna, y las estrellas para vuestro beneficio. Un Signo es, ciertamente, para la gente que medita. Y para vosotros multiplicó en la tierra muchos colores. Un Signo es, ciertamente, para la gente que acepta la admonición. (Corán, 16: 10-13).
Bellísima multiplicidad para saber de Su grandeza, para dejarnos arrastrar por Sus designios, para comprender que sin este mundo no podríamos existir. Queridas hermanas, queridos hermanos el humanismo para con el mundo vivido supone reconocer esa multiplicidad como necesaria para el ser humano y reconocer la grandeza que posee gracias a Su mandato. Es un ejercicio aparentemente simple, pero que esconde una gran muestra de humildad. En el islam el humanismo significa, precisamente, admitir que no somos centro, pero, en cambio, que somos responsables. La responsabilidad pesa más que el propio protagonismo metafísico. Por eso, en el transitar hacia la persona (shajṣun) hay un momento de humildad, de reconocer la Creación (khalq) y de tomar conciencia del mundo vivido. Si no, llegamos a la paradoja y pesadilla de la Modernidad: al ser pura maquina el mundo que vivimos, poco valor tenemos que otorgarle y mucho uso que darle. Podemos cuantificarlo todo y así pierde su valor.
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A lo largo de los siglos, se han sumado a esta visión, menospreciando la experiencia del mundo vivido en busca de una idea, una visión material o, simplemente, un control en un deseo de cuantificar la Creación. Así, tantas ideologías contemporáneas desafían, con una perspectiva extractiva, nuestra responsabilidad con el mundo. Visiones altivas hacia la naturaleza, incapaces de construir algo más allá. Y, sin embargo, el Corán dice:
Y es Él quien hizo jardines con parras y otros sin ellos, las palmeras datileras y tantos cereales diferentes, olivares y granados tan parecidos, tan diferentes. Cuando den fruto ¡comedlos!, pero dar un poco el día de la recolección. Y no lo malgastéis, pues, ciertamente, Él no ama a los que malgastan. (Corán, 6: 141)
La Creación, el mundo vivido, es una responsabilidad nuestra en tanto nos ha sido encomendada por Allāh, el Altísimo. El califato del ser humano es tomar conciencia de que el mundo vivido ha de ser escuchado y protegido de la misma forma que lo haríamos con nosotros, como lo hizo, en su momento, el Mensajero de Allāh ﷺ. Efectivamente Allāh, el Altísimo no ama a los que malgastan Su Creación para su propio beneficio, pues el perjuicio que crean, tan solo, les perjudica a ellos mismos. Así dice el Corán: «El mal tan solo perjudica a uno mismo y nadie cargará con peso de otros» (Corán 6: 164).
Y esto, como un círculo que vuelve a su comienzo, nos indica que la falta de saboreo (dhawq) del mundo vivido se debe, fundamentalmente, a una carencia en su construcción como persona (shajṣun) y, por tanto, la incapacidad de comprender la importancia del bien común (maṣlaha) de lo social. ¿Cómo poder construirnos, en singular y plural a la vez, si no somos capaces de contemplar el mundo vivido? ¿Cómo es posible que esperemos la belleza que ha de venir si después no somos capaces de contemplar el instante?
Ahí es donde entra nuestra ‘ibāda y la espiritualidad. Queridas hermanas, queridos hermanos, la espiritualidad sincera es el nexo entre la persona y lo social en tanto actúa de traductora simbólica. Es ella la que nos permite que, como personas (shajṣunin) y creyentes (mu‘minin) plenos, una vez purificados y orientados hacia la ‘ibāda, podamos compartir estas experiencias para y con otros. Esta es experiencia es lo que podríamos denominar humanismo islámico, en tanto nos permite ir más allá de nosotros para comprender que lo sagrado, la revelación y el símbolo no puede tan solo permanecer en nosotros, sino que es un patrimonio compartido.
El mundo vivido carece de límites si el creyente quiere comprender y aunque es un cúmulo de signos —y esto se enfatiza a lo largo de todo el Corán— que, en realidad, apuntan hacia un símbolo. Un símbolo que se nos muestra con una revelación descendida (tanzil) que se convierte en el centro de nuestra vida, de nuestra experiencia y que nos pacifica.
Y así pacificados podemos enfrentarnos a nuestra percepción de la realidad que, desafiante, se presenta ante cada uno de nosotros. Solo así podremos gustar (dhawq) y hacer alabanzas (ḥamd) a aquel que creó este mundo: «¡Loado sea Allah, aquel que creó los cielos y la tierra y estableció las tinieblas y la oscuridad!» (Corán, 6: 1). Que este mundo vivido no sea pesar sino alegría, que sea la más bella espera ante el mundo que habrá de venir (akhira). Queridas hermanas, queridos hermanos pidamos porque Allāh, el Altísimo nos haga vislumbrar Su Realidad (ḥaqīqa) ante nuestros humildes ojos y que seamos dignos de seguir la Sunna del Profeta para guardar el mundo en el que vivimos. Amén.
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.