La seducción del Bitcoin

Editorial

Hace un par de semanas hablábamos en WebIslam del «asunto bitcoin» y de su consideración jurídica dentro del islam. Hacíamos hincapié de que su conceptualización como ḥarām (ilícito) no era una decisión sencilla por parte de los sabios, pero su naturaleza opaca y especulativa condenaba a este producto financiero a no ser ḥalāl  (lícito) para los musulmanes.

Su última devaluación de más del 50% ha hecho saltar las alarmas que muchos musulmanes de los mercados financieros de Malasia e Indonesia ya habían señalado. El bitcoin es un juego perverso, especulativo y que no atiende al bien común (maslaha), al revés pues se usa extensamente para blanquear dinero y pagar actividades ilícitas. Así, el gran muftí de Egipto emitía una fatwa en este sentido y los ulemas de Indonesia advirtieron el pasado día diecinueve de algo muy parecido. Parece que poco a poco va habiendo el ijtihād (razonamiento interpretativo) ante el bitcoin va consensuándose entre los sabios islámicos.

Y, ¿cómo entenderlo nosotros, los musulmanes occidentales? Más allá de tener en consideración estas fatwas emitidas en estos países, tenemos que considerar las claves que nos da la tradición profética e islámica, es decir, desconfiar de los magos y de los «vende humos». La magia, sea la que sea, siempre es ingrata y egoísta. Esos grandes beneficios opacos no disponen de mecanismos de control objetivos, y ello supone estar en peligro de participar en asuntos oscuros. Oscuros en tanto no podemos garantizar su trazabilidad, algo fundamental en la economía islámica de ese dinero virtual opaco. Un dinero que no tiene retorno social, ni control y que fue forjado desde el criptoanarquismo? y el anarcocapitalismo, desde un interés personal por enriquecerse, más allá de aportar un retorno a la comunidad. Y eso a los musulmanes no nos vale.

Ante esto la sharia nos exhorta a pagar el zakat a los más desfavorecidos para restablecer el equilibrio  social conforme a la riqueza acumulada. En el islam no hay espacio para el egoísmo opaco que pretende solamente acaparar y poseer, al revés, la generosidad es dictado divino:

(26) Y da a los parientes lo que es suyo por derecho, así como al necesitado y al viajero, pero no derroches tus bienes sin sentido. (27) Ciertamente, quienes derrochan son hermanos de los satanes –ya que Satán se ha mostrado en verdad muy ingrato con su Sustentador. (Corán, 17: 26-27)

Como vemos esta ingratitud, este olvido por ser justos socialmente nos lleva a ser «hermanos de lo satanes», es decir, a olvidarnos que hay «otros». Esto es lo que provoca un bitcoin opaco y que no revierte en la comunidad, ni en la civil ni en la religiosa. El ḥarām (lo ilícito) aparece cuando no hay bien, cuando no persigue un bien común, cuando la amenaza de usura planea como un buitre sobre muchas cabezas. Y, aun así, podíamos seguir pensando: ¿Qué tiene esto que ver con la creencia? ¿Qué tiene que ver con la espiritualidad?

La seducción que ejerce el nafs (ego) es tan cotidiana, que debemos luchar en cada momento contra ella, en acciones cotidianas y en otras que no lo son tanto. El nafs vela la vista, nos deja miopes ante la realidad que es cristalina. El ver borroso es muy peligroso, y más en mundos de claroscuros como es la red donde nada es lo que parece. Todo es tan fácil, tan virtual, tan hiperreal que nos ciega… Esta es la nueva magia, la hechicería del siglo XXI egoísta y dañina para nosotros y cualquiera que se ponga por delante. Esa magia del ego es la responsable del olvido del «otro».

Pensemos que cuando los sabios y los especialistas optan por declarar —con las bases de la sunna y el Corán— algo ḥarām (ilícito) no es aleatorio ni interesado, es por salvaguardar nuestra salud espiritual y física. Los dictados que marcan estos asuntos son tan profundos que pocas veces somos conscientes de sus intenciones. Sin embargo, y como decía un venerable maestro mauritano, Allāh t‘ala ha dispuesto más ḥalāl que ḥarām, así que aprovechémonos de ello. Que la adopción de lo lícito nos sirva para enriquecer nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestra sociedad.

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