El respeto (iḥtirām) es una categoría básica en nuestro dīn, en nuestro camino espiritual. Respetar es construir lazos con la creación y ser conscientes que Allāh t‘ala quiere que vivamos en gran plenitud. Sin embargo, en nuestro tiempo, este valor tan fundamental falta para musulmanes y para aquellos que no-musulmanes.
Vivimos en un mundo en el que el respeto significa poco o nada. Y esto se debe a que un vacío ético se ha apoderado de las sociedades y las envenenan lentamente. Así, no cuesta trabajo oír a líderes mundiales que difaman, mienten y faltan a la dignidad de las personas. Gente que, profundamente, fomenta el odio. Faltar al respeto es una agresión, a veces más doloroso que la física porque nos ataca como personas, nos degrada en nuestra presencia en el mundo. Es destruir nuestra humanidad, nuestro papel en la creación.
El respeto va unido íntimamente a la ‘ibada (práctica espiritual). Aquí da igual la religión o la creencia concreto porque el creyente siempre debe tener esa conciencia de que Dios ha creado el mundo para ser guardado por nosotros. En nuestro caso, nosotros los musulmanes tenemos este ejemplo plasmado en el propio Corán, en el que Allāh t‘ala dice:
«Y digo a mis siervos que ellos solo deben decir lo excelente (…) (Corán 17:53)».
Ese «decir lo excelente» es el inicio del respeto. No se trata de mentir sobre realidad o de no denunciar injusticias, se trata de ser justo en cada palabra, en cada acción, en ver lo que el «otro» ha hecho y en ser consciente que hay diferencias. Esas diferencias —si estas no son perjudiciales— son bendiciones, responden a la pluralidad que Allāh t‘ala ha querido para el mundo.
El respeto se configura como la base de una sociedad justa, tolerante y diversa. Todos principios que el islam transmitió desde sus inicios, desde la experiencia de vida de nuestro amado Profeta Muḥammad (saws). El Profeta siempre fue respetuoso y tolerante, siempre guardo a los «otros» frente a los injustos, y nunca humilló ni falto el respeto a nadie. Incluso en las batallas que libro siempre mantuvo una gran caballerosidad, siendo clemente y justo cuando tenía que serlo.
Allāh nos pone una prueba con el respeto. El reto es ser capaces de diluir nuestro ego (nafs), ese que quiere acapararlo todo, ese que nos hace ser egoístas, caprichosos y volubles, ese que no nos deja ser creyente. Nos convierte en niños sin inocencia, en seres débiles que temen perder todo lo que tienen y se aferran a una realidad sobre la que no dominan. Un creyente con majestad (jalāliyya) otorgada por Allāh sabe que nada le pertenece, que nada puede decir de una creación que le es dada en usufructo. Aquel que falta al respeto, que se burla con maldad demuestra ser inferior y no apto para ser un siervo de Allāh. Porque el creyente debe de someterse a la realidad última y saber que su voluntad es la que es. El respeto disuelve el egoísmo y el odio, y nos pone, necesariamente, en un mundo sin diferencias y basado en la misericordia.
La misericordia (raḥma) es la base del respeto. Porque la raḥma es potencial, se despliega. Y de la misma manera que el nafs va envenenando la persona, la raḥma cura el corazón del creyente haciendo que el respeto sea una realidad, conectando con el «otro». Dijo el Profeta (saws) en un ḥadīth: «Quienquiera que no muestre misericordia por la humanidad, Allāh no la mostrará para él» (Tirmidhi, 27:28); y en otro ḥadīth nuestro amado Profeta dijo: «Al que tenga misericordia, el Raḥmān le mostrará (El Misericordioso) misericordia. Se misericordioso en la tierra y se te mostrará quien lo es en los cielos (…) (Tirmidhi, 27:30)».
Nuestro mundo tiene una gran carencia de misericordia. Miramos hacia otros lados con cierto escepticismo, con pasotismo, con amargor y odio. Nuestro tiempo nos enseña a no llorar, a vivir en el hedonismo y la aparente facilidad. Nos aleja, también, de una aparente debilidad. Pero no nos engañemos, el ser creyente implica valentía, implica misericordia e implica empatía. A veces duele hacer todo esto en nuestro interior, pero ayuda a tanta gente… Nos importa el mundo porque somos sus responsables. Y para ello el respeto es clave. Ese respeto unido a la misericordia cambia el mundo como bien nos enseñó el amado profeta ‘Isa Jesús (AS).
Comenzar cada día con respeto, amor y misericordia es abrir una puerta más hacia el jardín eterno, hacía la sombra de la eternidad.