Estos días Buda está teniendo pesadillas. El gran maestro de la compasión y el sufrimiento está sufriendo por el drama de los rohingya. Aquellos que dicen ser sus discípulos, sin ninguna piedad, ejecutan a inocentes. La compasión se difumina y tan solo queda el totalitarismo. Un totalitarismo que esta vez viste de azafrán y que dice que porta los atributos del Buda, que porta vestido con sedas de premio Nobel y galones militares.

Ante los totalitarismos las lógicas se parten, las emociones se secan y el odio posee cualquier mente por muy sabia y docta que sea. En ese terreno opera Ashin Wirathu y sus fundamentalistas autodenominados budistas. Esos atributos que dicen defender se transmutan en odio, en violencia y en mensajes de post-verdad lanzados a la población birmana. Un budismo que no es budismo sino chauvinismo, malsano nacionalismo con túnicas de color azafrán manchadas de sangre.

Ante los totalitarismos las lógicas se parten, las emociones se secan y el odio posee cualquier mente por muy sabia y docta que sea.

Birmania es uno de esos estados fallidos. La violencia se asienta en el imaginario colectivo. Dictaduras de diverso color, guerras civiles, violencia entre etnias. Los rohingyas son sus últimas víctimas. Un pueblo que sufre la violencia y la mentira repetida una y otra vez. La islamofobia propia de los pobres, de quienes ven como su presencia cuestiona un estado de mentiras étnicas y religiosas.

La situación de los rohingyas debería hacernos reflexionar a un nivel más profundo, mucho más profundo de lo que nos cuentan. Porque la violencia no es contra todos los musulmanes birmanos, sino exclusiva contra los rohingyas, los pobres, los desheredados. En Birmania la comunidad musulmana se divide —de acuerdo al artículo del Prof. Imtyaz Yusuf— en cuatro:

  1. Los Chulias, musulmanes de origen indios que siguen las tradiciones culturales del subcontinente y que se encuentran situados en la clase media. Nunca han dejado de sentirse más indios que birmanos.

  2. Los Pathi, que son descendientes de los matrimonios mixtos entre indo-persas y birmanos. Se ven mucho más cerca de los birmanos budistas tanto étnica como culturalmente. Hoy son una minoría que pasa desapercibida entre el resto de birmanos.

  3. Los Hui, descendientes de los musulmanes chinos llegados por negocios y presentes desde el siglo XIII, si bien encontraron refugio en Birmania tras las persecuciones religiosas de 1949 en China. Toda su etnicidad y cultura es china, y son minoría diferenciada, aunque no se les ve como musulmanes sino como a chinos.

  4. Y, por último, los Rohingya. Son los antiguos habitantes del estado de Arakán y no solo se les discrimina por su religión sino por su raza. Los birmanos les llaman «kalla» (negros). Se les ve como extranjeros invasores —al contrario que los otros musulmanes en el país— y como disruptores en el estado birmano.

Esos rohingyas son los «otros» que violentan al país. Los violentan porque son pobres, racialmente distintos y tienen prácticas que amenazan a un estado que pretende homogeneizar a la población. Violencia contra la incomodidad justificado en su debilidad social. Por eso hacen una limpieza étnica porque es un odio contra la existencia, no solo contra la religión. No es islamofobia, es simplemente totalitarismo.

Las doctrinas no inspiran el odio, los totalitarios rehacen las doctrinas

Es el mismo totalitarismo que exhibe el DAESH en Medio Oriente o Boko Haram en el Sahel. Es la locura que se intenta justificar desde narrativas, falsamente, religiosas. Esencias que acaban convertidas en humos tóxicos que envenenan a la población y les hace creer que el «otro» quiere destruirles. Véase el atentado de Londres o el atentado de Dirqa (Iraq) esta semana. No somos los musulmanes, son diablos con apariencia de musulmanes.

Por eso, los musulmanes no podemos caer en un odio al budismo. Ni los cristianos ni los budistas deben odiar al islam. No es el budismo, es el movimiento 969. No es el islam, es DAESH. Las doctrinas no inspiran el odio, los totalitarios rehacen las doctrinas. Y esas doctrinas recalentadas se lanzan como combustible a gente que llenos de ira y odio perpetran el horror. No debe de haber espacio para cualquiera que predique la violencia.

Más allá del binomio bueno/malo está la lógica de la realidad. Una lógica difusa, muy compleja de interpretar para nosotros gente binaria, pero mucho más benéfica. Y lo decimos otra vez: duele mirarse al espejo y verse a sí mismo como «otro». No creamos al que no quiere el espejo. El confrontarnos con nosotros mismos, el aprender a ver lo diverso, llegar a ser un ciudadano de la medina global que comercia e invita a té al extranjero es nuestro objetivo. Un té que vino de China, que trajeron a poniente los musulmanes desde la India. Un té que compartimos musulmanes, budistas y cristianos.

Y si, el Buda tiene pesadillas estas noches de final de estío. Su compasión es profanada por un monstruo vestido de azafrán llamado Wirathu y sus seguidores. El Buda sueña que su cabeza es cortada porque está cerca de los pobres, porque es un simple kalla rohingya. Y mirando al vacío vuelve a intentar quedarse dormido, esperando a que los insignificantes humanos aprendan la compasión.

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