El Islam formula esos derechos, ahora bien, ¿cómo los garantiza? En primer lugar, lo hace con la autoridad innegable que tiene el Corán. El imperativo coránico tiene entre los musulmanes una fuerza definitiva e incontestable. Y si el Islam es un hecho tan homogéneo en sus características fundamentales, si sus enseñanzas son tan universalmente aceptadas sin existir discrepancias, a pesar de la ausencia de instituciones encargadas de regularlo, es debido sin duda al peso absoluto del Corán como Revelación. Es fácil darse cuenta de que los musulmanes no se toman a la ligera las enseñanzas contenidas en el Libro. El mundo islámico es movido por un respeto inquebrantable a la fuente misma del Islam, y el hecho de que algo aparezca en sus páginas es suficiente para que se aspire a comprender sus pautas u orientaciones y en ese sentido, percibirlo como signo revelador de la propia conciencia.
El Corán ordena innumerables veces dejar de lado el egoísmo, los intereses personales, las rencillas y los valores individuales para abrir paso a sus enseñanzas, destinadas a construir una comunidad con un claro objetivo de justicia y equidad por encima de particularismos y pertenencias. Y la segunda fuente, después del Corán son los hadices, es decir lo que se desprende de los dichos y hechos de Muhammad, sus apreciaciones y valoración de las cosas y del mundo que le rodea, su sensibilidad y su capacidad de escucha. Si bien, hay que encontrar entre las diversas fuentes una relación armónica, un equilibrio de fuerzas que concuerde con los principios del sentido y el bien común. Es decir, que el conjunto de enseñanzas de todo aquello que mantiene la coherencia ética esencial es Islam. Y dice un hadiz, que todo en el Islam es adab (cortesía), así que toda convivencia tendrá que basarse en el respeto.
Y si bien no puede esperarse que todos y cada uno sean estrictos en su cumplimiento con las enseñanzas del Islam, ni siquiera en uno de los objetivos principales de estas enseñanzas que es perfeccionar, pulir o embellecer el carácter (ajlaq), la sociedad musulmana en su conjunto se siente responsable de cada uno de sus miembros, buscando la salud de todo el cuerpo. Un dzimmí dañado en sus derechos no tardará en encontrar a quien lo apoye en su causa, como ha sucedido en muchas ocasiones. Y si es un gobernador el que comete la injusticia se encontrará con la oposición de los alfaquíes, creadores de la opinión común del respeto debido a las minorías. En cualquier caso, es prácticamente imposible que los dzimmíes se encuentren aislados en un contexto musulmán. Siempre se alzará junto a ellos una voz de protesta que no callará hasta no ver restaurados los derechos que les garantizan el Corán y la Tradición. Un ejemplo reiterado es la postura de al-Awza´i (15), uno de los primeros formuladores de la jurisprudencia islámica, de quienes desciende la antigua escuela de Siria: el gobernador abbasí de su tiempo ordenó desterrar a una comunidad dzimmí que habitaba en un pueblo de la sierra del Líbano, porque algunos de ellos se habían opuesto a pagar la ÿizia. El tal gobernador era pariente próximo del mismísimo califa. Al-Awza´i le envió el siguiente mensaje:
“¿Cómo te atreves a castigar a muchos por la falta de unos pocos? ¿Por qué expulsas a inocentes de sus casas y de sus tierras? El Corán dice: Que un mal no siga a otro. Esta es la enseñanza que debes seguir y el ejemplo que debes imitar. Guarda las palabras del Profeta, que dijo: -Yo soy el contrincante de aquél que dañe a un dzimmí o lo sobrecargue con lo que no pueda soportar. No son esclavos, sino libres, y ningún derecho tienes a obligarles a cambiar de residencia” (16).
Ninguna injusticia cometida contra los dzimmíes ha sido larga. Los anales del Islam recogen la siguiente historia: el califa omeya al-Walîd ibn ‘Abd al-Malik confiscó a los cristianos una iglesia para permitir el agrandamiento de una mezquita. Cuando le sucedió a la cabeza de los musulmanes ‘Umar ibn ‘Abd al-‘Aziz se presentaron ante él los cristianos quejándose de su antecesor. El nuevo califa ordenó que les fuera devuelta la iglesia, aunque para ello hubiera que demoler la mezquita (17). Desde la misma fuente se informa de que Al-Walîd ibn Yazid mandó deportar a los dzimmíesde Chipre, ante la inminencia de un ataque bizantino. Aunque lo hacía para protegerles, estos no querían abandonar sus tierras e hicieron pública su queja, que llegó a todas partes. Hubo una reacción inmediata a su favor por parte de los alfaquíes y del pueblo llano, y al-Walîd tuvo que retractarse de su decisión, lo cual se cuenta en su biografía como una virtud elogiable, que lo hacía digno de la responsabilidad que detentaba.
Este texto fue publicado en 2009 en el libro Islam y Derechos Humanos de Yaratullah Monturiol publicado por Junta Islámica