Extracto y adaptación de la charla pronunciada por Abderrahman Muhammad Maanan, uno de los autores más importantes del islam en español contemporáneo, sobre Sufismo: razón y caos. Este artículo fue publicado en Webislam.
En el título, hemos descrito estos relatos como sufíes, y son necesarias también aquí algunas precisiones, sobre todo para evitar equívocos que nacen de un uso abusivo del término por su puesta en boga en ciertos ambientes occidentales. El sufismo (tasawwuf) es una ciencia o arte que gira en torno a la idea de la wilaya. El sufismo desvela los métodos a seguir para alcanzar la intimidad con Allah, clasifica a los awliya y recoge su sabiduría. Seguir la vía sufí es emprender una trasformación que purifica el corazón para hacerlo esponjoso ante la esencia de las cosas sumergiéndolo en la Unidad que engloba y gobierna a toda la existencia. Estudiar sufismo es introducirse en el conocimiento del mundo de los awliya.
Esta ciencia o arte aparece dos siglos después de la hégira. Esto no quiere decir que la espiritualidad musulmana tuviera sus orígenes entonces, sino que su codificación se produce cuando el progresivo refinamiento de la cultura islámica contó con los medios suficientes para expresar de una forma metódica las experiencias místicas. Efectivamente, los sufíes suelen decir que, antes de la fecha en que su ciencia fue formulada “el sufismo era una realidad sin nombre”.
El sufismo es, por tanto, una explicación y una codificación, hasta cierto punto externas al fenómeno que nos atañe, pero que acaba apoderándose por completo de las múltiples manifestaciones espirituales en el Islam, convirtiéndose en su lenguaje. Esto quiere decir que es imprescindible conocer esta ciencia para encontrar la clave de los comportamientos y el significado de las alusiones que contienen los relatos populares sobre los awliya. La elaborada y compleja ciencia de los maestros sufíes -todos ellos, por supuesto, grandes awliya a su vez, venerados en todo el mundo islámico- es el respaldo teórico para la cuestión de la wilaya.
Con lo anterior queremos llegar a un punto esencial en la idea que queremos trasmitir. Los relatos populares que tienen como protagonistas a awliya excéntricos que perturban con sus actos el devenir normal de las cosas no son un cúmulo de narraciones arbitrarias sin fundamento alguno. Más bien, son la plasmación de un saber popular que tuvo sus “teorizadores cultos” y que le dieron carta de naturaleza en el Islam. La sutileza extrema de los grandes tratados sobre sufismo, su precisión a la hora de exponer los matices del concepto de wilaya y la doctrina sobre la que se sostiene, son exponentes de la seriedad del asunto.
Este trasfondo culto dota de una originalidad innegable al legado del que tratamos, que no es una masa informe de narraciones salidas sin más de la imaginación del pueblo, alejada de la ortodoxia y mero exponente de la genialidad o fantasía del vulgo. Esa espiritualidad previa al Islam encuentra en él su propio cauce y su legitimidad. Sólo en círculos reducidos en el pasado, y masivamente en la actualidad, encuentra un rechazo que no debe confundirnos: no se trata de un Islam heterodoxo frente a otro más culto y fiel a los orígenes. Tal calificación de heterodoxia sólo le convendría hoy al estarse imponiendo una interpretación del hecho espiritual calcado sobre modelos exteriores al Islam y basado en prejuicios y equívocos.
Razón y caos
Un rápido repaso a la evolución de ciertas ideas dentro del Islam esclarecerá aún más lo dicho en los párrafos anteriores. Ese segundo siglo después de la hégira fue un periodo de reflexiones en el que cristalizaron las grandes formulaciones del Islam. Un campo especial nos interesa, el del Kalam o teología musulmana. De modo esquemático, podemos decir que la primera corriente bien vertebrada, la de los mu‘tazilíes, se orientó hacia un decidido racionalismo en el que se reducía al máximo posible la interferencia de lo sobrehumano en la vida de los hombres. La función de Allah ha sido sólo la de dar existencia a esencias anteriores, inmutables, con leyes propias que la razón puede conocer. El universo está gobernado por estrictas reglas de causa y efecto inquebrantables, con una lógica asequible, lo cual proporciona al hombre una seguridad absoluta.
Sin embargo, pronto los mu‘tazilíes sufren una oposición que, al principio, surge de entre sus propias filas. Al-Aš‘ari formula un nuevo sistema y crea una nueva escuela, el aš‘arismo, que tendrá un enorme éxito, y acaba con el tiempo desbancando al mu‘tazilismo. Según los aš‘aríes, Allah crea la esencia y la existencia de cada cosa, no habiendo leyes inmutables más que en la apariencia. Si bien la existencia se muestra dentro de una lógica, por pura bondad de Allah, en esencia no hay más que la pura Voluntad del Creador, cuyo Poder no está sujeto a ninguna condición.
Los aš‘aríes no impugnan la razón, pero la reducen a un ámbito determinado, el de la existencia práctica. Además, sus conclusiones derivan de una cadena de razonamientos que acaban por demostrarles que, en realidad, no hay donde aferrarse, que el universo es constantemente un prodigio que no puede ser reducido a leyes racionales. El prodigio no es una excepción, sino la manifestación clara de la libertad en la esencia de las cosas. El aš‘arismo, u otras formas más radicales de lo mismo, como el hanbalismo o el zahirismo, son la base doctrinal del sufismo y la justificación del universo fabuloso de la santidad 1.
Curiosamente, en esa evolución del pensamiento islámico, las fórmulas se aproximan cada vez más hacia posicionamientos literalistas. Pero ello no va en detrimento de la espiritualidad, como cabría suponer en un primer momento. Al contrario, la lectura literalista del Corán y de la Tradición (Sunna) implica una severidad que obliga al musulmán a encontrar el espíritu que busca en la realidad que le rodea y de la que forma parte. Por ello, los sufíes y awliya de mayor prestigio pertenecieron a escuelas de pensamiento y de derecho rígidamente literalistas: al-Ŷilani fue hanbali, Ibn ‘Arabi se decantó por el zahirismo de Ibn Hazm de Córdoba,…, y enseñaron que la fantasía no debía sustituir el encuentro con lo fabuloso en la materialidad de la existencia, pues se trataría de una seudo-experiencia. Lo fabuloso está presente en la realidad, es inmediato, y no reside en la ilusión.