Uno de los temas menos reflexionado en nuestra joven comunidad islámica española es la bioética. Una disciplina básica y esencial que nos conecta con el mandato coránico, refrendado por la tradición del hadith, del cuidado de nosotros mismos y de nuestro medio, en suma, la responsabilidad con la vida en cualquiera de sus formas o estados. Es la reflexión por la supervivencia, por el cuidado de nosotros mismos. Es una disciplina para el futuro.
La bioética es una disciplina estrella para los católicos y los protestantes, quienes han elaborado largos tratados sobre el tema disertando sobre la vida y sus límites. Tanto que esta forma parte de su identidad doctrinal y de su práctica diaria. Porque la bioética es ante todo praxis y conciencia de lo real. La conciencia ante la realidad y la tiranía del yo, es simple justicia. Es, como dice el filósofo jesuita Juan Massia, un “cuidar” y “manejar” la vida.
El creyente de cualquier forma religiosa parte de la observación de la realidad, de las prescripciones de la revelación y de su experiencia para decir que está bien o que está mal. Un constante enfrentarse al egoísmo y al hedonismo que, aparentemente, suele ser más sencillo que la praxis correcta, pero que en el fondo esconde algo más perverso. El romper el valor intrínseco que tiene la vida para satisfacer un impulso sencillo que es efímero.
Para que la bioética funcione tiene que tener muy en cuenta al ser humano y explorar no solo su cuerpo, si no ir más allá y descubrir que en su finitud es un ser eterno. Esa eternidad tan propia del ser humana hace que su responsabilidad no acabe en la tumba, sino que herede un plus de responsabilidad para con su descendencia, para con la sociedad. La bioética no es solo la ética médica, sino el cuidado y la protección de la persona, de su alimentación, de su medio de vivencia. Es algo más integral y que nos exige madurez para hacernos cargo de esto. Todo esto está íntimamente unido a la libertad de conciencia, a la libertad que nos da la plena actuación y creencia en una sociedad como la nuestra.
Sin embargo, los musulmanes la hemos descuidado, por lo menos en España. En nuestras comunidades se hablan de vetustas e impostadas teologías importadas o de discursos políticos que acaban enfadándonos, pero nos falta hablar de la realidad, de la vida. Ahí es donde entra la bioética, la necesitamos en nuestra día a día. Al igual que necesitamos ser conscientes de nuestra libertad de conciencia, algo que como minoría no tenemos asimilado aún.
Los musulmanes españoles debemos ser más conscientes de la importancia de estos temas. Debemos serlo porque nuestros hijos deben encontrarse las cosas más fáciles que nosotros y sin mirar constantemente al abismo de la ética importada, que acaban convirtiéndose en moralina. No hay que repetir el catecismo del país X, si no atreverse a pensar y a dialogar. La nueva generación de musulmanes españoles debe sentirse libres y ser capaces de conjugar nuestros preceptos éticos para con la vida con el orden legislativo español. Y construir diálogo social, defendiendo los preceptos que consideren más oportunos según su libertad de conciencia.
La bioética es un campo de una gran presencia y complejidad. Como hemos dicho no es solo la ética médica, sino que es la integridad de la persona. En estos debates, que parecen agotados, los musulmanes podemos aportar mucho más de lo que parece, pues tenemos la suerte de tener una creencia más abierta de lo que parece en cuestiones de bioética. Aunque para ello, tengamos que hacer una arqueología del conocimiento y recuperar el espíritu del islam tradicional y olvidar a los oscurantistas que hoy en día quieren atribuirse el nombre del islam. Una lucha que hay que hacer si se quiere jugar en el espacio público.
Por ejemplo, tenemos el caso de la definición de ser humano, y su consecuente protección. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué lo fundamenta? ¿Cuánto impacto tienen nuestras acciones? ¿Cuánto hay que proteger la vida? Estas son algunas preguntas que podemos hacernos y al responder estaremos haciendo bioética general. La respuesta de estas preguntas podría ser un camino compartido por el Corán, el hadith, la tradición de los sabios y, sobre todo, la experiencia de vivir en un ambiente tan diverso como el nuestro. Algo que debe estar alejado del cientifismo, agresivo y sin alma, y de la “tecnolatría” (idolatría tecnológica”) que amenaza a cualquier persona con un poco de sensibilidad vital.
El aspecto de la familia, desde un planteamiento bioético, es básico. Es la unidad vital básica y mubārak para los musulmanes —sin menosprecio a la diversidad que puede haber en otros segmentos de la sociedad en su libertad de conciencia—. El cuidado y el respeto a la familia debe ser una de los principales elementos en la praxis islámica, ya que en ella está el crecimiento social. Es el ámbito natural de la educación y donde se articulan los valores personales de los hijos, futuros garantes de todos estos valores sociales y morales en la sociedad. En el islam la familia no es una simple unión con fines reproductivos, sino una senda hacia el paraíso. Por eso, su protección y la reflexión que hagamos sobre ella como entidad debe ser desde la bioética desde la mentalidad de los musulmanes españoles y no desde un panfleto escrito por Allah sabe quién o el púlpito virtual de un telepredicador.
Por otra parte, la singularidad islámica podría aportar al debate de la bioética más técnica. Por ejemplo, en la rama de la bioética de la identidad genética y reproductiva, el islam entra fuerte cuando se trata, por ejemplo, de definir el derecho a la identidad genética. Todo musulmán tiene derecho a conocer su identidad genética, es decir, que no se oculte su linaje y, al amparo de las tecnologías, podríamos decir que incluso a conocer su estudio genético para proteger su identidad. Parece un tema baladí pero no lo es. Se protege la herencia y el legado biológico de los ancestros, que bien podría articularse con las nuevas tecnologías y salvar vidas como en el caso de las nuevas técnicas contra las enfermedades genéticas. Porque Allah t‘ala nos ha dado conocimiento, dentro de la determinación de nuestro destino (qadr) para mejorar nuestra vida. Para poder llegar más allá y salvar obstáculos que no lo son, como en la reproducción asistida. Al final, el nombre del viviente (Al-Hayy) que pertenece Allah se impone. El límite está en saber que ciencia y tecnología son siervas de Allah y no sus sustitutas.
Al mismo tiempo, de poco serviría todo este discurso sino se tiene presente que el medio ambiente tiene que cuidarse de forma excepcional y con una conciencia plena. No es solo un ecologismo “naïf” o “flower power”, sino algo más profundo y serio. Nuestra responsabilidad para con la creación, puesto que nosotros somos sus garantes. Las prácticas deben estar a proteger lo que Allah nos ha dado en préstamo. Un préstamo que nace con el mandato coránico hacia Adam (as) de ser su regente en la tierra (Corán, 2:30).
La bioética entendida como ética ecológica nos incumbe, por ejemplo, en una vida halal. En el cumplimiento de los preceptos éticos que ello conlleva, con el cuidado de nosotros mismos en tanto somos organismo y de nuestra experiencia con el medio ambiente. El desarrollo de una eco-teología —nuestro hermano Bilal Lagarriga ya hizo una primera incursión en este tema— es otro de los retos a los que nuestra joven comunidad necesita urgentemente. Tenemos que pensar en que las acciones que hagamos repercutirán en el futuro, en nuestros hijos y nietos y tenemos un deber con ellos. Contaminación, alimentación, crecimiento sostenible también tienen que ser pensado desde la bioética y desde esa capacidad de acción que nos ha dado Allah t‘ala. Tenemos que ser parte activa en la conversación y protección de la creación, nuestro mundo.
Resumiendo, y poniendo puntos suspensivos al editorial de esta semana, podemos decir que la bioética es mayoritariamente la aplicación de la rahma (misericordia potencial) y de furqan (discernimiento) sobre asuntos que tocan de lleno nuestra vida y de los que más queremos. Además, actuando de esta manera ayudaremos a nuestra sociedad, seremos más cívicos y trabajaremos por todos no solo por nosotros y nuestro “bendito” egoismo. Pensemos, reflexionemos y actuemos, insh’Allah, porque de ello depende nuestro futuro, es nuestra obligación, nuestro deber. Y aunque parezca una montaña, la escalaremos y descenderemos al verde valle. Que no se quede todo esto en simple letras, volveremos a ello haciéndolo…