No hay duda que él fue el más noble de la humanidad, el Señor de los hijos de Adam, la persona con más alto rango a los ojos de Allah y el más cercano a Él. Lo sabemos por los numerosos ḥadīthes que nos cuentan esto. (Qadi Iyad, Al-Shifa’, p. 34)

WebIslam se une a la celebración del Mawlid al-Nabi 1439h/2017. En un día como hoy, los musulmanes debemos recordar la figura del último de los mensajeros (saws) como elemento central de nuestro dīn. Nuestro Profeta es la razón de nuestra práctica del islam, la normalización de nuestras prácticas y el guía hacia el eterno jardín.

La figura de Muḥammad (saws) siempre suele ir envuelta de polémica para aquellos que no le conocen. Y es normal, los grandes personajes de la humanidad siempre van unidos de polémica. Es connatural a ser alguien especial, y nuestro Profeta (saws) lo fue y lo es. Decía Muhammad Iqbal, el gran sabio y poeta indio, en su divan Javid Nama (El libro de la eternida): «Piensa que podrías negar a Allah, pero jamás podrás negar la gloria de su Profeta».

Hoy, que vivimos en una sociedad altamente olvidadiza, se hace más necesario el recuerdo (dhikr) del Mensajero de Allah (saws) cada día, cada hora. Sus nobles cualidades, su factura ética o su esfuerzo por vivir son ejemplos que todo el mundo puede tomar de su figura. Decía el Profeta (saws) en un ḥadīth —y haciendo un acto de autoconciencia— relatado por Ibn Abbas y recogido por Tirmidhi: «Yo soy el más noble, entre el primero y el último, y esto no es petulancia».

Su modelo ético es de una actualidad incuestionable. Generoso, buen padre, buen esposo, atento con la comunidad, trabajador ejemplar, hombre de justicia, caritativo amable, sonriente… Es lo que deberíamos aspirar todos aquellos que queramos obtener una sociedad mejor. El modelo muḥammadiano es el que puede construir una sociedad plena, justa y libre, en tanto el trabajo, respeto y la positividad son básicos. La sunna de la sonrisa, la sunna de la lengua o la sunna del trabajo hacen mejores la sociedad. Decía el gran sufí senegalés Ibrahim Niasse: «Si la humanidad quisiera describirme/ no encontraría nada, salvo el Profeta (saws), es mi única fuente de felicidad».

Sin embargo, los musulmanes estamos obligados a un poco más. A esa parte externa (ẓāhir) hay que sumarle el contrato metafísico que toda acción lleva implícita en el plano interno de la realidad (bāṭin). Estamos obligados a verle más allá de la carne, y ver su luz que resplandece. Ver esas dos dimensiones es la compresión del islam, es vivir el regalo de Allah t‘ala nos hace.

Para nosotros, y esa es una de las perversiones de estos tiempos, Muḥammad (saws) no es solo un ser físico sino un ser de luz, que proviene de Allah t‘ala, y que Él le ha convertido en un ser especial, en un guía (hādy) y en un purificador (māḥy) para nosotros. Por eso es tan importante amarle.

Amar al Profeta (saws) es vivir plenamente el islam, a través de la segunda parte de la shahada. Significa pactar con Allah y con él (saws) —en un plano metafísico— que seguiremos su ejemplo según dicta el libro y la sunna, sus acciones cotidianas. Ese pacto reduce el vértigo que da la primera parte de la shahada. Es tener un respiro ante la inmensidad de Allah t‘ala y aferrarnos a nuestra humanidad. De la oscuridad que genera en nosotros, mortales, la luz infinita de Allah a la luz medida y progresiva del Profeta (saws). Por eso él es la lámpara luminosa que no nos ciega (Corán 33:46) pero que ilumina aquello que necesitamos. Es solo el Profeta el que puede comprender cada acción nuestra, cada debilidad, cada anhelo… Él es el que guía hacia las puertas del juicio y por eso él está en la posición del alabado (Al-Maqam al-Mahmud). Ese día del juicio él, el Profeta de Allah (saws), suplicará por su comunidad y Allah le oirá, como relata el ḥadīth de Abū Hurayra. Dice Al-Jazuly, comentando un ḥadīth de ‘Umar b. al-Khattab sobre el amor al Profeta, en su Dalā’il al-Khayrat: «¡No, en verdad, no cree realmente quien no siente amor por él!

Y tú, ¿Qué decides para tu vida? ¿Vivir cerca del Profeta (saws) o alejado de él?

Hay que imaginarse qué valor tiene amarle, hay que imaginarse cuanto nos puede dar su generosidad. Por eso, hay que regresar a hacer las salawats sobre él. Cuanto más agradecemos a la creación, concentrada en Él, más recibimos. Nuestra conciencia de Allah (taqwa) solo puede surgir imitándole, siendo un siervo (‘abd) como él era, a pesar de ser su vicerregente.

Decir esto a día de hoy, es tremendamente complejo. Mucha gente ni siquiera creerá un par de líneas, pero el islam es mucho más que un catecismo. El verdadero islam se condensa en seguir la sunna del mensajero más y más y alcanzar la excelencia (iḥsān) como en el famoso ḥadīth de Jibrīl. No es fácil, lo sabemos, pero quien quiere una vida sin retos.

La gran enfermedad de la Ummah es el olvido (ghafla) que habita en nuestro corazón. Ese olvido nos hace ser injustos, egoístas, débiles e interesados, y eso solo se cura con trabajo espiritual. El olvido incluye dejar de considerar al Profeta (saws) como nuestro guía, como nuestro maestro, como nuestra luz. ¡Cuán importante es volver a traerlo a nuestra vida cotidiana!

Son esos retos los que nos hacen avanzar, los que nos hacen ser más fuertes y más benditos día a día. Si queremos una vida vacía, el islam no es nuestro camino. Si queremos una vida plena de amor y posibilidades sigamos la sunna del Profeta (saws). El esfuerzo de emularle es luchar contra nuestras propias pasiones y comodidades, a él (saws) le fueron extirpadas. Por eso, cada día que conseguimos imitarle desterrando el odio, la avaricia, el egoísmo o la envidia es una victoria y es la constatación de que amándole se abre el absoluto ante nosotros.

Aprovechemos estos días para recordarle de forma muy especial y, de paso, afianzarnos en su ejemplo. Si todos los poetas y santos (awliya‘) le miran a él (saws), mirémosle, querámosle y aprendamos de él (saws). Sigamos su senda, aprendamos su palabra y cobijémonos bajo su bendita sombra. La sombra del Profeta (saws), llena de luz, es la más parecida a la que experimentaremos en el Paraíso. Así, es hora de elegir o abrasarnos en el devenir vida o vivir bajo su resplandeciente sombra.