Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos volvemos una semana más a reencontrarnos el viernes. Día de reflexión, encuentro y meditación, día para recordar las palabras de Allah, Altísimo, y Su noble Mensajero ﷺ. Yo os propongo seguir explorando los cuarenta hadices que recopiló el sabio shaykh indio Shah Waliullah (ra). Maestro del Corán, del recuerdo y, sobre, todo conocedor profundo de los hadices. Un conocimiento que bien supo transportarlo a su vida y a su época, una idea de que el saber profético es universal y atemporal. No solo son palabras, sino símbolos profundos que se despliegan ante nosotros para que los vivamos.

Así proseguimos con un bello hadiz que tiene que incitarnos a pensar en esta época llena de vulgaridad, ocaso moral y de valores y materialismo. Una época, que como señalan sabios de todos los lugares, declina por la ignorancia y por el olvido (ghafla) ante la realidad. Sin embargo, el creyente sincero y pacificado confronta eso desde las palabras de sayyidinaMuhammad ﷺ que dicen así:

الْحَیَاءُ خَیْرٌ کُلُّهُ

al-ḥayā’u khayrun kulluhu

La decencia en la vida siempre es buena
(Sahih Bukhari, 6117; Muslim, 37; Ryad as-Salihin, 681)

De nuevo, casi un aforismo que nos remarca la actitud del creyente. A primera vista un dicho moral, contemplándolo con calma se abre, como una flor, hacia el sentido de la existencia. No solo es moral, sino la propia vida. Las palabras de nuestro Mensajero ﷺ no pueden ser más acertadas, no pueden manifestarse mejor. El creyente sincero deberá confrontar la vida desde la decencia que siempre será buena.

¿Y qué es la decencia (al-ḥayā’)? Pues nos sorprendería saber que es un término cuyo despliegue semántico nos llevan a enraizarnos con la propia vida. Su raíz ḥa-ya-ya, según Lane, despliega casi cuarenta términos de los cuales los más importantes son vivir, estar vivo, sentir decencia, fertilizar la tierra, ser prudente, tener buena condición, permanecer despierto, permanecer libre de mal, ser honrado, saludar, revivificar. Ser decente no es un acto moral, sino vital es honrarse así mismo para estar en purificación (tazkiyya) y poder servir (‘abd) al Altísimo. La moral es una parte, pero si en nuestro corazón y en nuestro ser no somos decentes, modestos, de nada sirven hijabs, abayas y miradas bajas. La decencia (al-ḥayā’) hay que vivirla para permanecer vivo, libre de todo mal como sugería el análisis etimológico de Lane. Decía Plotino, sabio entre sabios, que el bien era inseparable de la belleza y de la verdad, nosotros también lo creemos.

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Existe en este mundo un exceso de indecencia, de materialismo y mercantilizacion de los seres humanos, de falta de honradez. Se vive con mucha dificultad, solo pensando en el mundano mundo (dunya). Hemos reducido la Creación a algo cuantificable y al ser humano a la vulgaridad. Por eso, la decencia (al-ḥayā’) suele ausentarse de nuestro mundo. Todo se consume, todo es finito. La decencia es volver a resituar el valor de la realidad y aplicarlos a nosotros mismos, purificándonos. Es saber dónde están los límites, es pensar que no todo vale.

Ahora bien, es un fenómeno tan del ser humano que esta lectura aparece en los hadices y no en el Corán. A lo largo del texto coránico no se usa este término nada más que tres veces, dos de ellas para referirse a la actitud ante el Profeta ﷺ, el último para describir a las hermanas de las cuales una, posteriormente, sería la esposa de Musa (as). En épocas de virtud y cercanía con Allah es natural, pero, después, hay que advertirlo como ocurre en el hadiz que hoy analizamos.

Este hadiz se enuncia en un momento de construcción comunitaria rodeados de amoralidad, la amoralidad propia de los tiempos de la ignorancia (jahiliyya). Y para entenderlo mejor deberíamos ir a la versión «ampliada» de Bukhari donde dice:

Imran b. Husain narró que el Profeta ﷺ dijo: «La decencia no trae nada más que el bien». Entonces Bashir bin Ka‘b dijo: «Escrito está en los textos Sapienciales que la decencia conduce a permanecer despierto». Imran le contestó: «Te hablo sobre lo que dijo el Mensajero de Allah ﷺ y sobre simples hojas tú me replicas» (Sahih Bukhari, 6117).

A pesar de la actitud de Imran b. Husain, la sabiduría del Profeta ﷺ amplifica lo que los textos sapienciales, aquellos escritos por filósofos o gente como el Buddha, habían dicho. La decencia no es solo moral sino también de ser capaces de situar cada cosa en su sitio, por eso otro significado de al-ḥayā’ es el permanecer despiertos. Un despertar a la conciencia que nos evite caer en la destrucción, en los susurros de Shaytan. La vida sin despertar, sin conciencia, sin decencia no tiene sentido porque tarde o temprano seremos arrastrados a un Fuego interior que nos devorará. Esto no es un juego, es simplemente protección ante lo que no podemos percibir.

Estamos necesitados de una decencia para con la vida, para con los actos, para con el habla, para con la mirada, para con el Altísimo. Ignorantes y timadores se muestran indecentes exitosos, pero todo eso es pasajero pues como dice el Corán: «Y la gente de Thamud, cuando se les dijo a ellos: “¡Gozad un momento más!”, pero se rebelaron contra el mandato de su Señor y un rayo les sorprendió, aun lo veían, pues no fueron capaces de ponerse en pie, no pudieron defenderse» (Corán, 51: 43-45).

La decencia, la misma que tenía Ibrahim o Lut, es lo que nos separa de aquellos pueblos que una vez Allah ya anegó. La misma gente que decía con socarronería que quiénes se creían que eran ellos porque no adoraban a ídolos y se creían purificados. Sin embargo, la decencia les permitió vivir en plenitud completa, permaneciendo libre de mal. En tiempos donde los ídolos y los idólatras regresan con mil máscaras usemos al-ḥayā’ para ser creyentes sinceros, quizás así podamos iniciar un mundo mejor.

Quiera Allah darnos al-ḥayā’ como uno de los pilares de nuestra vida. Quiera Allah mejorar nuestra conciencia (taqwa) hacia Él y su Realidad (haqiqa). Quiera Allah alejarnos de las tribulaciones de Shaytan y de sus encantos materialistas. Quiera Allah darnos el equilibrio para vivir. Quiera Allah darnos Allah. Amén.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, la luz de Su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.