Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos un viernes más volvemos a encontrarnos, después de la larga semana, para compartir palabras y orientarnos hacia Allah. Proseguimos con los hadices, compilados por el sabio Shah Waliullah, que nuestro Mensajero ﷺ nos ha legado. En ellos encontramos el cómo nuestro islam se enraíza en este mundo. Las palabras de Sayyidina Muhammad ﷺ son espejo donde mirarnos y áureas joyas con las que engalanarnos. Así que tomemos otro de estos hadices:

عِدَةُ الْمُؤمِنِ کَاَخْذِ الْکَفِّ

‘idatu-l mu’min kākhdi al-kaf

Lo que enumeró el creyente es como una firme mano
(Musnad al-Daylami, 3930)

Este hadiz recogido en el Musnad al-Daylami nos debería dar que pensar, pues nos ayuda a situarnos en el plano del comportamiento interno y sagrado del creyente. En su parte más interna que nos invita a confiar y a construir. Es muy interesante que en la propia raíz de mumin, alif-mim-nun, nos sugiere los significados de aquella persona que confía, del digno de confianza e, incluso, del que su corazón está tranquilo y libre de todo odio. No es solo una creencia en abstracto, sino aquel que se siente seguro, que se siente arraigado. Es quizás uno de los términos más evocadores, y malinterpretados, de toda la tradición islámica. El creyente es aquel que confía y se confía, pues sin confianza no hay tranquilidad.

Nuestro mundo sufre, hoy en día, una fuerte crisis confianza, que se ha traducido como un declinar de los valores. La gente se enfoca a que el sentido profundo de la crisis de nuestro tiempo es en la creencia dogmática, pero si no se confía no quedan opciones posibles para vivir en plenitud. El islam aspira a esa plenitud, a la completitud y al estar pacificados. Y esto no solo se demuestra desde la teología abstracta, sino desde la practicidad de la vida, desde lo más cotidiano.

Por eso, todo el hadiz pivota sobre este término: lo que el creyente enumera o promete supone una seguridad para el que recibe, pero también para él mismo. Es recíproco, no se puede cumplir con el mundo, sino se cumple con uno mismo. Y Allah, Altísimo, es el testigo de todo ello.

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El hadiz nos invita a reflexionar sobre el significado de la promesa, presentada aquí como enumeración. Cuando prometemos, hacemos un pacto con la otra persona, nuestra palabra se torna sagrada porque hay un vínculo. Parte de ese valor lo otorga nuestra condición, pues no es lo mismo ser un cafre que un creyente sincero. El primero, como Shaytan, tan solo hace falsas promesas (Corán, 4: 120), son delirios (Corán, 17: 64). El creyente, siguiendo el ejemplo de Allah, lleva un paso más la promesa. La promesa se convierte en valiosa realidad (ḥaqīqa). Parte de ser un justo (salih) es hacer la ‘ibada y, a la vez, confiar y guardar aquello que se promete, pues esa misma ‘ibada es también promesa que hemos de cumplir. Dice Allah, el Altísimo, en el Corán:

La virtud no es que orientes tu rostro en quibla a la Axarquía o al Algarbe, sino en que confíes en Allah y en el último Día, y en los ángeles y en el Libro y en los profetas. Que otorgues recursos —por mucho apego que le tengas— a la familia, a los huérfanos, a los necesitados, a los viajeros, mendigos y esclavos. Que establezcas la azalá y otorgues el azaque, que cumplas los pactos otorgados, siendo paciente en la desgracia, en la adversidad y en tiempos de tribulaciones. Esos son creyentes sinceros, esos son los que tienen conciencia de Allah. (Corán, 2: 177).

Esta aleya de sura al-baqara nos describe al creyente. Justo entre los justos, sincero y con conciencia del Altísimo. El cumplimiento del pacto es ‘ibada como la azalá. La diferencia con el cafre es que el creyente sincero busca, por orden del Allah, un mundo pleno y mejor. A veces, nos confundimos con un mundo lleno de sensaciones y susurros del Shaytan. Pero nuestra sinceridad es nuestra fuerza ante todo esto y la palabra dada es un sello que ponemos sobre el lacre de nuestro corazón.

Por último, se menciona en el hadiz que esa promesa del creyente sincero es firme como una mano. Una firmeza que nos garantiza seguridad en un espacio escarpado, vertiginoso como es el mundo mundano (dunya). La seguridad es que, si el creyente promete algo, eso ocurre. Imaginaos, queridas hermanas y queridos hermanos, la potencia de esta imagen. El creyente sincero tiende su mano, la aprieta y se prosigue… No hay riesgo de caer, de perderse o de hacerse daño, porque es la palabra del creyente, imitando a la palabra y promesa de Allah, la que ayuda a que no pase. Y es Allah quien dirige a quien Él quiere.

Queridas hermanas y queridos hermanos pidamos a Allah que nos permita ser de los creyentes justos que protegen los pactos, que guardan las palabras, que atesoran las acciones y que tienden su mano para quitar miedos. Pidamos a Allah que nos haga mantener las cosas que prometemos y que actúen por nosotros el día del Juicio. Pidamos a Allah que cada promesa en el dunya sea satisfecha en el mundo que habrá de venir. Amén.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, la luz de Su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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