Los dos senderos

 

Allahumma sea tu sala sobre nuestro maestro Muhammad,
aquel que precede a todo y cuya luz ilumina los cielos,
sea tu sala sobre él, sobre su familia y sus allegados
en cada grano de arena y estrella del cielo.*

(Salat al-samawiyyah)

Acercarse a cualquier tradición implica en un primer momento hacerse cargo de que toda comprensión de cualquier aspecto de lo Real parte siempre desde unas pre-comprensiones concretas. Pre-compresiones que nos remiten a una tradición o comunidad de significados. Suelo desde el que percibimos lo Real y decidimos como relacionarnos con lo que nos rodea, con nosotros mismos y con Aquello que en todo momento nos constituye y nos trasciende interpelándonos a ir siempre más allá de nosotros mismos.

Todos hemos sido arrojados dentro de unas circunstancias concretas que configuran nuestro contexto vital. Es así, y no debemos luchar contra ello. Un contexto lleno de significados, de sentido. Una tradición que nos permite comprender el mundo, la vida. Una cosmología, es decir, un lenguaje que articula y clarifica diversos aspectos de lo Real con la intención de alcanzar una totalidad. Totalidad siempre inalcanzable. Allahu akbar. Y ello, si bien no lo hemos elegido, nos constituye y nos abre al mundo, a la vida, a vivir. Pero podemos hacernos responsables de la decisión de ampliar dicho marco de significados. Podemos, a través de cada uno de nuestros pasos, hacer algo más sólido el suelo desde el que nos apoyamos para sentir el mundo. Subhanallah.

Así, cuando intentamos acceder al universo de sentido que late en otra tradición es importante tener presente ciertos aspectos que dirigirán el proceso de comprensión. El primero es que siempre vamos a intentar aprehender lo otro desde lo que conocemos. Serán nuestras pre-comprensiones las que nos guiaran posibilitando el acercamiento a eso otro que deseamos conocer, pero también condicionaran el proceso en función de los significados de las que son deudoras. En resumen, hay que cuidarse de proyectar lo que creemos que conocemos sobre ciertos aspectos que en apariencia podrían asemejarse. Y en segundo lugar, la empresa de comprender algo distinto a mi cosmología debería ir bajo el amparo de la honestidad. Inshallah. O sea, la actitud y reconocimiento de que la auténtica motivación tras toda comprensión no es nada más que ampliar mis marcos y patrones. Que el otro siempre tiene algo que aportarme. Alcanzando así, a cada paso una mayor capacidad de sentir lo Real, de saborear a Allah. Subhanallah. Eso significa com-prender, hacerse lo suficientemente amplio para poder aprehender dentro de uno otros modos diversos de vivir, articulándolos en una unidad sintética cada vez mayor, pero siempre inacabada. Allahu akbar.

De la mano de lo dicho, me gustaría con la humildad debida, inshallah, aportar algo de claridad respecto a cómo se considera lo humano dentro de la tradición semita en general e islámica en particular. Ya que si no se accede a dicha comprensión es fácil que el resto de la Aqida o matriz de creencias semíticas e islámicas se vean distorsionadas, deviniendo en caricaturas de ellas mismas.

En el mundo semita, dicho con la mayor sencillez posible, sólo hay dos tipos de seres humanos. Dos actitudes dispuestas a lo largo de un continuo graduado con diferentes matices. Una de esas actitudes la define el término kafir. Mal traducido como infiel, pero que en realidad nos indica a aquella persona que no reconoce los diversos ciclos vitales que rigen todo, intentando esconderlos o falsificarlos con el fin de imponer sus deseos desmedidos. Son aquellos que destruyen la vida, la suya y la de aquello que les rodean. Son los cafres.

La otra actitud posible para el ser humano se dice muslim. Traducida como mulsumán. Pero musulmán es un término que por diferentes circunstancias al volcarse en otras tradiciones ha visto limitado su capacidad de referirse a todos los significados que laten en muslim. Porque muslim no es alguien que practica una religión (término que no tiene un buen encaje en el mundo semita). Un muslim es alguien que se hace cargo de su propia vida y de las vidas que lo rodean, reconociendo las particularidades propias de cada una e intentando cuidarlas y protegerlas para que broten en su máxima expresión. Y lo hace reconociendo y sintonizándose con aquello que constituye a toda vida, lo Real, Allah. Un muslim es un jardinero. El mundo es un jardín a través del cual Allah se muestra en cada latido, en cada florecer, de manera incesante como las olas del océano. Un Océano de luz y misericordia constantemente renovado en cada oleaje, en cada flor. Y el muslim es su jardinero, su jalifa.

De este modo, no cabe dentro del mundo semita hablar de religiones. Porque, simplificando, sólo cabrían dos dines, dos modos de conducirse en Allah. Aquel que intenta imponer sus caprichos, el cafre, el destructor de la creación. Y el muslim, el que cuida y abraza todo lo que está vivo, toda la creación de Allah. Su jardinero.

Pero Allah sabe más.

Alhamdulillahi rabbil alamin.