En estos últimos días, después de la masacre de Nueva Zelanda, somos todos los ciudadanos las “víctimas morales” de tan despreciable atentado terrorista. Somos todos -en plural y en negrita- porque no deberíamos romper la empatía global ante la pulsión que nos incita que nuestra condición de musulmanes nos hace especiales ante tan dramática situación.

La extrema derecha, y cualquier otro populismo, se alimenta de esas pulsiones al querer anular lo universalista para centrarse en lo local, ya sea geográfico, mental o corporal. La destrucción del universalismo, de la empatía, del ponerse frente al otro es el objetivo de aquellos que quieren polarizar y destruir nuestro mundo. Por eso, no podemos dejarles hacerlo y tenemos que empezar por nosotros mismos: todos somos humanos y profesar el islam no nos hace mejores en sí mismo.

Somos todos víctimas: Una cuestión por encima de identidades

Uno de los debates que ha surgido en estos días tras el atentado terrorista de Christchurch es el trato que se le ha dado al hecho. En diversos foros y redes sociales, muchos musulmanes se han quejado de haber quedado invisibilizados ante tal atentado, minimizados como víctimas, unas víctimas “racializadas” de un sistema que se aliaba con el agresor.

En una época donde las fake news son una realidad tangible, el análisis del discurso y de los medios se hace más importante que nunca. En concreto este argumento, antes expuesto, no deja de ser un análisis falso y sesgado de la realidad. Los musulmanes como tal no han quedado invisibilizados ni condenados a un segundo plano mediático, ni en Nueva Zelanda, ni en España ni en el resto del mundo.

La virtualidad y la volatilidad de nuestra información hace que la estrategia perversa de algunos, especialmente por redes sociales, haga mas fácil difundir palabras de odio en uno y otro sentido. Se genera pues una visión hiperreal, polarizada de este mundo y de los que vivimos en él y debemos ser lo suficientemente fuertes para no caer en ella. Postverdad en estado puro.

En el caso del atentado supremacista en Christchurch nos encontramos que el gobierno de Nueva Zelanda se ha volcado con el caso y ha realizado una buena gestión mediática. Los principales países del mundo, igualmente, han prestado atención y han mostrado empatía ante tan cruel hecho. Nadie, excepto los ultras, ha faltado ni a la memoria ni a la dignidad de la víctimas. Entonces, ¿por qué muchos musulmanes se sienten ofendidos por una gestión que desconocen o que han percibido desde la pura propaganda sesgada del espacio contrario como tabloides, medios digitales o redes sociales?

Pues porque en nuestra comunidad, igualmente, hay una semilla plantada para hacer florecer el populismo y el nacionalismo con estética islámica. Una semilla que, si florece, nos alejará de la idea de una sociedad global en la que todos somos seres humanos iguales.

Nadie está a salvo del populismo y el nacionalismo

Nadie está a salvo del populismo y el nacionalismo en nuestros días. Estas enfermedades afectan a todos y tenemos que ser precavidos. Su mecanismo es tocar nuestra parte sentimental y nuestras nostalgias, y desde la visceralidad eliminar nuestro universalismo, nuestra empatía con el “otro”. Una ficción teatralizada que ellos usan magistralmente que ellos usan magistralmente y que refuerza la polaridad y la confrontación que siempre benefician al agresor.

El miedo, la diferencia y el orgullo golpean a nuestro sentido común y nos ponen ante un vacío que los populistas y nacionalistas llenan con palabras de humo, con idealizaciones y, por último, con violencia hacia lo que es diferente, hacia lo extraño. Es es el extremismo violento, el que aparece tras el ideológico. Este es el que no contempla

Nosotros los musulmanes lo hemos sufrido con lecturas esencialistas y populistas del islam, que han tergiversado nuestro din y nos han convertido en “virtuales” antagonistas. Al mismo tiempo, estas ideologías han generado una sensación de falso victimismo, en la cual no veo más víctima que yo y los míos, y una enorme incapacidad de posicionarse ante la realidad que vivimos. En suma, se trata de un totalitarismo asimétrico.

Somos todos los que tenemos que trabajar por un mundo sin totalitarismo

Por eso, nadie está a salvo de estas enfermedades, somos todos víctimas, y la única vacuna es informarse y contrastar todo lo que se lee, ser crítico y dudar de lo que se nos intenta vender. Es la duda que nos permitirá saltar las manipulaciones en contra y a favor nuestra. Idealizaciones vacías que caen ante una conciencia despierta.

Definitivamente somos todos los que tenemos que trabajar para evitar estas situaciones. El extremismo violento, la cara más terrible del populismo, se manifiesta periódicamente, y periódicamente volvemos a repetir mensajes pero, en realidad, este es un trabajo del día a día. Porque antes del extremismo violento está el ideológico, al que debemos temer mucho más como bien exponía el filósofo Karl Popper en su obra La Sociedad Abierta y sus enemigos. La prevención pasa por no permitir el extremismo ideológico y recordar que libertad de expresión no es, en ningún caso, libertad de agresión.

El islam, como espiritualidad, nos invita al humanismo, al cruce de culturas y a enriquecernos de la historia. La visión nacionalista y esencialista es algo reciente e, indudablemente, atenta contra la tradición islámica y, en concreto, con aquel hadith de nuestro amado Profeta (saws) que decía: «Buscad el conocimiento hasta en China«, una manifestación de la diversidad de la que el islam ha hecho gala. El respeto a otras culturas es una sunna (tradición) profética. Todo esto, en nuestro caso, debe entrelazarse con el humanismo y el universalismo, el mirar por encima de particularidades.

El humanismo, los derechos humanos o la tolerancia nos ayudan a prevenir esta situación que muchos se empeñan en propagar, algunos de manera consciente con todos los medios técnicos y discursivos posibles, otros desde la inconsciencia y el sentimiento. Es un deber oponernos a quien pretende quitarnos la libertad y la diversidad. Solo aceptando la diversidad alcanzaremos un mundo mejor y lleno de contrastes y riqueza.