Queridas hermanas, queridos hermanos,
¡Eid Mubarak! Que la baraka de Allah, el Altísimo, sea sobre vosotros en este bello día. Hoy celebramos una de las fiestas más bellas e impactantes de nuestro bello dīn, recordamos como el significado de la raḥma de Allah. El hecho que da pie a esta fiesta no es sino el sacrificio que se le encomendó a Ibrahim (as) que, en un principio, era el de su hijo Ismail (as) en el monte Moira. Dice el Corán:
«¡Oh, hijo mío! Ciertamente, contemplé en sueños que te sacrificaba, ¿qué ves tú en eso?», respondió él: «¡Oh, padre mío! Cumple el mandato. Seré, si Allah así lo quiere, de los que tienen paciencia». Mas cuando entregados por completo ya los dos estaban y él había puesto su cabeza contra el suelo. Nosotros le llamamos: «¡Ibrahim! En verdad, que bien has cumplido la visión. Ciertamente, Nosotros retribuimos a los que obran bien». Esta era, verdaderamente, la prueba manifiesta. Y Nosotros con un sacrificio excelso le rescatamos y le ennoblecimos ante todos lo que han de venir ¡Sea la paz sobre Ibrahim! Es así como Nosotros retribuimos el bien. En verdad, él es uno de nuestros siervos que confían. Y Nosotros le trajimos la buena nueva de Ishaq, profeta de los justos, y fue Nuestra baraka sobre él y sobre Ishaq. Y en su progenie algunos hicieron el bien, mientras que otros fueron consigo mismos injustos. (Corán, 37: 102-113)
Habrá quien no comprenda este mandato de Allah, incluso quien, por el efecto de un mundo terriblemente secularizado, no se haya parado a reflexionar el sentido último del sacrificio. En la extrema secularización que vivimos unido a un cierto puritanismo social, el sacrificio se ve como algo malo, cruento y salvaje, sin embargo, el sacrificio es insustituible en nuestro dīn. Lo terrible, que percibe aquel que es profano, no es más que un prejuicio derivado de no comprender el devenir de la naturaleza que Allah ha dispuesto. Pero lo sagrado siempre tiene una manifestación, aparentemente, incomprensible que torna Realidad (ḥaqīqa). Una realidad auténtica y vertiginosa ante la que decimos alḥamdulillāh, Alabado sea Allah.
Aquel mandato, en forma de prueba, que le dio Allah a Ibrahim era una prueba. ¿Sería capaz de sacrificar a su único hijo? Ibrahim (as) dijo que sí y no vaciló en ello. ¿Sería capaz Ismail de ser sacrificado? Ismail (as) dijo que sí y no vacilo en ello. Ambos son profetas, pero su vivencia de Allah les hacía confiar aún no comprendiesen los últimos motivos. Nosotros, quizás, no podemos llegar a ese punto que ellos llegaron y vivieron, pero podemos intentar emularlo con el tawakkul, el abandonarse ante Allah.
Si algo nos enseña esta historia es que no tenemos que temer el mandato, porque en el último instante se nos da lo mejor. Siempre hay un ángel enviado por Allah que rompe la angustia, invade la sakina de Allah todo el mundo y al final, en un suspiro, todo se comprende. En Allah siempre hay raḥma, esa matricialidad que invade Su Creación, para que todo cambie. Una raḥma que nos posee, pero que también posee a otros seres que generosamente, como el cordero, se entrega al sacrificio sin balar, sin gimotear. Esa es la diferencia entre un cordero y un cerdo, el cordero admite con tawakkul su destino y se deja poseer por la raḥma de Allah de servir a otros; el cerdo por su parte chilla, muerde y se revuelve sin que nada pueda hacer… No hay en él raḥma, sino violencia y egoísmo…
Hoy tenemos que comprender la importancia del cordero en ese sacrificio que hacemos. Un cordero que no solo nos alimenta a nosotros, sino que en forma de sadaqa alimenta al necesitado, y que espiritualmente alimenta lo más profundo de nosotros dándonos un gran ejemplo. El sacrificio para un musulmán no puede ser sustituido como algunos pretenden, el sacrificio no puede apenar de ninguna forma a un creyente sincero, pues esa muerte es condición para la vida. La sangre del cordero derramada hoy nos hace vivir, pero también el dignifica a él y nos enseña. Su salām debería ser ejemplo vivo. No reduzcamos esta gran lección espiritual de la generosidad del sacrificio a un simple acto cultural y mundano.
Hoy, en un mundo tan baldío, estos rituales tan arcanos vuelven a tener sentido, vuelven a darnos certeza de la vida y la muerte, de los ciclos vitales y, finalmente, de quienes somos. Ese ritual nos da el sentido perdido en estos tiempos convulsos.
Aprender a morir cada día, lo que nos recuerda el sacrificio (udhiya) y el ḥājj, aprender a doblegar el ego y al individualismo, y aceptar con humildad el qadr es lo mejor que podemos aprender espiritualmente en esta fiesta. Tras eso, disfrutemos mucho del día con los nuestros. Y, finalmente, agradezcamos todo lo que tenemos a Él: Allah Altísimo, Vivo y Verdadero. ¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar! Wa lillahi-l ḥamd ¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar! Wa lillahi-l ḥamd.