Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos son los dones (rizq) de Allāh fundamentales para nuestra vida. Su generosidad nos da la oportunidad de vivir en plenitud en este mundo. ¿Qué serían de nosotros si no estuvieran?

Por nuestro mundo, por nuestras circunstancias, estamos muy hechos a los dones como algo natural. “Deben estar ahí —decimos convencidos— nos lo merecemos”, sin embargo, muchas veces, no somos capaces de paladear su significado. Olvidamos, en la cotidianidad, el enorme peso que tiene en todos los ámbitos de nuestra vida. Olvidamos que son signos.

Los dones de Allāh, el Altísimo, son signos, esto quiere decir que avisan, muestran parte de sus realidades. Son pequeños flashes de la creación que nos recuerdan donde estamos, como deberíamos entender o comprender la realidad. Son momentos que se agotan y sirven para que enlacemos y enlacemos miles de esos signos para comprender la infinitud de Allāh, la fuerza de su realidad. El gran símbolo que supone la creación, todos esos mundos posibles, está entretejido por miles de signos que marcan la guía. Los dones de Allāh, el Altísimo, nos permiten poder dar el salto necesario para no asfixiarnos en su infinitud.

A propósito de esto, hay en la sura de Los Rebaños (al-‘Anam) una interesantísima referencia a todo esto que, en mi opinión, me parece fundamental e interesantísima y sobre la que me encantaría reflexionar:

En verdad, es Allah el que abre la semilla y el hueso del dátil: Trae al vivo del muerto y al muerto del vivo: Ese es Allah, ¡como pueden estar tan errados! Es Aquel que hace romper el alba y la noche para el descanso, y el sol y la luna para que contéis. Esto lo ha decretado el Todopoderoso, el que todo conoce. Y Él es quien hizo para vosotros las estrellas, que entre tinieblas os guían a través de ellas en el mar y la tierra. Ciertamente, Nosotros os manifestamos los signos para aquellos que conocen. Y Él es quien os creó de un solo ser, dándoos un lugar donde estar y descansar. Nosotros os dimos los signos para quien quiera comprenderlos. Él es quien hace descender agua del cielo, así es como Nosotros hacemos toda cosa florecer, así convocamos al verdor y las semillas en racimos. Y de las palmeras desgarran racimos de dátiles que cuelgan y jardines con viñedos, olivares y granados tan parecidos, tan diferentes. Mas cuando frutecen ¡Contemplad el fruto dado y cómo maduran! En verdad, estos son signos para los creyentes. (Corán, 6: 95-99).

Es, en última instancia, a Allah a quien apunta estas aleyas que nos invitan a reflexionar sobre el sentido de los dones que se manifiestan en la naturaleza como signos de Su grandeza. Y como dice el propio Corán: Nosotros os manifestamos los signos para aquellos que conocen (Corán, 6: 97). Solo el que conoce disfruta de los signos, disfruta de la creación de Allah.

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Si nos introducimos en el discurso y realidad de estas aleyas comprenderemos su poder y su intensidad. El fragmento comienza con una bellísima exhortación (Corán, 6: 95) que dice que es Allah quien abre la semilla y el hueso de dátil haciéndolas germinar, en una metáfora del nacimiento y la resurrección: el mayor milagro de la creación. La vida es el don más importante que otorga a Allah y la vida significa dinamismo, significa plenitud y cambio.

Pero como la humanidad, el Universo también está vivo y por eso hace latir al cosmos marcando el día y la noche y el sol y la luna como el tiempo humano. No podemos olvidar que el sol marca las horas del día, mientras que la luna los meses del calendario. El cosmos está tan vivo como nosotros y esto está decretado por Él (Corán, 6: 96). El cosmos y sus ciclos son dones que tornan signos para que veamos que nosotros no somos excepcionales, sino que podemos vernos inmersos y, a la vez, ambos dependemos de Allāh, que exaltados sean todos sus nombres.

El cielo, tan inasible para el ser humano, también fue creado con las estrellas que ejercen de guía (material y simbólica) frente a las tinieblas y la oscuridad (Corán, 6: 97). Si bien la oscuridad es primordial, básica para la creación, es la luz de las estrellas las que hace estremecerse al ser humano y las que permite la guía en una noche oscura. El símil espiritual está bien presente, esas estrellas son los creyentes que ayudan a otros a orientarse cuando bien parece que nada tiene sentido. Y es un signo de nuestra vulnerabilidad. De nuevo son signos comprensibles y disfrutables para quien conoce o, mejor, para quien quiera conocer.

La creación es un lugar de descanso, de presencia y de generación, eso dice Allāh, el Altísimo, en otra de las aleyas (Corán, 6: 98) para, inmediatamente, introducirnos en las dinámicas de ese mundo (Corán, 6: 99) tales como la lluvia, tan plena de baraka, y el verdecimiento de su creación. El verde, el color por excelencia del paraíso, nos ofrece un signo del paraíso, de nuestro devenir hacia el Jardín. El verde del oasis en pleno desierto junto con los dátiles de las palmeras que nacen en el desierto donde, aparentemente, parece que no hay vida. Y la transición hacia el prado donde hay olivares milenarios, viñas y granados con una fruta que representa una perfección geométrica. Todos signos para la humanidad que transmutan en símbolos en la experiencia de profetas como Musa (as), Dawud (as), Sulayman (as) o ‘Isa (as). Porque tornan símbolos proféticos e inagotables dones del olivar que da el aceite con el que alimentarnos y encender las lámparas (Corán, 24: 35), el viñedo de donde sale el mosto con el que rebosarán los cálices escanciados en el Jardín (Corán, 78: 34) o la granada que remataba las columnas del templo construido por Sulayman (as) como símbolo de la perfección de la naturaleza y la unión. Todos símbolos que nuestro amado Profeta ﷺ tomo y retomó en su Sunna como esos dones con los que construirse como creyente sincero.

Queridas hermanas y queridos hermanos, seamos conscientes con taqwa de lo que significan esos dones para nuestra vida que como signos se nos manifiestan y nos muestran que la vida mundana es un reflejo de Su grandeza. Es Allāh el que otorga los dones, el que nos hace vivir, el que nos hace plenos y el que nos lleva la Jardín. Frente a los que se le llena la boca con el infierno, antepongamos su rahma. Solo así podremos transcender y vencernos a nosotros mismos. Quiera, de este modo, Allāh darnos a Allāh. Amin.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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