Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos los rayos de la luna naciente nos presentan un nuevo mes: Dhu-l Hijjah, el mes del viaje. Un viaje que hacemos junto a la luna, un viaje que puede ser físico a la Casa de Allāh o simbólico hacia nuestro propio interior. Un perdernos en nuestro propio desierto para en el límite volver a nacer llenos de bendiciones. Un mes que en su primera mitad es muerte y en su segunda mitad es vida, al contrario de lo que nos susurra la luna con un ciclo inverso.

Dhu-l Hijjah es el mes en el que recordamos a la familia de Ibrahim (as). Todo este mes está consagrado a ellos. Creyentes sinceros, honestos, dominados por las preguntas y en los que en el fondo late el amor y la humildad necesaria para buscar a Allāh y su mandato (qadr). La casa de Ibrahim representa como nadie la actitud del contemplar (baṣira). Una contemplación de la creación (khalq) y del mandato (qadr) que los lleva a aceptar el destierro y la muerte (Hajar e Ismail), el sacrificio de su propio hijo (Ibrahim) o la aniquilación de su propio orgullo (Sara). Este es el mes del viaje iniciático y transformador que nos hará convertirnos en creyentes sinceros.

Mas bien deberíamos fijarnos en los símbolos que la casa de Ibrahim nos da y no quedarnos solo en los signos. Todas sus experiencias las hemos vivido o las viviremos como creyentes, que tenemos que superar y comprender, que no podemos apartarlas. Destierro, muerte, vida, límites, orgullo, redención forman parte de nuestra vida, como también el Mensaje divino, la alegría, el agua que brota del desierto, el cuchillo que se detiene en el último instante, el cordero que acepta el sacrificio o la alabanza a Allāh, el Altísimo. Las historias que recordamos este mes, tan hilvanadas de símbolos, son nuestra propia vida, aprendamos a vivirlas sin miedo.

En nuestro mundo se ha convertido en un tabú el sacrificio, la sangre, el asumir la derrota, el respirar con profundidad o la propia muerte, sin ellos no podemos vivir aun nos incomoden. Pero la vida mundana no es cómoda de ninguna forma y por eso este mes recordamos el límite y, tras él, el gozo. No se puede saborear la dulzura del gozo sin probar el amargor del límite, un amargor breve pero útil para valorar lo que tenemos. La casa de Ibrahim es la que fundamenta la casa del amado Mensajero de Allāh ﷺ. En el momento en el que creemos que nada tiene sentido, que todo esta roto y perdido aparece un ángel del Señor, tan brillante como la luna llena, que trae el salām (paz). Esta es la experiencia del mes de Dhu-l Hijjah, el mes del viaje. Un viaje hasta la realidad (ḥaqīqa) de Allāh, el Altísimo.

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Contemplar el sacrificio es una de las cosas más incomodas para alguien de nuestro tiempo, nos da como cierta cosa. El sacrificante ofrece la vida de una ofrenda, el animal, a Allāh, el Altísimo. La ofrenda se hace para su gloria y para que otros vivan de esa carne. El ser humano desde su regencia (khilafiyya) afronta un mandato transcendente y de máxima humildad en el momento que el cuchillo afilado toca la yugular del animal el universo se contrae, pero el sacrificante no puede temblar. El corte limpio hace que brote la sangre, sin apenas ruido del animal en un silencio que rompe el tiempo y llena el espacio de sentido. Humildad hacia una vida que termina para que sigan otras.

Esta es una práctica que todo creyente debería experimentar una vez en la vida. Debería tomar el maqām (posición espiritual) de Ibrahim (as), si es varón, o el de Hajar (ra), si es mujer, para tomar conciencia y enfrentarse al límite. El primero con la conciencia de transformar varias vidas desde la conciencia (taqwa) más absoluta, aun tiemble el cuchillo por el temor ante la víctimaLa segunda para dar la vida en el parto, un sacrificio que implica alejarse, reencontrarse y ofrecer la vida misma sin esperar nada a cambio, para que en un instante todo se conceda la bendición como a Hajar (ra) en mitad del desierto. Dos sacrificios diferentes que convergen en Ismail (as), “aquel a quien Allāh oye”, dos situaciones límite que forjan a un patriarca, a un profeta completo. Las creyentes y los creyentes han de tomar conciencia en ese doble límite para pronunciar la frase que define a Ismail (as): «¡Oh, padre mío! ¡Haz lo que se te ordena! Me encontrarás, si Dios quiere, entre los que paciencia tienen». (Corán 37: 102)

Pero la prueba de Ismail (as) no es de muerte, la aceptación es el necesario tawakkul (entrega) de nuestras vidas como primero lo hizo su madre y luego su padre. En nuestra vida, para lograr la completitud, debemos pasar de los maqamāt (posiciones espirituales) de Ibrahim (as) o Hajar (ra) al de Ismail (as) en el que, sin miedo, raudos, vamos a construir la casa de Allāh. Es el gran símbolo de los primeros tiempos y a lo que nos invita Dhu-l Hijjah, pues como Ismail (as) no vamos a morir sino a renacer para construir la Kaaba. El limite es necesario para contemplar (baṣira) los mundos de Allāh y preguntarnos sobre nuestra misión.

El Ḥājj, como rito, es el recuerdo (tadhkira) de nuestra propia muerte y resurrección, por eso se nos envuelve en la mortaja, por eso contemplamos el fin del mundo, por eso damos gracias sacrificando, por eso temblamos y temblamos sobrecogidos en un paraje árido y de intensa energía como es La Meca. Pensad en lo que significa… En un mundo con cada vez menos rituales, pensad la suerte que significa el Ḥājj, el sacrificio y los maqamāt (posiciones espirituales) de Ibrahim (as) o Hajar (ra). Quiera Allāh hacernos dignos de llegar al maqām de Ismail (as), quiera Allāh que saboreemos la realidad que con esta posición espiritual está. Quiera Allāh que no volvamos a temblar ante el cuchillo que nos es benéfico aun no comprendamos, ni ante el necesario exilio que nos da intimidad para renacer. Quiera Allāh, el Altísimo, que seamos dignos de construir su Casa en nuestros corazones. Quiera Allāh que en esa Casa recibamos la herencia de su amado Mensajero ﷺ, que desciende del linaje de Ismail (as) bajo la luna llena de Dhu-l Hijja. Amen.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.