Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos acabamos de pasar la Ashura. Conmemoramos con infinita alegría la liberación frente al faraón y con amargo pesar la partida del amado nieto (ra) de nuestro Profeta ﷺ. Nos purificamos ayunando y con esa conciencia vimos aparecer la luna llena del mes de Muḥarram, la luz tras la oscuridad, el triunfo inexorable de Allāh, el altísimo, y su voluntad sobre nosotros.

Ante este gran espectáculo de jalāl (majestad) de nuestro Señor, el creyente sincero regocija y siente una pequeñez infinita. Es esta sensación de taqwa (conciencia de Allāh) la que ahoga el llanto, aunque a veces necesitemos llorar como lo hizo la familia del Profeta ﷺ ante el asesinato de sus dos nobles miembros. Si ellos lloraron ante el qadr, como no lo vamos a hacer nosotros. Pero como todo en el islam, un instante de desbordamiento (fayḍ) del corazón tiene que venir acompañado de la serenidad de la ley (sharia), del transitar por el recto sendero hacia la paz (salām).

Así es la vida que invade todos los aspectos de nuestra existencia. Ampulosa como un rio que desborda en ciertos momentos y es ese desbordamiento el que permite, contemplando la grandeza de nuestro Señor y su creación, que crezca la excelencia espiritual (iḥsān). Por eso, en este proceso es inevitable ese momento de contener el llanto, el que retuerce el corazón y en el que solo el Profeta Muḥammad ﷺ puede sanarnos como lo hace un médico. Es legítimo contener el llanto, es legítimo llorar ante la jalalīya (majestuosidad) de este mundo.

Es en este sagrado mes de Muḥarram donde podemos experienciar, mejor que en ningún otro, este sentimiento, donde se nos da una oportunidad para reflexionar en soledad o en comunidad sobre el llanto ahogado. En el ejemplo de Musa (as) y en el ejemplo de Hussein (ra). Dos hombres muy distintos, dos ejemplos de visión de la más absoluta jalalīya y de la aceptación de la voluntad del Él Altísimo.

Verlos es confrontar la realidad, estudiar su vida y su carácter es ser conscientes de la más absoluta grandeza. Y si sobreviene un mínimo escalofrío ante sus experiencias, que ¡alabado sea Allāh! ese trabajo de recuerdo (dhikr) ha hecho efecto. Incrementemos nuestra conciencia ante la realidad, afrontemos los miedos y el terror de la incertidumbre y avancemos firmes hacia lo que Allāh, que exaltado sea su nombre, nos ha prometido. Solo así, en vez de ahogar el llanto podremos liberarlo y las lagrimas hará wudu purificando nuestro corazón.

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Ahogar el llanto es algo propio del mundo frío en el que vivimos, donde el materialismo y la, aparente, razón dictan a su antojo ante nuestro corazón y nuestro sentir espiritual. A veces, este mundo es el del Faraón, que aparenta la divina jalalīya (majestuosidad) aún es un humano más.

Es ese espejismo, la impotencia de ver a humanos asumiendo roles divinos el que hace que contengamos el llanto con ira, con rabia por posiciones (maqamāt) que no les corresponden. No es un llanto emocionado ante la grandeza, es un llanto contenido ante la impotencia de ver que la realidad no es real, tan solo es un espejismo.

Queridas hermanas, queridos hermanos os puedo asegurar que tenemos que mirar más allá de lo evidente (hadhir) y avanzar hacia la plenitud los signos del no visto (ghayb). Sólo así podemos buscar la justicia (‘adl) en lo cotidiano y confrontar a tantos faraones que se alzan y sobreviven hasta que seamos capaces de emular a Musa (as).

Fue él (as) el que rompió la tiranía y la idolatría del poder terrenal. A él le fue otorgado el imposible de que el Mar Rojo se abriese y salvase a Banu Israil. Pero esto es porque en su experiencia en el exilio conoció la auténtica y magna jalalīya de Allāh y no temió a ese divino atributo ni tampoco trató de suplantarlo. Ese exilio es como el nuestro, nuestra búsqueda del auténtico sentido de la plena conciencia de la realidad. Un exilio en el que cabe el llanto y que jamás este debe ser contenido. Que Allāh, el altísimo, nos conceda el maqām (posición espiritual) de Musa (as) y podamos llorar de grandeza.

Dice el Corán en toda su jalalīya (majestuosidad) del Faraón y los suyos: «Ni los cielos ni la tierra llorarán por ellos (…)» (Corán 44: 29).

De igual forma tenemos el ejemplo de nuestro amado Hussein (ra). Valeroso, justo y fuerte cayó traicionado por otro faraón. Yazid Ibn Muawiyya, a través de su descomunal ego (nafs), creyó que asesinado al nieto del Profeta ﷺ podía obtener poder. Un poder que se desvaneció y que condenó a su casa y a su linaje a la progresiva destrucción. Nadie lloró por ellos cuando cayeron, cuando tuvieron que emigrar hacia las tierras donde se ponen el sol. Y allí, de nuevo, volvieron a caer.

Hussein (ra) demostró valentía y taqwa en su vida y en el campo de batalla Kerbala. Dirigió su mirada ante el infinito. Experimentó la jalalīya de Allāh, el altísimo, cuando el asesino que envió Yazid le degolló mientras estaba postrado. Ni siquiera le dejó llorar, eso es puro dolor.

Los faraones, aquellos que se atribuyen más poder del que pueden, enturbian nuestro corazón y nos provocan tristeza e ira. Nos impiden recordar (dhikr), nos sumen en un terrible y desgarrador el dolor y, para colmo, ahogan el llanto tan necesario para purificarnos. Y, queridas hermanas y queridos hermanos, no olvidéis que la purificación es el comienzo de toda acción en el islam. Y el amargo llanto es, igualmente, purificación de nuestro órgano más sutil e importante: el corazón.

Pidamos a Allāh, el altísimo, que refresque nuestros corazones y nos permita expresar los sentimientos sin que la ira, el odio, los celos o la altiveza tenga cabida. Que nadie nos obligue a contener nuestro llanto ante la grandeza de Allāh o ante la fragilidad de nuestro corazón. Que los faraones también lloren como nosotros lo hacemos y que dejen de ser faraones para ser gente pacificada, para ser gentes del salām. Queridas hermanas, queridos hermanos pedimos para que el dhikr sobre Allāh se expanda sobre la tierra y las alabanzas al nuestro amado Profeta Muḥammad ﷺ sean pronunciadas por nuestras bocas.

Pidamos Allāh que tenga en lo más alto del jardín a los amados nietos de nuestro Profeta ﷺ, Hassan (ra) y Hussayn (ra),así como a toda su bendita familia y sus allegados.

Pidamos Allāh beneficiarnos de este bendito mes de Muḥarram de liberación y acogimiento, de justicia y luz.

Pidamos Allāh que los ejemplos de justicia y grandeza moral del profeta Musa (as) y de Hussayn Ibn ‘Ali (ra) sean para toda la comunidad guía y camino.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pidamos a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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