﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, s
Queridas hermanas, queridos hermanos gran parte de la historia profética consiste en atravesar el desierto. Esta acción, en principio desoladora, es lo que conocemos simbólicamente como el viaje espiritual (sulūk). Todos los profetas y los íntimos de Allāh han atravesado ese desierto en la búsqueda del jardín, de la luz (nūr) muḥammadiana, de la presencia divina
El desierto es paradójico. En ojos inexpertos es un lugar de silencio, muerte, horrible, de arena y piedras. Cuando se mira desde la experiencia profética es un lugar de protección, lleno de vida, de reflexión y crecimiento. El agua de la vida, ausente a los ojos necios, yace en el subsuelo y solo Allāh, el altísimo, la hace brotar a quien quiere. Hay que saber buscar, hay que aprovisionarse, hay que vencer al ego que nos acobarda para abrir nuestro corazón en el auténtico viaje.
Nuestro mundo no termina de comprender la experiencia profética por esta razón: no sabemos leer los símbolos que se esconden en el desierto. Queremos aparentes jardines, aunque estos impliquen esclavitud; queremos agua, aunque tengamos que pagarla con nuestro ego (nafs); queremos inmediatez, aunque la experiencia de la plenitud profética sea tan lenta que el tiempo se deforme. Lo sagrado ni es inmediato, ni evidente, ni fácil sino nos exige un esfuerzo que implica encontrar un tesoro. Un tesoro escondido —como dice el ḥadīth qudsī— que en realidad era Allāh.
Por eso, el desierto ahora es un símbolo más actual que nunca que nos exige una reflexión, una introspección sobre nuestra manera de percibir, de sentir, de ser conscientes. Y también como el lugar hacia donde nos encaminamos cuando con nuestro ego (nafs) creemos que nos hemos liberado, que estamos desencadenados. Solo en el silencio del desierto podemos ser testigos de nuestro nafs. El desierto es inmenso y desafiante pero nos protege de enemigos como lo hizo con Rasūlallāh ﷺ y con Mūsā (as), para nosotros nos protege de nosotros mismos y de aquellos que aún no se han purificado por completo. Aquellos incapaces de ver el agua escondida y la vida entre las rocas.
***
Queridas hermanas y queridos hermanos, por todo lo anterior el viaje debe hacerse siempre bajo estrictas reglas, bajo un sendero, para no perdernos. Es así que tanto en la Sunna del Mensajero ﷺ como la de otros profetas (as) y de grandes sabios como Ibn ‘Arabī (ra) este viaje nunca puede hacerse sin plena conciencia (taqwa) y sin respetar la ley que Allāh ha dispuesto. Decía Ibn ‘Arabi: «la sharī‘a aligera la dificultad del viaje».
Pero no reduzcamos la ley cósmica (sharī‘a) que Allāh ha otorgado a nuestra miope interpretación, a nuestra lectura estéril mediada por nuestro mundo porque nos cargaremos de más dificultades sino en vez de aligerar el viaje. No leamos las fuentes de nuestro dīn con ojos frágiles y mente cerrada sino comprendámoslo en la tradición profética. Solo así encontraremos una liberación mayor que la liberación física, la liberación del corazón (qalb).
Una vez el corazón está libre, el viaje (sulūk) por el desierto se convierte en un ascenso (sayr) que emula las experiencias del profeta Idrīs (as) y de nuestro amado Muḥammad ﷺ en el camino de alcanzar lo divino. El corazón libre asciende sin miedo, sin ceguera, sin restricción, desvelando la realidad (ḥaqīqa). Ese mismo corazón ve que el desierto deja de ser tal y que la soledad se convierte en aliado buscando un oasis.
Y cuando lo encuentra, tan afortunado, entonces debe comunicarlo a los demás que atraviesan el desierto, no quedando únicamente con tal hallazgo para sí. La historia profética nos invita a ello, a compartir el hallazgo, a acompañar a él. Este es el objetivo del viaje llegar y poder guiar en el camino hacia la belleza (jamāl), el bien (khayr) y la verdad (ḥaqq).
Cuan difícil resulta ver esto en nuestro mundo donde estos trascendentales se ocultan, se reservan para uno y se envidia a quien los tiene. En un mundo donde reina la inmediatez, donde domina la ansiedad, donde somos esclavos de nuestra voluntad, donde somos frágiles como el cristal. Paradojas que nos acerca al espejismo en vez al oasis, que hace que sedientos nos perdamos en el desierto, que este no nos proteja, sino que nos desafío porque no lo comprendemos, porque no cumplimos con las prescripciones dadas.
La Sunna profética nos invita a meditar en el desierto, a hacerlo nuestro, a incorporarlo por completo a nuestra vida y a confiar en que esta travesía es para descubrirnos nosotros mismos. Solo en su soledad, en su silencio y en su austeridad podremos, tras encontrarnos con nosotros mismos, hallar a Allāh, el altísimo.
Queridas hermanas y queridos hermanos pidamos al altísimo vivir el desierto y dar gracias por que exista. Pidamos que nuestros ojos vean más allá de la arena, las rocas y el calor. Pidamos que nuestra conciencia se expanda que vea a Allāh en ese vacío y que el bendito tránsito nos ayude a crecer y nos de las bendiciones de la tradición profética. Que su silencio nos ayude a escucharnos y a vivir en plenitud.
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.