Queridas hermanas, queridos hermanos,

Hoy hemos preferido cambiar la khutba por un editorial/carta, porque hacía mucho que no hacíamos uno. La idea es invitaros a reflexionar juntos sobre estas fechas y pensar cuanto puede beneficiarnos sentir la plenitud del Ramadán.

No somos conscientes de lo que significa porque Ramadán, para nosotros, es fácil. Nos levantamos al suhur y tenemos nuestro plato (o platos) esperándonos. Pasamos ¿hambre? y ¿sed? —en serio, ¿sabemos lo que es el hambre y la sed de verdad—, rezamos, leemos el Corán y dormimos. En muchos casos lidiamos con la dunya e incluso, a veces, podemos optar por ponernos gruñones o de malhumor. Somos sociales y rompemos el ayuno copiosamente. Y ya… Ramadán poco a poco se va convirtiendo en una festividad de consumo, consumimos, gastamos y deseamos que llegue ‘Eid, aunque no sepamos bien por qué. Espero que tú, lectora o lector, no te sientas molesto con estas palabras, porque muchas veces yo también hago eso y con los años he aprendido a no frustrarme, sino a mirarme en el espejo de la historia.

Y es que Ramadán es otra cosa, porque aunque esté el Shaytan encadenado, el ego (nafs) suele estar desbocado… Quizás debiéramos mirar a la tradición, a la Sunna y a lo que vino antes y después, para comprender que significa. Antes porque es en los profetas, y en sus viajes, donde descubrimos cual es el valor espiritual: Musa vagando (as) por el desierto, purificándose de su fantasía de ser culpable hasta descubrir, de manos de Khidr (as) que la realidad no es lo que parece. O ‘Isa (as) en un viaje iniciático de treinta días de Ramadán y diez de Shawwal, que le lleva a descubrir la importancia de la purificación antes de la ‘ibada. Después de ellos llegó la Sunna de Sayyidina Muhammad, que la azalá de Allah y Su salam sean sobre él, que es la que nosotros seguimos: ayunar, meditar, vivir nuestra vida con dhikr continuo. Una normalidad excepcional. No necesitamos un viaje iniciático, aún, porque siempre estamos de viaje, solo hace falta que prestemos un poco más de atención… ¡Y cuanto se disfruta de la Creación! Tras su resplandeciente presencia, que la azalá de Allah y Su salam sean sobre él, la tradición apuntaló las cosas que hacemos, que decimos, que vivimos. Algunos las descubristeis en vuestras casas con dulzura infantil, otros las construimos con esfuerzo adulto, pero todos nos reencontramos con nosotros mismos y con nuestra historia este mes que va a llegar.

Pudo parecer duro mi primer párrafo, pero el reencontrarnos no es alcanzar la perfección. Es más, es posible que nunca la alcancemos, pero el islam va de intentarlo. El islam no quiere que seamos santos, quiere que vivamos en plenitud con el corazón y la mente puestas en Él, el Altísimo. Por eso, se cuenta la niya (intención) sobre el ‘amal (acción). Ramadán es una invitación a estar exhausto, a abrasar nuestras faltas en la rahma del Altísimo, a ejercitar el sabr (la paciencia), a dar la sadaqa que haga sonreír al necesitado, a recibir el regalo de Laylat al-Qadr, el cual es mejor que mil meses.

Este año os pido u os sugiero, según prefiráis, dos cosas: Que vivamos el instante con el corazón cuerdo (lubb) latiendo en dhikr hacia Allah, el Altísimo. Y eso es que la ‘ibada no sea vacía ni estéril, sino que construya un Jardín en nosotros. Y, por otra parte, que nos acordemos aquellos que están en necesidad o están perseguidos, por otros o por ellos mismos, y su Ramadán es el doble de duro que el nuestro.

Por eso, este año cuando tuvimos que elegir texto para felicitar el Ramadán desde Junta Islámica, el equipo ha pensado en nuestra historia, pensé en nuestro legado y pensé en los nuestros que fueron oprimidos. Aquellos que pasaron ramadanes en silencio y escondiendo quienes eran. ¿Y si ellos fuésemos nosotros ahora mismo? Y así encontré en un texto morisco del siglo XVI, un fragmento, que decía:

“Grande consuelo es el onrado Ramadán y es que no solo Allah eleva nuestras reparansas, sino que los almálakes están rescolgados mirando nuestros buenos fechos, no los malos”

Ahí está nuestra historia como musulmanes españoles, bien cerca en la Alpujarra de Granada y las huertas de Valencia. Unos musulmanes como tú y yo, que hablaban castellano, que se sentían cercanos a Allah, a pesar de la lejanía en la que vivían. Así que como decían esos moriscos con el corazón lleno de baraka, os deseo, en nombre desde Junta Islámica y todos los proyectos que represento, en estas fechas: ¡Que sea un Ramadán generoso!