Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos ¡Ramadan Mubarak! Vimos la luna del Ramadán y nos dispusimos a ayunar como marca el Corán y la Sunna de nuestro amado Mensajero ﷺ. Ayuno marcado, de nuevo, por la introspección, el silencio, la reflexión y la abstinencia social. Esta última producida por la situación que vivimos a nivel mundial, esta prueba de paciencia (ṣabr).

Si habitualmente debíamos tener paciencia en Ramadán tanto este año como el pasado hemos tenido que hacernos aún más pacientes, descubriendo así lo oculto (ghayb) que hay tras este mes. Una experiencia que pone en jaque, que cuestiona nuestra habitual forma de vivirlo tan mediada por tradiciones culturales, por una socialización que a veces rompe nuestro ritmo de vivir este mes Sagrado. A veces nos volvíamos sordos y no escuchábamos el recuerdo (tadhkira) de la Revelación tal y como se le dio a nuestro profeta Muhammad ﷺ en la cueva de Hira.

La paciencia (ṣabr) es una condición fundamental para vivir equilibradamente. Ramadán, aunque a los extraños no les parezca, es el mes del equilibrio, del fluir, del salām. El ayuno y la purificación no debe sentirse como mortificaciones, ni como castigos… Al revés, es el momento para dejar en el nosotros físico, mortal y pensar en nuestra dimensión espiritual, pero sin un matiz peyorativo ni ascético. No se castiga el cuerpo, no hay castigo hay reflexión sobre él. Lo purifica el Sol con su luz, con su calor y su luz. El Sol nos marca el tiempo en el que vivir sin cuerpo, nos enseña a ser pacientes hasta que la luna con su pálido fulgor irrumpa en el cielo.

Ṣabr es una palabra muy antigua, que remite a la paciencia, a fortalecer esa paciencia, obedecer lo mandado, huir de la agitación y la pena. Ṣabr es uno de los pilares de la vida de las musulmanas y musulmanes, una reacción necesaria, un esfuerzo ante la complejidad de nuestro mundo. Es la invitación a vivir en plenitud, previo paso por el salām, y Ramadán es el recuerdo para que esto pueda ser posible. Una perseverancia que nos fortalece cuando creemos que las fuerzas se extinguen… Pues Allāh, el Altísimo, siempre está ahí.

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Partiendo de esta paciencia (ṣabr) se nos invita a pensar a que el ser humano ha sido creado para llegar a Allāh, y eso es lo que hacemos durante Ramadán. Sin embargo, Ramadán no es el único mes para llegar a Él, que exaltados sean sus nombres. Es un mes de ‘ibāda intensa, de consciencia plena, más para llegar a él se necesita haber estado en recuerdo (tadhkira) todo el año, las once lunas anteriores. De lo contrario Ramadán puede convertirse en un terrible tormento, en una agonía sin comida ni bebida que nos confronta y no en el mes donde nos descubrimos y purificamos.

Por eso, sería bueno advertir que el ayuno no es exclusivo de Ramadán ni la purificación tampoco como no lo es el dhikro la lectura de nuestro libro sagrado. Estas son actividades para vivir con consciencia (furqān) y conciencia (taqwa) de Allāh cada día que confrontamos, cada día que nos ponemos frente al mundo. Todo esto en Ramadán se intensifica y nos ofrece una experiencia intensa donde ni siquiera el Shaytan puede intervenir pues es encadenado (Bukhari 3277, Muslim 1079), más, sin embargo, el enemigo está en nosotros mismos: nuestro nafs (ego).

En este mes debería preocuparnos más como nuestro nafs, en vez de ser domado, puede desbocarse al no ser capaz de ser paciente, de focalizarse en la Verdad (al-Ḥaqq) de Allāh. La socialización innecesaria, el aparentar la ‘ibada, el querer forzarnos es lo que, queridas hermanas y queridos hermanos, puede hacernos descarrilar, puede hacernos caer y puede hacernos sufrir. Más vale ser consciente un minuto de ayuno que un ayuno inconsciente, más vale una página del Corán recitada con intención (niyā) que recitarlo como un papagayo. La baraka del Ramadán está en el grado de consciencia e intención que ponemos en él y no en intentar convertirnos en algo que no somos y que seguramente abandonaremos a la mitad.

La paciencia es fundamental para no frustrarse, la intención para no perderse y la sonrisa para pase lo que pase ser conscientes que es un regalo de Allāh. Ese es el Ramadán pleno, así no se pasa nada de hambre, no se percibe ningún sufrimiento, sol así desciende la bendita sakina de Allāh sobre la humanidad. La sakina es esa fresca brisa que en días de calor refresca a cualquier persona con un hálito divino, la baraka es como el agua fría de una alberca que elimina cualquier traza de calor. El objetivo del Ramadán es sentir ambas como preludio al Jardín donde no faltarán ni la divina brisa, ni el arroyo con agua fría y mubarak, ni la frondosa y verde sombra.

El Ramadán no es prohibición es apertura. El Ramadán no es sufrimiento sino gozo. El Ramadán es nuestra propia vida cotidiana que se detiene para que recordemos a Allāh, exaltándolo, elevando loor sobre Él, el Altísimo. Y quien os intente hacer ver lo contrario ¡Ay, pobre de él! Porque no sabe gozar del aljalque —como decían los moriscos españoles cuando se referían a la creación — de Allāh.

Pidamos por que comprendamos los misterios del Ramadán. Pidamos vivirlo con conciencia. Pidamos sonreír cada día a pesar de las dificultades. Pidamos vivir un Ramadán eterno en el que nuestro corazón se alimente de la ḥaqīqa. Pidamos, queridas hermanas y queridos hermanos, tener consciencia plena de nuestra vida hasta el final y no yerrar por olvido.

Pidamos así a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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