En estos tiempos, donde el individualismo impera, la palabra sacrificio suena lejana y extraña. De inmediato nos evoca a esfuerzo inasumible y quizás a sangre, a otros tiempos que, a muchos, le suenan “incivilizados”. Sin embargo, a quienes practicamos el islam está palabra nos suena mucho más familiar. Convivimos casi a diario, un tanto inconscientemente, con el sacrificio y, por otra parte, lo practicamos conscientemente en festividades concretas.

Nosotros somos una de las pocas culturas globales que conservamos auténticos sacrificios rituales y que no los hemos reducido a simples palabras o a un simple proceso industrial. En ‘Eid al-Adha sacrificamos siguiendo la Sunna de los profetas, al igual que cuando nace un nuevo miembro de la familia. El sacrificio, tal y como pervive en la herencia abrahámica, es acción de gracias, alegría y conciencia. Una conciencia que nos devuelve el valor de la vida en tiempos que esta no importa tanto. El sacrificio es una toma de contacto con la Realidad: una vida se entrega para que otras pervivan.

Pero, aunque el sacrificio es un acto cruento no es para nada un acto cruel si se hace con taqwa, conc. Ningún sacrificio de los descendientes de Ibrahim (as), especialmente los islámicos, debe tener crueldad, sino que el animal tiene que sentir que su sangre y su vida revivificara a otros. El islam asume que el sacrificio es un rito de paso que todo varón adulto debe practicar para reafirmarse en el valor de la vida. Y es cierto, aquel que sacrifica y ha tenido el cuchillo en las manos y el cordero a sus pies valora de otra forma la vida. En ese instante se da gracias de la rahma de Allah y de la posición de plena conciencia con la Creación que Él, Altísimo, nos ha dado. Por un momento, ese hombre debe pensar en la angustia de Ibrahim (as) antes de que el ángel detuviera su mano y en las gracias por ser sustituido por un cordero. Pero también para recordar a Hajar (ra), quien vivió el sacrificio en sí misma vagando por el desierto para encontrar el lugar que Él, Altísimo, había dispuesto para que su hijo Ismail (as) y su marido Ibrahim (as) reconstruyesen la Casa. Deben ser Hajar (ra) e Ibrahim (as) nuestras referencias vitales estos días.

Pensemos también que este ritual tiene algo de otros tiempos, en aquellos en los que por todo se daba gracias a Allah, el Altísimo. Cada acto dentro del ritual sacrificial era una ofrenda, era ‘ibada hacia Él. Posteriormente perdimos ese sentido y las palabras ganaron protagonismo. Palabras que, como en el caso de los idólatras, se volvían vacías, materializaban realidades que no eran tales. El individualismo y el materialismo, las peores de las idolatrías de nuestro tiempo, ha convertido en tabú el sacrifico como ha hecho con la muerte. «Si no lo vemos, no existe» — se dice autoconvenciéndose y huyendo de enfrentar la Realidad. Nuestro mundo está lleno de ídolos huecos y de simulaciones de sacrificios que no son tal porque las palabras nunca pueden sustituir al acto hecho con intención. Tenemos miedo a sacrificar porque hemos quitado el sentido a lo que significa el sacrificio y lo reducimos a un acto material o egoista.

‘Eid al-Adha no es un día para «comer pinchitos», sino para ser profundamente humildes y agradecidos. Dejémonos eclipsar por Allah, el Altísimo, y gocemos del instante del límite. Que sea un recuerdo de lo afortunados que somos cada día, para tener conciencia global de la Creación de Allah y así sea Su qadr (su mandato) y Su rahma.

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