Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos, un nuevo jumaa nos congregamos para dar las gracias por la Creación (khalq) que Allah, el Altísimo, ha puesto ante nosotros. Creación que estamos encargados de guardar y proteger, creación que supone el legado que tuvieron nuestros ancestros. Y es, precisamente, este el tema de hoy.

Hablar de los ancestros es un tema del que, a diferencia de otras religiones y culturales, en el islam no se suele hablar en exceso. Pensamos que tras la muerte el Jardín o el Fuego envuelve a la persona, dotándola de una distancia abismal y lejana. Pero nuestros ancestros son un signo que sitúa Allah para que reflexionemos, en lo bueno y en lo malo, con cierta bendita humildad. El recordar a los ancestros, como parte de nosotros mismos, viene prescrito en el Corán, más esto no debe convertirse en un recuerdo mayor a Allah:

Así, cuando hayáis completado vuestros ritos ¡recordad a Allah como lo hacéis con vuestros ancestros o con más grande recuerdo! (Corán, 2: 200)

El recuerdo a los ancestros es conocernos a nosotros mismos en tanto vemos como avanza la historia, como han sido los que nos han precedido y cuales fueron sus virtudes y errores. Son un espejo, un signo propuesto por Él, que exaltado sea Su Nombre, para plantearnos en que realidad vivimos y hacia donde queremos ir. Un signo que, igualmente, es de recuerdo, de reflexión y mesura. Sin embargo, no hay que caer ni el shirk (idolatría), ni en el taqlid (imitación ciega) al pensar que los ancestros lo hacían todo perfecto, de hecho, el Corán vuelve a advertir:

A aquellos que dicen que Allah tiene hijos les advertimos, pues ni ellos ni sus ancestros saben nada… ¡Que terrible aseveración proviene de sus bocas! ¡Solo dicen mentiras! (Corán, 18: 4-5)

Los ancestros no son, ni pueden ser, fuente de autoridad en el din. No por tener vinculación con nosotros, por haber vivido antes están eximidos de errores ni de equivocaciones. De hecho, muchas veces somos nosotros mismos los que tenemos que revivir (tajdid) el din, ante la ghafla (el olvido) que ciertos ancestros han provocado con sus acciones, con su actitud. De esa forma, el islam nos obliga, necesariamente, a pacificarnos en presente, en una espiritualidad que recuerda pero que no tiene nostalgia.

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Aunque no sea un tema muy popular, los ancestros aparecen en la tradición islámicas como la referencia hacia donde mirar. Uno de los mejores ejemplos es Yusuf (as) cuando está preso en la mazmorra y les dice a sus compañeros de prisión:

Y sigo el pacto de mis ancestros Ibrahim, Ishaq y Yaqub. Nada hay que se asocie con Allah. Esta es la generosidad de Allah sobre nosotros y sobre la humanidad. Mas la mayor parte de esa humanidad no son agradecidos (Corán, 12: 38)

Yusuf reconocía en su linaje la necesidad de honrarlo porque era algo positivo, porque esos ancestros habían dejado un legado que seguir. Los ancestros nos dejan legados donde comenzar el camino, algunos son buenos, otros malos. Son puntos de partida, pero no pueden suponer nos puntos de llegada. Por eso en el islam no hay un culto a los muertos o a los ancestros. Sentimos su herencia, pero no podemos vivir exclusivamente en ella. ¿Qué hubiera pasado si Sayyidina Muhammad ﷺ hubiera optado por mirar a los ancestros más directos de su tribu en vez de haber oído a Allah, el Altísimo?

Por eso, tenemos que sopesar, muy seriamente, porque Allah nos ha liberado de la carga de un culto a los ancestros y tan solo nos ha dado un recuerdo amable, dulce de ellos. Así, no tenemos o, mejor dicho, no los vemos ni como espíritus ni fantasmas, ni algo terrorífico. Visitar a los ancestros, honrarlos es tan simple como dedicar un dua o una fatiha en la creación. No hay más autoridad en ellos que el legado de sus buenas acciones, de su ‘ibada sobre Allah, el Altísimo. Queridas hermanas, queridos hermanos, más fácil que eso es imposible.

Nuestro din es puro presente, por más que muchos se empeñen en querer que sea una creencia de museo o una ideología nostálgica. Quien está pacificado en el Altísimo no tiene nostalgia, no añora, no mira atrás, tan solo toma su herencia y avanza. Fortalece los cimientos excavados por sus ancestros y remata la construcción con más belleza, e incluso podemos llegar más lejos que ellos y eso es una auténtica honra para ellos.

Y no solo se trata de honrar a los ancestros de nuestra sangre, sino a aquellos como el Mensajero ﷺ que con su Sunna nos permite viajar en la vida, como los que formaron su Casa y como todos aquellos, hombres y mujeres, que han sido íntimos de Allah y han aportado a nuestro din pacificado. Ser creyente sincero implica vivir no añorar, implica proseguir y no detenerse, implica construir para mejorar.

Construir sobre lo que otros construyeron es un buen ejemplo para intentar llegar lo más lejos posible, para intentar mejorar nuestra propia vida sintiéndonos nexos de lo que otros ya hicieron para que podamos proseguir. Queridas hermanas, queridos hermanos se trata de que seamos aún más conscientes que nada existe sin Allah, el Altísimo, y que nuestra vida es transitoria y que la auténtica recompensa vendrá en la vida que habrá de venir.

Cuando muchos se preparan para celebrar una noche de brujas, una fiesta de difuntos, pensemos que, alhamdulillah, nosotros no tenemos que celebrar nada de eso porque nuestro recuerdo siempre está con toda la creación. Quiera Allah otorganos el recuerdo sincero de la creación, quiera Él arraigarnos en el dua y la sinceridad, quiera Él hacernos trascender. Quiera Allah hacernos dignos para que la creación nos recuerde generación tras generación. Amén.

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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