Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos estamos un viernes reflexionando sobre nuestro mundo desde un planteamiento eco-teológico. El islam, como din pacificado, nos invita a que todas y todos hagamos tawba (nos re-orientemos) hacia Allah y pensemos en los que viven con nosotros. Si en las khutbas anteriores hemos hablado de la sequia necesaria y la ‘ibada cósmica, en esta quiero retomar algo que leí hace poco y me asombró intensamente.

No fue este un asombro vacío ni egoísta, sino uno que estaba conectado con la palabra ¡alḥamdulillāh! Y es que Allah, el Altísimo, desciende el conocimiento a quien Él, en su inmenso poder, quiere y a quien se lo desciende se convierte en luz para la humanidad. Y así, casi por casualidad, me encontré un texto del gran Ibn ‘Arabi, de hace más de 900 años, donde hacía una reflexión sobre un tema de actualidad: ¿Cuál debe ser nuestra relación con la Tierra?

Decía el Shaykh Al-Akbar, andalusí universal, Ibn ‘Arabi en la apertura del capítulo octavo de Futuḥāt al-Makiyya (Aperturas de Meca) que la Tierra, la esencia de este mundo vivido del que hablábamos, había sido moldeada con la arcilla vivificada que sobró de la creación de Adam (as). Y no tuvo mejor forma de decirlo que con un pequeño poema:

¡Oh, hermana! ¡Ay! Te reconocemos como una tía, hermana de nuestro padre Adam

         Dulce madre de ignoto origen

Los hijos te contemplan, hermana de su padre,

         mas los unos con los otros luchan, con enfermizo afán.

Tan solo unos pocos de entre ellos

         afectuosamente te saludan los de espíritu desmedido.

¡Oh, tía! ¡Cuéntame! ¿Acaso él manifestó en ti su secreto fraternal,

         en descenso a la Tierra afirmado.

¿Cómo alguien como tú podría aparecer en el universo,

         por la humanidad amada y querría en nosotros confiar?

Tú, que tienes el maqām del ejemplo (imāmah), mientras que de tu hermano es el liderazgo (imām), que los dirigidos sean sus extensiones. (Ibn ‘Arabi, Futuḥāt, Vol. 1, pp. 379-387).

Comparte vida con lo más valioso del ser humano, en este sentido, simbólico, la Tierra coparticipa de la naturaleza humana, está en su origen y merece la misma consideración que el Califa del Altísimo. Es el propio Ibn ‘Arabi quien exhorta al ser humano a respetarla, en el poema anterior, como una hermana, dejando, además, implícito el hadiz que inspira ese poema en el que el Mensajero ﷺ nos dice:

No os odiéis los unos a los otros, no os envidiéis los unos a los otros, no os abandonéis los unos a los otros, sed, pues, siervos de Allāh como hermanos. No os es lícito estar enfadado con vuestro hermano por más de tres días (Sunan Abu-Dawud, 4910).

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Que Ibn ‘Arabi nos sugiera este hadiz ya debería darnos que pensar. Porque en las siguientes líneas, con un bello poema, nos advierte que el ser humano tiende a la lucha, contra sí mismo y la propia Tierra, y es ingrato con la creación. Ibn ‘Arabi lo relacionará precisamente con sura Maryam 19: 25-26 y como el ser humano recibe, en casos de extrema necesidad, un rizq muy especial de esa «hermana Tierra». Y es que este es un espacio bendito, dispuesto para ser descubierto, para ser vivido al que le damos poca importancia debido a nuestra falta de sensibilización hacia el conocimiento profundo (ma‘rifa). La Tierra nos sirve y nosotros la deberíamos servir a ella.

Simbólicamente, queridas hermanas y queridos hermanos, la Tierra tiene infinitas posibilidades, infinita baraka dada por Allah, el Altísimo. Y es que es la ley divina —según nos explica Ibn ‘Arabi— quien le da la oportunidad de considerarla. Es puro símbolo, en bellísimas palabras, que nos transmite Ibn ‘Arabi en Futuḥāt que pone en cuestión una visión finita. Y aunque es un alegato simbólico, alegórico, nos permite ver que hay en esa Tierra profunda tan unida a nuestro mundo mundano. ¿Acaso podemos reducir nuestro mundo a simple materialismo?

Sin embargo, muchos pensadores, a lo largo de los siglos, se han sumado a esa visión, menospreciando la experiencia del mundo vivido en busca de una idea, una visión material o, simplemente, un control en un deseo de cuantificar la Creación. Así, tantas ideologías contemporáneas desafían, con una perspectiva extractiva, nuestra responsabilidad con el mundo. Visiones altivas hacia la naturaleza, incapaces de construir algo más allá. Y, sin embargo, el Corán dice:

Y es Él quien hizo jardines con parras y otros sin ellos, las palmeras datileras y tantos cereales diferentes, olivares y granados tan parecidos, tan diferentes. Cuando den fruto ¡comedlos!, pero dar un poco el día de la recolección. Y no lo malgastéis, pues, ciertamente, Él no ama a los que malgastan. (Corán, 6: 141).

La Creación, el mundo vivido, es una responsabilidad nuestra en tanto nos ha sido encomendada por Allāh, el Altísimo. El califato del ser humano es tomar conciencia de que el mundo vivido ha de ser escuchado y protegido de la misma forma que lo haríamos con nosotros, como lo hizo, en su momento, el Mensajero de Allah ﷺ. Efectivamente Allāh, el Altísimo no ama a los que malgastan Su Creación para su propio beneficio, pues el perjuicio que crean, tan solo, les perjudica a ellos mismos. Así dice el Corán: «El mal tan solo perjudica a uno mismo y nadie cargará con peso de otros (Corán, 6: 164)».

Y esto, como un círculo que vuelve a su comienzo, nos indica que la falta de saboreo (dhawq) del mundo vivido se debe, fundamentalmente, a una carencia en su construcción como persona (shajṣun) y, por tanto, la incapacidad de comprender la importancia del bien común (maṣlaha) de lo social. ¿Cómo poder construirnos, en singular y plural a la vez, si no somos capaces de contemplar el mundo vivido? ¿Cómo es posible que esperemos la belleza que ha de venir si después no somos capaces de contemplar el instante?

Queridas hermanas, queridos hermanos, este es nuestro viaje, nuestro camino y debe ser nuestra comprensión profunda (ma‘rifa): la conexión con la tierra, la conexión con el medio, la conexión con el mundo no puede ser cuantitativa ni agotarse en lo material, sino que se trata de intentar llegar más lejos. El amor (maḥabba) es lo que hace florecer, como si fuere un Jardín, al corazón cuerdo (lubb), pero es también ese amor junto con la raḥma el que consigue que todos nosotros podamos vivir esta Tierra como un Jardín. Y si no es por nosotros que sea por esa arcilla compartida que hay en ambos. Quiera Allah hacernos conscientes bajo la Sunna de su Mensajero ﷺ, quiera Allah que nosotros seamos herederos del secreto que Adam (as) susurró a su hermana Tierra y comprender la esencia de la primera parte de la shahada: No hay nada divino sino Allah. Amén.

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.