Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos, un jumaa más meditamos juntos sobre las palabras de nuestro amado Profeta ﷺ sobre cada aspecto de la vida. Ahora, tan cerca de Ramadán, es una oportunidad fascinante para que pensemos que en lo más cotidiano hay trascendencia, esa chispa divina que nos lleva a la plenitud frente Allah, el Altísimo. Porque en el mundo materalista y amante de la cantidad, esa chispa pasa inadvertida para muchos, lo que no significa que no exista.

Recopiló Shah Waliullah uno hadiz, de esos enraizados y saboreado por los grandes sabios, que dice:

إِسْتَعِیْنُوْا عَلَی الْحَوَائِجِ بِالْکِتْمَانِ

Ista‘inū ‘ala  al- ḥawāi’j bi-lkitmān

Cuando busques ayuda para cualquier necesidad hazlo con discreción
(al-Tabarani, al-Mujam al-Kabir, 20:94; Daylami, al-Musnad, 1:119-121)

Este hadiz me parece no solo bellísimo sino muy recomendable tanto para aquel que ayuda como para el que está en necesidad. En su sencillez guarda, como siempre, un universo de significado simbólico que se despliega cuando lo leemos con el corazón (qalb) más allá de la finitud de las palabras.

La ayuda, e incluso lo que llamamos actos de caridad, está intrínsecamente unidas con el amor (hubb) al otro. No hay solución a las necesidades, físicas o espirituales, que no pase por un acto de amor que nos remite al sentido de semilla que eclosiona. La ayuda solo es plena cuando se hace despegadamente, sin esperar nada a cambio, solo el acto de ayudar. Al igual que el que la solicita espera precisamente eso, un acto que le haga trascender, que le haga alcanzar la plenitud. Por ejemplo, nos recuerda el Corán con la historia de Ayub, un personaje que nos habla de las pruebas relacionadas la necesidad, y su comportamiento:

Recuerda a Nuestro siervo Ayub cuando exhortó a su Señor: «Me ha tocado el Shaytan con pesar y sufrimiento». «¡Golpea con tu pie! Hay ahí un manantial de agua fresca para purificarte y beber». Y así Nosotros dimos a él y a los suyos mucho más: una rahma Nuestra y un recuerdo para aquellos que tienen un corazón cuerdo. «Toma un puñado de hierba en tu mano y golpéala, mas no rompas tu promesa». En verdad, que paciente le encontramos y que excelente siervo era. Él volvía una y otra vez. (Corán, 38: 41-44)

La historia de Ayub explica muy bien lo que este hadiz expresa. La humildad del que busca debe primar, pues esa humildad va unida a la paciencia (sabr) y en un creyente a la idea de que la última ayuda proviene de Allah, el Generoso. Es Él, quien dispone las condiciones para que esa ayuda se materialice.

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La discreción es una protección frente a a la envidia, frente a los hechiceros y hechiceras que aguardan en las sombras, frente a nuestro propio ego (nafs) que incluso podría acomodarse a la situación de necesidad y dejar de luchar y buscar. La discrección es un valor extremadamente presente en el islam y que forma parte del núcleo duro de la experiencia muḥammadiana. A la vez, la necesidad es algo de lo que no podemos huir, pues es prueba para el creyente. El creyente debe ponerse al límite y ver donde sitúa al Altísimo, con discrección y con el corazón pleno de anhelo por lo que habrá de venir. Así nos lo recuerda el Corán:

Y, ciertamente, antes de ti enviamos mensajeros a todas las comunidades y Nosotros les asimos con adversidades y dificultades, quizás así fueran humildes… (Corán 6: 42)

Y en esa búsqueda, el necesario viaje de la vida, nos acabamos reencontrando con nosotros mismos. Y la ayuda viene por si sola sin grandilocuencia ni honores, solo llega y alcanza nuestro corazón. Como una sakina, esa brisa fresca de la victoria, que Allah, el Altísimo, manda para reconfortarnos tras el pesar y el dolor.

Lo mismo para el que presta la ayuda que debe de ser una persona discreta. En nuestro din pacificado no hay peor, nada más horrible y abominable que los hipócritas que presumen una y otra vez de lo mucho que hacen, que dan pues ellos hacen ídolo sus acciones. Caen en un shirk de la acción, que en la mayoría de los casos quieren cobrar. Quieren cobrar algo que ni siquiera les correspondes, pues es del Altísimo. Y así, incardinándolo en la propia historia del Profeta ﷺ, nos cuenta el Altísimo en su Corán Magnífico:

Ellos son quienes dicen: «Nada gastéis en aquellos que están con el Mensajero de Allah, pues así le dejarán en tropel». Y son de Allah los tesoros de los cielos y de la tierra, mas no lo comprenden los hipócritas. (Corán, 63: 7).

No comprenden que toda ayuda proviene del Altísimo y que ellos nada disponen, tan solo son vehículo de Su dictado. Nada les pertenece… El creyente sincero hace la acción de ayuda porque debe hacerla, para propiciar una harmonía con la Creación (khalq). Por eso, su acción es pura, sincera y se transforma en ‘ibada. En una ‘ibada discreta y humilde que reconforta el corazón de su hermana o de su hermano. La sadaqa, mal llamada caridad, tiene una conexión más profunda con su significado primordial: sinceridad. ¿De que sirve dar millones si somos de ser sinceros con lo que damos? ¿De que nos sirve aparentar ayudar si en nuestro corazón hay odio y miseria? ¿De que nos sirve pedir si no sabemos que el único que nos va a responder será el Altísimo? Preguntas que no deberíamos hacer ahora que llega el Ramadán y nos ponemos voluntariamente en necesidad física y espiritual para que el Altísimo nos conforte en cada noche con rahma, con su maghfira y con su amor.

Quiera Allah, Altísimo y Exaltado, hacernos de aquellos que sean conscientes de sus acciones, que tengan el amor como el motor de la vida y que sean sinceros y humildes ante los demás. Quiera Allah, Generoso y Poderoso, librarnos de necesidades y terribles pesos. Quiera Allah que cuando ayudemos lo hagamos con el corazón cuerdo (lubb) y de la forma más discreta emulando a Sus Mensajeros. Quiera Allah, quien todo lo escucha, oír este dua y que nos beneficiemos de el, prosiguiendo la Sunna del más puro de los Mensajeros ﷺ. Amén

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.