Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos hoy es ‘Eid al-Adha, la fiesta del sacrificio. Hoy es un día para vivir el instante, para vivir a Allāh cerca nuestra. Después de haber aguardado en la larga noche de ‘Arafa, es hoy cuando con regocijo nos dirigimos a dar gracias. Damos gracias de estar vivos, pero tendríamos que dar gracias por acercarnos al maqām (posición espiritual) de la casa de Ibrahim.

Hemos convertido en una costumbre la fiesta del sacrificio, en una costumbre cultural. Pero ¿sabemos lo que significa? ¿vivimos eso que significa? ¿Podemos contentarnos en imitar algo que es cultural frente al símbolo vivo de Allāh, el Altísimo? Son preguntas que pueden surgir, que deben surgir para un creyente sincero que hoy no se contempla con lo simplemente bello y busca la verdad.

El maqām (posición espiritual) de la casa de Ibrahim es tan antiguo como la humanidad, es una constante en toda la creación de Allāh. La experiencia de Ibrahim (as) significa ser digno de la confianza de Allāh, desde la humildad, desde el límite de nuestro yo venciendo al ego (nafs) y reconociendo que no hay nada más que Allāh. Por eso, Allāh hizo pasar pruebas a toda la casa de Ibrahim, ya que los ennobleció en cada instante, en cada respiración entrecortada, en cada momento de debilidad, cuando ellos se veían a ellos mismos. Esta es la única manera de ser consecuentes con nosotros mismos, de dejar de temer a la muerte, de eliminar lo material porque siempre hay un ángel que en el último instante irrumpe con el mandato de Allāh.

El ángel es el momento en el que el tiempo, en tanto tiempo lineal, pierde su valor y solo queda Allāh, quien otorga seguridad ante el temblor de la mano con el cuchillo o la presencia de la muerte en el desierto. El ángel te dice que te levantes, que cantes alabanzas a Allāh, que exaltados sean todos sus nombres, y te dirijas a dar gracias pues Él te guía y nada has de temer. El ángel, a pesar de seguir viviendo en un mundo tan materialista y finito, sigue existiendo para nosotros como existe el maqām (posición espiritual) de la casa de Ibrahim, pues en algún momento todos somos Hajar (as), Ismail (as) o Ibrahim (as), creyentes sinceros a los que se les entrecorta la respiración. El ángel solo existe en tanto trae un mandato de Allāh, el Altísimo, un mandato que detiene el tiempo, que detiene la existencia y Él se hace presente. El ángel es el fruto del instante. Un instante eterno en el que se nos permite vivir en plenitud como en el Jardín aun algo terrible este pasando fuera, pero que más da pues el creyente sincero dice: «Haz lo que se ha ordenado, mas si esa es la voluntad de Allāh, me encontrarás entre los pacientes» (Corán, 37: 102). La vivencia de ese instante frente a la voluntad de Allāh es todo lo que podamos precisar.

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Tras ese instante, tras sentir la eternidad en las palabras del ángel, en el tiempo de Allāh tenemos que dar gracias. Ese es el sentido primordial de esta fiesta que hoy celebramos. Celebramos el instante y el agradecimiento, celebramos que en el último momento un ángel descendiera un manso cordero en vez de sacrificar a Ismail (as), celebramos la humildad (khushu) frente a la creación y su grandeza.

Cuando sacrificamos hoy lo debemos hacer con el máximo de los respetos, con la máxima humildad porque estamos entregando una vida para que otros vivan. El sacrificio es algo tan sagrado que empuñar el cuchillo solo se puede hacer en estado de dhikr recordando al Altísimo y siendo conscientes que no es un juego. El sacrificio tiende a recordarnos quienes somos, nuestra finitud, nuestra dependencia, nuestra fragilidad.

Apenas se queja el cordero cuando es sacrificado en el nombre de Allāh, pues esa es su función. Su sangre vertida prolonga la vida de otros, de nosotros que deberíamos vernos reflejados en ese cordero que ha aceptado su qadr sin revolverse. Es Allāh, el Altísimo, el que se manifiesta en cada instante, en cada sacrificio. Un sacrificio no es un acto sádico sino un acto de acción de gracias.

En un mundo tan materialista, tan neurótico los sacrificios han pasado a ser tabú. Mucha gente no quiere hablar de esto, no quiere vivir esto e incluso olvida el símbolo de este sacrificio: la muerte trae vida si Allāh lo quiere. Nuestro mundo quiere un falso presente que tiene más de nostalgia y de futuro proyectado que de presente, donde habita Allāh. Nuestro mundo cuestiona el rito porque no entiende lo que conlleva, porque le da vergüenza verse tan frágil frente Allāh y su creación. De igual forma tenemos un miedo patológico ante la muerte, hemos construido un tabú en el que hemos eliminado a los ángeles que en un instante pueden salvarnos como a Hajar (ra) si esa es la voluntad del Altísimo. La muerte material, como el sacrificio material, no es nada. Tan solo un espectáculo grotesco. Sin ritual es una mala experiencia, pero con ritual todo se dimensiona, impacta en nosotros, nos transforma, nos hace más humildes y conscientes de todo. Y es que la clave esta en la conciencia (taqwa) con la que asombrados admiramos la creación.

Esta es la experiencia muḥammadiana donde además de este maqām de la familia de Ibrahim, tenemos la conciencia de que Allāh tiene una raḥma infinita y jamás se olvida de sus seres creados. Por eso, nuestro amadísimo Profeta ﷺ reinstituyó este recuerdo (tadhkira) a Ibrahim (as) y su gente para que no lo redujésemos a palabras vacías sino que lo viviésemos.

La vida plena solo existe cuando el ritual vive en nosotros y nos transforma por completo. Entonces, así, podemos vivir pacificados y en plenitud lo que Allāh tiene para nosotros. Que Allah hoy nos llene de esa taqwa para poder contemplar tan trascendental instante y podamos empatizar con la casa de Ibrahim. Que nunca perdamos la esperanza como tampoco lo hizo Hajar (ra). Y que seamos constructores de algo más legándolo a las generaciones posteriores como lo hizo Ismail (as). Quiera Allāh que su ángel siempre descienda en el momento oportuno. Amin

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.