Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos las visiones ensoñadas (ruya) son parte del dīn y de la experiencia heredera por los profetas. Es quizás, junto a nuestra vivencia de lo físico la mayor conexión con su experiencia. Porque quizás nunca lleguemos al nivel de su experiencia, pero si que podemos participar de los encuentros en el malakut, el reino de los ángeles, donde se despliega la voluntad de Allāh, el altísimo.

Los sueños (ruya), a menudo visiones, son estados que recibimos en un estado de conciencia suspendido. Dormidos proyectamos hacia otro mundo donde Allāh nos guarda un tesoro simbólico que deberemos interpretar, paladear (dhawq) e incorporeizar. Etimológicamente la ruya proviene de una raíz que evoca, inmediatamente, al ver, al pensar, a juzgar, observar. Se trata de una visión que se torna ensoñación cuando toma la forma de esta palabra.

Los sueños no son una simple y frágil fantasía, sino que forman parte imaginación. Imaginación creadora que, intermundos, nos invita a seguir el camino profético. Mensajes que en otro estado ni les prestaríamos atención pues serían meras intuiciones, presentimientos sin valor claro pero que en un sueño se dotan de narratividad y verdad. Por eso en el islam estas visiones no se toman como fantasía pues ha habido mensajes dados en sueños más poderosos que el que otros han podido recibir despiertos. Solo Allāh el altísimo conoce el significado más profundo e intimo de los sueños.

La revelación, el mandato de los profetas, descendió en muchos casos en ese estado de duermevela en el cual se despliega el absoluto mientras nuestra conciencia está suspendida y nosotros no podemos actuar con voluntad. Tan solo es el Altísimo quien habla y que dicta su mandato sobre nosotros, sobre aquello que como siervos deberemos hacer. Por eso, para los profetas la revelación (waḥy) es tan sumamente efectiva en este estado porque toda voluntad de oposición desaparece y cualquier lógica se difumina hasta convertirse en el infinito inaprehensible que representa Allāh, que exaltado sea su nombre. El creyente sincero siempre está dispuesto a recibir el mensaje con una enorme humildad y con la certeza de que jamás podrá controlar el mensaje. Y es esa visión ensoñada quien se lo permite.

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Cuentan que el profeta Ibrāhīm (as) recibió en sueño un mandato terrible, una suerte de revelación que marcaría en su cuerpo y su alma su destino como creyente: debía sacrificar a su primogénito Sayyidina Ismail (as).

«Y te llamamos: ¡Oh, Ibrahim! Ciertamente se te ordenó en visión ensoñada pues nosotros recompensamos a los que hacen el bien. Y, en verdad, era una prueba. Y nosotros le rescatamos del sacrificio y le establecimos durante generaciones. La paz sea sobre Ibrahim» (Corán, 37: 105-110)

Este episodio, de sobra conocido por todos, a Ibrahim se le ordenó mediante ruya que sacrificase a su primogénito. Un acto que se hizo desde el inconsciente, desde ese plano que excede a lo cotidiano pero que está íntimamente unido al absoluto. De otra manera esta revelación, necesaria para algo mayor, jamás habría llegado porque nuestra cotidianidad, nuestra voluntad, nuestro nafs (ego) es incapaz de aceptar algo así. Sin embargo, en el sueño sometido a la voluntad del Altísimo comprendió que había que ir más lejos aún. Y aún así Allāh, en su majestad (jalāl) recompensó a Ibrahim por ser un creyente sincero y le abrió le elevó en su posición espiritual.

La visión ensoñada nos permite aceptar el mandato que de otra forma sería contrario a lo que nosotros entendemos bien por seguridad o bien por comodidad. Ahí aprendemos de los profetas a aceptar la realidad y que la voluntad es algo que aparece a posteriori. Lo mismo que el profeta Yusuf (as) quien a través de diversas visiones ensoñadas, la sabiduría que el Altísimo le había dado a él, comprendió el peso y el significado que tenía. Quizás de haber sabido su destino no lo hubiera aceptado.

Por eso un profeta no es un brujo en tanto estas visiones no son buscadas ni anheladas, vienen involuntariamente sin conciencia de ellas e imaginadas. Esos sueños no son ficción sino transposiciones del absoluto. No se quiere saber y sin embargo se sabe y se carga con un gran peso. Es un signo complejo. El ejemplo profético nos invita a comprender la realidad en su profundidad más esencial, a incorporeizar los mensajes, a hacerlos nuestros pero sin voluntad de dominarlos. Algo que suena poco menos que imposible en una sociedad como la nuestra donde todo es control, dominio y poder. En un momento donde los sueños son anhelos debemos convertirlos en un fluir para con Allāh, el altísimo.

Y así llegaremos al ejemplo más sublime de todos cuantos han tenido la experiencia de la ruya, la de nuestro amado profeta Muḥammad ﷺ quien en esas visiones recibía la más excelsa de las revelaciones y vea, reflejándose en sí, la más prístina de todas las luces que Allāh guarda. No es una experiencia sencilla, pero el absoluto no puede ser algo simple pues tiene que exceder necesariamente de lógicas duales y humanas. Por eso, en el sueño todo esto se rompe y se nos invita a trascender en manos de Allāh y sus ángeles hacia la realidad (ḥaqīqa).

Y así pidamos a Allāh, que exaltado sea su nombre, que se nos conceda ese estado en el cual nosotros podamos gozar de sueños y visiones ensoñadas donde se nos muestre la auténtica verdad (ḥaqq bi-l ḥaqq) en la profundidad de la creación (khalq) del Altísimo, aumentando nuestro conocimiento de las diferentes realidades. Y que sea la luz (nūr) del Mensajero de Allāh ﷺ la que ilumine ese camino y cualquier sueño que tengamos. Amin.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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