Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos, seguimos otros viernes más con la sabiduría de sayyidina Dawūd (as). Es sobre el libro que le fue dado, el Zabūr, donde estamos descubriendo una sabiduría profunda que compartimos entre todos los que somos gentes del libro, ahl al-kitāb.

Esta es una tarea que deberíamos practicar más en juma‘a, en un día de congregación y unión, hay que intentar comprender al «otro» y salir de nuestra cómoda burbuja, de nuestro cómodo discurso. Hoy, en esta línea que estamos llevando, os quiero traer un pequeño salmo que proviene del capítulo 117 del libro del Zabūr:

Alabad a Allāh ¡Oh, todas las naciones!, glorificadle ¡Oh, todas las criaturas de la creación! (1)
Pues, ciertamente, sobre nosotros sea su gran generosidad, y así la confianza hacia Allāh será eterna. ¡Alḥamdulillāh! (2) [Zabūr, 117]

Estos dos versos nos invitan a una reflexión profunda, al hecho de replantearnos que significa esa palabra que tanto usamos y acabamos automatizando: Alḥamdulillāh. Porque las alabanzas son inmensas, pero Dawūd (as) introduce un doble matiz que merece la pena analizar y ver con detalle. Cada palabra representa una intensa intención que es transformada de vibración a realidad profunda (ḥaqīqa).

En el texto del Zabūr la alabanza (ḥamd) hacia Allāh, el altísimo, está reservada para las naciones (aḥzāb) mientras que la glorificación (subḥ) está reservada para el resto de los seres de la creación (anām). Esta actitud genera una curiosa dinámica en la que se reconoce que el agradecimiento (shukr) es la que constituye la generosidad (faḍl) divina afirmándose, a la vez, en una confianza (amāna) hacia el Altísimo que será eterna (azalla). Un sentido muy profundo que rige la vida del creyente sincero, que tiene en cuenta la grandeza de pertenecer a un nivel superior por el hecho de ser ser humanos pero que no puede vivir a expensas de la generosidad de Allāh ni de la confianza hacia Él. Es este el modelo de Dawūd (as) que recogió e implemento en su Sunna nuestro amadísimo profeta Muḥammad ﷺ, el hombre perfecto.

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Alabar (ḥamd) y glorificar (subḥ) son dos acciones diferentes como se recoge de la sabiduría (ḥikma) de el Rey Dawūd (as). La alabanza sale de la conciencia plena de la libertad humana que reconociendo la grandeza del Altísimo la emite como un signo de respeto, pero también de perfección. Es un acto que conecta con la grandeza del Mensajero ﷺ, con su nombre profundo: Aḥmad, el alabado. Por eso dice el Zabūr que la alabanza está reservada a las naciones. Entendiéndolas como los grupos puramente humanos (aḥzāb) que son conscientes de la grandeza del Señor y que lo ejecutan voluntariamente a la manera profética. Por ello, afirmamos, alabamos con plena conciencia siguiendo la Sunna. Es el corazón cuerdo (qalb) el que nos invita a hacerlo.

La glorificación (subḥ) la hacen todos los seres, incluidos los humanos, pero es una acción que no tiene esa carga volitiva, consciente, sino que se ejecuta como un reflejo ante la creación (khalq). Por eso en el Zabūr se utiliza el término (anām). Dicen los sabios que este término es hermano del de khalq, incluye al ser humano y a los otros seres que lo habitan incluidos jinnes, animales, plantas, etc. No es un acto que surja de la conciencia sino de la necesidad de afirmar la creación. Es el corazón amante (fuad) de todo ser creados por Él, que Allāh proteja sus nombres, el que ejecuta esta acción.

Y son estas dos actitudes que brindan y abren el principio de shukr wa faḍl, el agradecimiento y la generosidad, que rige la vida del creyente. Pues cuando el creyente agradecido alaba o glorifica, Allāh extiende su generosidad (faḍila) sobre nosotros y nos ofrece la mayor bendición. Y no es simple complacencia sino esa generosidad que es capaz de crear mundos, florecer corazones o ser consciente del mayor absoluto. No es solo una generosidad física sino metafísica. Es la que acaba generando la actitud vital de Dawūd (as).

Pues esa generosidad se traduce en el corazón más privado (lubb) del creyente en la confianza (amāna) suficiente para afrontar este mundo sin miedo, sin temor, sin límites. Para fortalecer una confianza que frente a un gigante diabólico como Goliath o un peligro se pueda salir victorioso. Una confianza que dure por toda la eternidad porque proviene de Allāh, el altísimo, hacia la parte más íntima de nuestro corazón (lubb). Para que vivamos sin miedo alguno, en y con Allāh, siguiendo la Sunna de sus mensajeros.

Y, después de todo, podamos decir Alḥamdulillāh de corazón. Sabiendo por qué lo decimos, pues el absoluto nos regala la plenitud y nuestros labios lo confirman. Cuenta el Zabūr que no había cosa que Dawūd (as) amara que cantar alabanzas a Allāh y no es, ni mas ni menos, porque él era un creyente sincero en plenitud y confianza. ¡Él (as) hacía belleza! Y a él (as) Allāh le devolvía belleza con la certeza de estar en la realidad (ḥaqīqa). Y si a lo largo de nuestra vida no hemos probado ese maqām (posición espiritual) tan solo una vez, hemos malgastado nuestra vida.

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos pidamos a Allāh, el altísimo, que se nos conceda ser conscientes de las alabanzas y glorificaciones que nuestros corazones elevan al absoluto. Que estas tengan efecto en nuestro corazón más íntimo. Que tengamos conciencia de nuestro rol en el mundo y cuanto podemos hacer fomentando la belleza, el bien y la verdad. No busquemos más que eso y sigamos el ejemplo de los profetas. Amin.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.