Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos, en esta khutba de hoy os traigo un hadiz muy especial de los cuarenta que recopiló Shah Waliullah. Se trata de otro de esos hadices de nuestro amado Mensajero ﷺ bastante contundente y que nos debería hacer reflexionar:

الْمُسْلِمُ مِرْآةُ الْمُسْلِمِ 

al-muslim mirāt al-muslim

El musulmán es el espejo del musulmán
(al-Musnad al-Daylamī, 5: 474; Sunan Abi Dawud, 4918; Jami‘ Tirmidhi, 1929)

Me fascina, profundamente, como en tan pocas palabras puede estar contenido un océano de sabiduría. Este hadiz nos remite a un símbolo, tan cotidiano y profundo, que el Profeta Muhammad ﷺ nos lo deja para que meditemos: el espejo (mirāt). Algo tan cotidiano se muestra en un hadiz, en plena majestad, invitándonos a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras intenciones y sobre el entorno que nos rodea. Un espejo no es más que plata pulida hasta conseguir reflejarnos, hasta conseguir especular con nosotros sobre lo que somos, capaz de mostrarnos el espejismo de lo que somos. Pareciere que nos invita, con doble intención, a pulirnos para reflejar la luz y, a la vez, nos advierte que el reflejo no es lo verdadero. Advertencia, a menudo vana, en una sociedad tan virtual y especular como la nuestra.

A menudo creemos que la realidad es eso que vemos, aunque, como nos invita el símbolo del espejo, tengamos que reflexionar después sobre lo visto. No se trata de una simple ilusión sino de una inversión de imagen, ya que no tiene carga moral a priori, pero si influye a la hora de articularla. No debemos juzgar la realidad de un primer golpe porque a lo mejor estamos viendo su especulación. El espejo nos invita, en primer lugar, a reflexionar sobre lo que vemos, a interiorizarlo y a no juzgar porque como el símbolo, la realidad tiene múltiples caras.

Es por lo que este hadiz, tan corto y simple, puede tener tanta hondura a la hora de enfrentarnos a él, pues no solo aspira a la esfera de la ética (akhlaq) sino que intenta llegar hasta el interior de nuestro ser. No se trata de juzgar a la ligera, no se trata de ignorar la realidad, no se trata de vivir sin empatizar… El espejo solo muestra, no juzga. Queridas hermanas y queridos hermanos debemos mirar a la humanidad como espejos, debemos ser espejos para otros tanto en lo interno como en lo externo para que pueda haber una transformación profunda en nosotros mismos desde la asunción de la taqwa (conciencia de Allah). La mirada profunda (basira) es la que nos puede transformar por completo.

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El hadiz, que hoy presentamos, se refiere a que «el musulmán es el espejo del musulmán». Deberíamos entender esta palabra no solo como el creyente cultural, sino como el creyente sincero, pacificado. El musulmán se sabe internamente musulmán porque está pacificado, está en salam. A menudo, muchos quieren que el estado del musulmán sea simple sometimiento cuando quiere decirse pacificación en Allah, el Altísimo. Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, es tan importante hacer este matiz antes de proseguir con nuestra khutba.

El reconocimiento del que habla el hadiz, el convertirnos en espejos es una toma de conciencia muy grande porque nos exige humildad y reconocer nuestras imperfecciones. Imperfecciones que, quizás para otros, sea el motor de un cambio y una empatía hacia las nuestras al igual que para nosotros son las suyas. He aquí la parte más profunda e interna de este hadiz, pues nos invita a la tazkiyya, a purificarnos para mostrar lo mejor de nosotros mismos. No se trata de jugar a ser «santos», sino simplemente de ser humildes ofreciendo lo mejor de nosotros, pues también las cosas buenas se reflejan. Todo lo oculto se manifiesta, en un momento u otro, a través de nosotros. ¿Acaso queremos mostrar algo malo?

La clave está en el necesario adab (cortesía) que parece perdido en nuestro tiempo. Mientras en los tiempos de Sayyidina Muhammad ﷺ el adab era una forma de ser y estar central, hoy lo supeditamos a nuestro nafs (ego), a nuestra individualidad y a la irresponsabilidad de vivir sin ser referencia. Pero a los que somos, o aspiramos a ser, creyentes pacificados esto no debería valernos porque cada acción, cada pensamiento, cada respiración está teniendo un impacto sobre la Creación de Allah, el Altísimo, y ahí seguimos siendo espejos para otros.

La advertencia debería venir sola, deberíamos tener ese grado de conciencia de reconocer en la realidad nuestros propios errores y pedir ghafara (que Allah, el Altísimo, nos haga olvidar nuestros errores) inmediatamente porque la vida es un continuo rectificar, es una continua tawba orientándonos hacia Allah.

Por eso este hadiz nos invita a ser responsables con nosotros y a contemplar con prudencia y empatía a los otros. Ese contemplar que también es un contemplarnos. Mucho trabajo nos queda que hacer a cada uno de nosotros hasta lograr que nuestras miradas sean de basira y nuestras acciones sean tazkiya para otros. Si hacemos eso seremos auténticos musulmanes, creyentes pacificados, que ayuden a otros a crecer y a pacificar su vida. Quiera Allah, el Altísimo, darnos un camino bendecido y firme, unos ojos observantes y un corazón purificado para lograr la plenitud y el salam que necesitamos. Quiera Allah, el Altísimo, que nos miremos en el espejo del Mensajero ﷺ. Quiera Allah, el Altísimo, hacernos verdaderos musulmanes y musulmanas para ser espejos para la humanidad y mostrar la Sunna en su plenitud. Amén.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.