Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos vivimos en los tiempos de la inmediatez, en el reino de la cantidad donde todo se cuantifica, pero no se reflexiona y, difícilmente, se vive en conciencia (taqwa). Pocos consideran que el camino espiritual exige paciencia (ṣabr) e igualmente un esfuerzo en dejar de ser yo para acabar viviendo la creación.

A menudo queremos un camino espiritual que se pueda consumir inmediatamente, que se pueda comprar, que se pueda cuantificar, que sea sencillo. Queremos un camino sin iniciación, sin cuestionarnos a nosotros mismos. Porque eso es lo que hace la iniciación, un cuestionamiento interno que produce las primeras grietas en el ego (nafs). Nuestro mundo ha olvidado que la iniciación es clave para transformarnos porque en ella lo simbólico y lo físico se dan la mano para que podamos cambiar y conocer la realidad (ḥaqīqa) de Allāh, el altísimo. Y lo ha olvidado porque nos incomoda, porque nos asusta y estremece, aunque en el fondo sea tan natural como nutrirse por eso en árabe se dice tarbiya. Este término entre sus múltiples acepciones refiere a educarse, iniciarse, pero también al acto de nutrirse como un niño que se amamanta de su madre.

La tradición islámica nos narra que todos los profetas (as) fueron iniciados, recibieron su tarbiya. Quizás las dos más espectaculares y recordados fueron la del amado de Allāh, Sayyidina Muḥammad ﷺ cuyo pecho fue abierto y purificado para albergar el divino mensaje que transmitiría a la humanidad; el otro fue el de Mūsa (as) quien fue iniciado por el Khaḍir (as) donde se unen los dos mares (Majmua’ al-Baḥrayn) para dejar de ser el egipcio y llegar a ser el profeta liberador que tendría que cambiar la humanidad y recibir la revelación.

La iniciación de Mūsa (as) fue un proceso en el que el sobrino del faraón, de corazón puro y olvido presente, se transformó en el Profeta. Este se hizo real, se recordó (tadhkira) y se purificó a través de las enseñanzas de Khaḍir (as). Él es el paradigma del maestro que aún viendo que su discípulo es más grande que él, se convierte en un simple servidor, en una herramienta de Allāh, el altísimo, para transformar a alguien que seguirá transformándolo. Es esa transformación la que Allāh quiere para nosotros, para que vayamos a buscarle y a cambiar nuestro mundo como hizo Mūsa (as) una vez comprendió que la paciencia (ṣabr) y la entrega a Allāh (tawakkul) es la clave de todo.

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Mūsa (as) cuando partió de Egipto comenzó a conocerse. Él no encajaba con la actitud despótica del Faraón. Él no era un Rey como lo había sido el que había acogido a Yusuf (as), sino que dominado por sus pasiones y su idolatría terrenal había hecho esclavos a los hijos de Israel teniéndolos en la más profunda injusticia. Cuando Mūsa (as) se miró a sí mismo, con profunda introspección como en un espejo, comprendió que él (as) no podría llevar una vida como esa. Él (as) no era así, no podía permitir que aquello que ocurriera.

Lo cierto es que podía haber optado por un camino más fácil, hacer simplemente política, luchar contra el faraón como un enemigo, pero para transformar su mundo y el de aquellos que quería tuvo que iniciarse en el camino espiritual. Conocerse a sí mismo, ver sus debilidades y las enfermedades de sus corazones a través de otro era fundamental para no aumentar su nafs (ego). Y así partió al desierto sintiéndose débil, frágil y fatigado hasta que en el aquel donde se unen los dos mares (Majmua’ al-Baḥrayn) encontró al Khaḍir (as) tal y como se nos describe en el Corán, y allí le inició mostrándole que solo existe la voluntad de Allāh, el altísimo (18: 65-82).

Lo inició llevándolo al límite de la racionalidad, invitándole a preguntarse a sí mismo, mostrándole que toda sabiduría proviene de Allāh y que nosotros somos ejecutores buscando lo mejor para nosotros y el resto de los creyentes sinceros. Aniquiló su nafs (ego) haciéndole ver que tenía que renacer y que la realidad (ḥaqīqa) está por encima de apariencias, dogmas y visiones literales. Tenía que ver la sabiduría que hay detrás de cada acción, aunque no lo veamos claramente en nuestro momento. A partir de eso Mūsa (as) se transformó y buscó realizar su misión profética.

De Khaḍir (as) sabemos poco. Las fuentes antiguas, la de nuestros maestros, lo describen como un hombre con barba blanca y envuelto en un manto verde —el que después sería el color predilecto de Sayyidina Muḥammad (saws)—, milenario cuyo conocimiento del hadhir (lo evidente) y el ghayb (lo oculto). Bukhari cuenta que el Profeta ﷺ dijo que cuando el Khaḍir (as) se acercaba todo se volvía verde y renacía (Sahih Bukhari 60: 75). Una ḥikma (sabiduría) que nos habla de cuanto estaba el Khaḍir (as) conectado con la creación de Allāh, el altísimo.

Se dice que no solo visitó a Mūsa (as) para iniciarle, sino que volvió para el funeral del Profeta ﷺ para despedirse y que Sayyidina ‘Ali (ra) lo reconoció como tal, así lo narra al-Bayhaqi. Fue a despedirse del mejor de la creación ﷺ, a reconocer a quien había sellado el Mensaje. Cerraba así un ciclo milenario de iniciaciones, abriendo otro desde el legado muḥammadiano. Ese sería el camino bendito para todos aquellos que queremos seguir los caminos proféticos, el camino hacia Allāh que tan bien nos mostro nuestro amadísimo Muḥammad ﷺ. Y eso se hace envueltos en su brillante luz (nūr), bendecidos por su ejemplo y su Sunna que resume todo lo que nos enseñaron los otros profetas.

Queridas hermanas, queridos hermanos seamos como Mūsa (as) ante el Khaḍir (as), con humildad aceptemos que el camino ante Allāh es el de la sinceridad (ṣidq) y la paciencia (ṣabr) y que sin estas virtudes estamos perdidos. Que la luz muḥammadiana ilumine las oscuridades de la iniciación que nos proponga el Khaḍir (as) y que nos lleve ante Allāh, el altísimo. Solo así podremos volver y liberar a la gente de tantos faraones que se alzan en la ignorancia y la idolatría (shirk) y esclavizan a tantas almas. Romper esas cadenas solo es posible si nosotros las rompemos a través de la luz y el dhikr. Que si esa es la voluntad sea y nos convirtamos en creyentes sinceros. Amin.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.