Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos a veces no pensamos suficientemente lo que significa la memoria y el recuerdo, la propia historia. La materialidad del mundo nos posee y, por momentos, dejamos de pensar en los significados profundos de la realidad (ḥaqīqa). Pensamos que en nuestro mundo finito (dunya) se agotan las experiencias, se disuelven, perdiendo vigor. Y ahí es donde ataca la ghafla (el olvido) que tan bien nos hace alejarnos de lo Real (Al-Ḥaqq), de Allāh Altísimo.

La historia es un buen ejemplo de esto, pues muchas veces ni siquiera la incorporamos a nuestra experiencia del dīn. Pensamos que la historia está alejada, que nos puede importar recordar lo bueno y lo malo, lo finito e infinito, si aparénteme cumplimos lo dicho. Si, pero cumplimos sin conciencia (taqwa), sin darnos cuenta de la trascendencia que tiene el recordar.

El recuerdo (tadhkira) es una de las bases principales del dīn. Allāh, que exaltados sean todos Sus nombres, quiere que nosotros le recordemos a Él, a Su espacio y Su tiempo siempre presente, a Su presencia. Ese recuerdo es ‘ibada y nos sirve para afianzarnos en la realidad. También recordamos a Su Mensajero ﷺ en su presencia (adrat), en sus dichos (ḥadīth) como en sus acciones (Sunna). Recuerdos de la realidad (ḥaqīqa) que bien merecen la pena para poder comprenderla y vivirla mucho mejor.

Junto al recuerdo se nos invita a reconocer (‘arf) esa realidad. Un conocer volviendo a reconocer lo que Allāh ya nos ha dado antes de nuestro nacimiento, una sabiduría innata propia de los hijos de Adam para poder regir este mundo. La marifa es ese conocimiento que nos obliga a volver sobre lo mundano (dunya) para reconocer lo divino que hay en ella. Y cuando lo hacemos sentimos una profunda liberación y conexión con Allāh por partes iguales. Veremos el reflejo de Allāh y su amado Profeta ﷺ en todo, como la luna ilumina el campo por la noche.

El conocimiento solo se construye conociendo y reconociendo la realidad. Para un creyente sincero esto se hace con taqwa y con khushu (humildad), tan necesaria para poder afrontar la creación de Allāh. Sin ambas el conocimiento se vuelve estéril y baldío, sin posibilidad de transformación ni cambio. Y desde luego el islam no es un dīn de acumulación de datos, ni de sensaciones, ni de conocimiento muerto. El conocimiento que se nos exige es vivo, dinámico y busca, ante todo, beneficiarnos a nosotros mismos transformándonos para saber que no hay otros fundamentos de la realidad que no sean Allāh.

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La historia es la ciencia (‘ilm) de la memoria. Recordamos, escribimos y rescribimos tiempos que no hemos pasado ni vivido. Y, sin embargo, tenemos que pensar y comprender para vivir con plenitud la realidad. Los sabios islámicos siempre han tenido en cuenta esto —heredado de las Gentes del Libro— y la han cultivado como una herramienta auxiliar muy necesaria para el dīn.

El Corán usa la historia como un medio de incardinar el símbolo (mithāl) en el devenir del tiempo. Es esta disciplina la que nos ayuda, de forma muy necesaria, a temporalizar la experiencia de la revelación ante el eterno presente de Allāh el Altísimo. El ser humano necesita de historia, pues esta sumido en un devenir temporal, en un fluir continuo y se ve arrastrado por ella. Solo aquel que re-conoce (‘arif) lo que Allāh le muestra, siguiendo el maravilloso ejemplo muḥammadiano, puede detener el fluir temporal y vivir el instante.

Aún parezca mística en algún momento todas y todos hemos experimentado ese cesar del tiempo mundano y la vivencia del instante. Si no, recordad cuando hacéis ṣalāt con taqwa y plenitud, cuando vuestras frentes tocan el suelo y mientras susurráis el du‘a parece que el tiempo se extingue y os abraza Allāh. Ahí ya no hay tiempo alguno, pues estáis en el presente de Allāh. Igual que en Laylat al-Qadr cuando se dice que una noche es mejor mil meses, pues el tiempo se hace presente de Allāh para que descienda Su palabra a la tierra.   

Sin embargo, necesitamos de la historia pues es una muleta para caminar. Nuestros límites nos lo piden para no caer en el vacío tan desbordante de la manifestación divina (tajālly). El propio Corán, en sura Yusuf, dice: «Te vamos a contar la más bella de las historias que te hemos revelado en este Corán» (Corán, 12:3). El Corán está lleno de historia con ejemplos concretos y un fondo universal. Concretados en un lenguaje, en una temporalidad, en unas metáforas que todos conocemos, pero su naturaleza interior es atemporal, universal y divina. Y, sin embargo, la historia nos ayuda pensar, a imitar, a construir. Y, por ejemplo, que bien cuenta la sura Yusuf la historia antigua que también sirve como ejemplo moral, político o vital al profeta Muḥammad ﷺ.

El riesgo de la historia es que hagamos shirk (idolatría) sobre ella y la convirtamos en la realidad (ḥaqīqa) que solo pertenece a Allāh. La historia no es realidad plena, es símbolo para comprender. Sino aparece el amargor, la decepción o la nostalgia. Esta última el signo mas peligroso porque es el camino al shirk (idolatría), a olvidar el qadr, a pensar que el ser humano es autosuficiente cuando todo depende de Allāh. La historia para un musulmán es una realidad simbólica en la que mirar, en la que confrontarnos, pero que nunca sustituye a Allāh como algunos han pensado.

Queridas hermanas, queridos hermanos, quiero pensar que un tiempo lleno de dificultades, complejidades, nostalgias y esencialismos podemos recordar como el dīn de Allāh invita al creyente sincero a volver a conocer todo lo que Allāh ha dispuesto para nosotros. Por eso, le pido Allāh que trascendamos de la historia material, de las identidades finitas, de las comunidades cerradas para alcanzar la plenitud de la universalidad de la creencia sincera y pacificada, esa que nosotros llamamos al-dīn islāmī. Amen.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.